13 novelas sugerentes y sus primeros capítulos gratis para leer este Día del Libro (aunque se haya retrasado Sant Jordi)

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Este Día del Libro pasará a la historia como aquel en el que no pudimos hacer una de las cosas que más nos gustan: dejarnos seducir por una portada bonita, un título curioso o un primer párrafo brillante. Y es que, a estas alturas, cómo echamos de menos poder pasearnos en busca de nuestro próximo libro favorito. Intentando recrear la experiencia como sustituto de emergencia hemos seleccionado algunas de las ultimas novedades literarias más sugerentes junto a su primer capítulo para que no falte la lectura en un día tan bonito.

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Nuez de coco, Kopano Matlwa

Nuez de coco

En un banco de la derecha, un par de filas delante de la mía, hay sentada una niña muy menuda color chocolate. Su cuello flaco y sus codos punzantes me recuerdan las pringosas alitas de pollo que sirven con la comida del domingo. El sermón no es especialmente absorbente, así que me distraigo con cualquier cosa. Trenzas: mechones sintéticos de plástico brillantes y baratos de sueños hechos realidad que salen de su cabeza infantil. Sponono, con un vestido floreado de satén muy recargado, está sentada en silencio al lado de su madre, pasando los dedos por la nudosa maraña de los deseos de una niña. Una vieja cinta de pelo de lana raída forma ochos dentro y fuera de la negrura. Una y otra vez los brazos desmañados se mueven casi rítmicamente, yuxtaponiendo los dedos ávidos... Sigue leyendo

Nuez de coco (ALPHA DECAY)

Para que vuelvas hoy, Eduardo Mendicutti

Portada Para Que Vuelvas Hoy Eduardo Mendicutti 201912311200

Eran mimosas. Casada, eso me preguntó ayer la niña, que si he estado casada. Si no hubiera sido lo que he sido me habría casado a tontas y a locas, como casi todas. O enamoradísima, que no sé qué es peor. Estoy segura de que eran mimosas. Bueno, casi segura. Fue preguntarme la niña que si he estado casada y yo ya no dejar de pensar en él. Ni a la luz del día ni de madrugada. Casi no he pegado ojo en toda la noche. Ni en toda la mañana, a ver si soy capaz de dormir un poquito de siesta. De lo que sí estoy segura del todo es de lo que ponía el papelito que me dejó Fernando con las mimosas. «Para Isabel, mi primer amor.» Eso ponía. Me acuerdo sin parar de lo que ponía y me entran ganas de llorar, pero no voy a llorar, no se lo merece. O sí que se lo merece. No sé... Sigue leyendo

Para que vuelvas hoy (Andanzas)

Cuanto más profunda es el agua, más feo es el pez, Katya Apekina

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Llevamos dos días en Nueva York. Estamos con Dennis Lomack. Mamá se ha quedado en el St. Vincent, descansando. Acaba de hacer una verdadera estupidez, y yo fui la que la encontró. Dennis nos ha llevado a dar una vuelta por la ciudad, a ver si así nos lo quita de la cabeza y nos reconciliamos con los últimos diez años.

Esta noche, Dennis había quedado con una pelirroja para ir a una actuación, y nos ha llevado a Mae y a mí a la cita. A veces vamos con mamá a Nueva Orleans a ver El cascanueces, pero esto no tiene nada que ver. Estamos en el sótano de una iglesia; no cabe un alma y hay mucha humedad. Una mujer que lleva un vestido veraniego baila sola en el escenario. Parece un gato salvaje... Sigue leyendo

Cuanto más profunda es el agua, más feo es el pez (Literaturas)

Felicidad, Mary Lavin

Felicidad Mary Lavin

Madre tenía mucho que contar. No es que se pasara el día hablando, pero a nosotras, las niñas, nos parecía que el pozo del que bebía era muy, muy, muy profundo. Su tema predilecto era la felicidad: lo que era, lo que no era; dónde encontrarla, dónde no; y, si se alcanzaba, cómo conservarla. Jamás debíamos confundirla con el placer. Ni pensar que la tristeza era su antónimo exacto.

—Pensad en el padre Hugh. —Los ojos de madre refulgieron al mirarlo—. Según él, la tristeza es uno de los ingredientes de la felicidad… ¡un ingrediente necesario, nada menos! —Cuando el padre Hugh quiso replicar, madre alzó una mano—. Puede que su teoría tenga algo de retorcida verdad… para algunos. Pero para mí, no. Y tampoco para mis hijas, espero... Sigue leyendo

Felicidad (El Pasaje de los Panoramas)

Baricentro, Hernán Migoya

baricentro

–¡Mamá, que me quedan pequeños!

Mi madre está empecinada en comprarme ropa y zapatos. Cree que en el Perú vivo como un gitano, y seguramente lleva razón. Así que cada vez que regreso al pueblo a verla, a ver a mi familia, se empeña en que el sábado la acompañe de compras a las tiendas de la ciudad vecina o al centro comercial de las afueras.

Yo siempre me escaqueo. Me hago el ocupado, el enfrascado en mi nueva novela o en la lectura de algo apasionante. Y entonces ella se tiene que marchar sola al Ceiá o al Hacheyeme o al Carrefur y adquirir a ojo una buena remesa de camisetas, camisas, pantalones y un par de zapatos. Casi nunca se equivoca de talla, y en el gusto tampoco, porque el mío lo conoce bien, ha contribuido a formarlo... Sigue leyendo

Baricentro (Reservoir Narrativa)

Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo, Elif Shafak

Elif Shafak

Se llamaba Leila. Tequila Leila, como la conocían sus amigos y clientes. Tequila Leila, como la llamaban en casa y en el trabajo, en aquel edificio de color palisandro de un callejón sin salida adoquinado no lejos del muelle y enclavado entre una iglesia y una sinagoga, en medio de tiendas de lámparas y restaurantes de kebab: la calle que albergaba los burdeles autorizados más antiguos de Estambul.

No obstante, si los oyera expresarlo así, se ofendería y les lanzaría en broma un zapato..., un zapato de tacón de aguja. «“Me llamo”, tesoro, no “me llamaba”... Me llamo Tequila Leila.» Jamás en la vida habría consentido que se hablara de ella en pasado. Solo de pensarlo se habría sentido pequeña y derrotada, y lo último que deseaba en este mundo era sentirse de ese modo.  Sigue leyendo

Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo (Narrativa)

Litio, Malén Denis

Litio

Escupías fuego por la boca cuando te conocí. Debería haber intuido el peligro: un chico de dieciséis años sin remera, tomando sorbos de nafta en el medio del campo helado para escupir llamaradas. El pasto grisáceo estaba cubierto de escarcha, a vos te caía, por el surco que dejan tus pulmones en tu pecho pálido, un hilo de kerosene. Brillabas por partes, un Vermeer caprichoso. La noche y la intemperie te quedan bien, algo de leñador que tenés, una actitud de resolver a la fuerza, a hachazos.

Ese invierno intentaron convencerme de que el frío era un estado en la mente. Es una sensación y una sensación siempre es psicológica, lanzó un pequeño Einstein que desconocía el concepto de hipotermia. No quería tener que discutir con un varón, además, hubiera dado todo por dejar de temblar, así que, sentada en un tronco bajo, hacía fuerza para encontrar telepáticamente el calor, hecha un bollo dentro de mi saco azul. Te encantaba ese saco, decías que era del color exacto. Nunca supe exacto respecto de qué. Sigue leyendo

Litio (Caballo de Troya)

El niño que comía lana, Cristina Sánchez-Andrade

El niño que comía lana

Las diez de la mañana y ya olía a aceras fregadas y a sopa de fideos. Manuela das Fontes llevaba un sombrero de paja con un ramillete de violetas, una falda con corpiño y zapatos de tacón. Caminaba con paso rápido, en dirección a la Oficina de Contratación de Amas, con un perrito bajo el sobaco y una cesta de mimbre colgando de un brazo. Estaba gorda y bien alimentada; era aseada, robusta y joven.

Mientras caminaba se iba diciendo todo eso, y también que tenía materia prima de primera calidad. Eso era lo importante. Se introdujo la mano dentro del corpiño y se palpó un pecho duro como una bola de granizo. De su cuerpo ascendió un efluvio a pelo de animal mojado que la repugnó. El perrito, que pensó que le hacían un mimo, meneó el rabo y ladró dos veces. Ella le pegó en el hocico... Sigue leyendo

El niño que comía lana: 634 (Narrativas hispánicas)

Boulder, Eva Baltasar

Boulder

Quellón. Chiloé. Una noche hace muchos años. Las diez pasadas. Ni cielo ni vegetación ni océano. Sólo viento, la mano que todo lo toma. Seremos una docena de personas. Almas. En un lugar como este, a esta hora, puede decirse que las personas son almas. El embarcadero es pequeño y hace pendiente. La isla se entrega al agua en bloques de hormigón a los que están sujetos, uno al lado de otro, algunos amarraderos. Parecen las cabezas deformes de los descomunales clavos que sujetan este muelle al fondo del mar. Nada más. La quietud de los isleños me maravilla. Están sentados bajo la lluvia, dispersos, junto a unos bultos grandes como baúles. Se cubren con plásticos resistentes al viento, comen en silencio con un termo entre las piernas. Esperan... Sigue leyendo

Boulder (Literatura Random House)

Salvar el fuego, Guillermo Arriaga

Salvar el fuego

Si precisara elegir el momento que transformó mi vida, ese sería cuando Héctor nos invitó a pasar el día en su casa en Tepoztlán. «Marina, vengan el sábado, invité a los Arteaga, a Mimí, a Klaus, a Laura y su novio, a Aljure, a Ruvalcaba, a Ceci, a Julio, más los que se cuelen.» Acepté a sabiendas de que a Claudio le chocaría ir. No soportaba a mis amigos «hippies», a quienes llamaba «artistillas mamones». Le aburrían y no tenía nada en común con ellos. A Claudio una buena película era la que lo divertía, las comedias comerciales chambonas, «las que me hacen olvidar la tensión del trabajo». No toleraba las largas y estáticas cintas dirigidas por Héctor. «Son la cosa más aburrida que hay», reclamaba mi marido, sin importar los Cannes o los Venecias que las avalaran... Sigue leyendo

Salvar el fuego (Premio Alfaguara de novela)

Noche y océano, Raquel Taranilla

Portada Noche Y Oceano Raquel Taranilla 202002111237 1

Imagino que, igual que yo, muchos de ustedes descubrieron atónitos el siguiente titular, que apareció hace algunos meses en la prensa: «Robado el cráneo de Murnau, director de Nosferatu». Según informaba el periódico, alguien había profanado el mausoleo del cineasta, en el cementerio de Stahnsdorf, próximo a Berlín, y había robado su cabeza embalsamada, que a pesar de llevar allí más de ochenta años aún conservaba, tal como relataba en la noticia el administrador del cementerio, no solo algunos restos del cabello y de los dientes, sino también el aire inconfundible, el porte magnífico de Herr Murnau. Entre los móviles que barajó la policía, al parecer tomó fuerza enseguida el del ritual satánico, basado principalmente en el rastro de cera fundida que se halló sobre el ataúd... sigue leyendo

Noche y océano (Biblioteca Breve)

El mapa de los afectos, Ana Merino

Portada El Mapa De Los Afectos Ana Merino 202001131615

Escondía sus tesoros en el bosque, dentro del hueco de un tronco del que salía una gran rama a la que solía subir en su infancia para contemplar el horizonte o espiar a los cazadores que se adentraban en esa espesura de árboles entrelazados. Algunas veces, al volver a casa se cruzaba con los últimos cazadores del día y en más de una ocasión le habían regañado: «Chaval, ¿de dónde sales? Ten cuidado y no andes solo por ahí, que un día vamos a tener un disgusto».

A Samuel no lo intimidaban esas amenazas; los cazadores nunca pasaban demasiado cerca de su árbol. Él se sentía seguro abrazado a aquel tronco grueso de ramas anchas y frondosas. Era su lugar favorito, su observatorio de estrellas en verano y su rincón de rabia en invierno. Incluso en los días más fríos había subido al árbol para estar tranquilo y fumar en secreto cigarrillos sin filtro, cortando la densidad helada del aire con el humo picante que paladeaba en su boca antes de expulsarlo. Sigue leyendo

El mapa de los afectos: Premio Nadal de Novela 2020 (Áncora & Delfin)

La gran fortuna, Olivia Manning

La Gran Fortuna

En algún lugar cerca de Venecia, Guy empezó a charlar con un hombre mayor de aspecto aburrido; era un refugiado alemán que viajaba a Trieste. Guy no paraba de hacerle preguntas. El refugiado se las contestaba de muy buena gana y ninguno de los dos parecía darse cuenta de las muchas veces en que el tren se detenía en una nueva estación. La guerra acababa de empezar, y en medio de la confusión general, el tren se detenía aproximadamente cada veinte minutos. Harriet miró por la ventanilla y vio unas vigas —más oscuras que la luz crepuscular— que sostenían los raíles de otra vía situada en un nivel superior. Entre las vigas, una pareja forcejeaba y se apretaba atropelladamente, y de vez en cuando dejaba entrever un pie o un hombro que se hacían visibles gracias a la luz que proyectaba el vagón. Al otro lado de las vigas, el agua resplandecía, reflejando los globos fluorescentes que iluminaban las vías elevadas. Sigue leyendo

La gran fortuna (Libros del Asteroide nº 235)

Fotos |Instagram de Belletrist.

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