Aristóteles decía que “cada uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras” y es que todos sabemos la importancia que tiene el lenguaje en nuestro día a día. Es una de las formas con las que nos comunicamos con otros, y se ha estudiado hasta la saciedad. No solo el lenguaje verbal, también el lenguaje no verbal que acompaña todas nuestras comunicaciones.
Harvard nos dijo que lo importante no es lo que dices sino cómo lo dices, especialmente si hablamos de conflictos o conversaciones complicadas, pero además de esto, hay ocasiones en que el lenguaje nos da más información de nosotros de lo que pensamos. Te pongo un ejemplo, hay frases que repiten las personas con resiliencia, como “puedo superar esto”, y que son la demostración de que con tres palabras estamos describiendo una de aptitudes más demandadas hoy en día.
Lo mismo nos ocurre con algo tan ambiguo como es la felicidad. Eso que buscamos cada día, que nos parece alcanzar a veces y que no siempre nos acompaña. Pues siguiendo la línea anterior, hay ciertas frases que repiten las personas que son realmente felices, y puede que ni esas personas se den cuenta de ello.
Según el filólogo español Fernando Lázaro Carreter que fuera Director de la Real Academia Española entre 1992 y 1998, “el lenguaje es el andamiaje del pensamiento”, y algo similar piensa Neil Pasricha, uno de los autores más vendidos del New York Times que ha escrito libros relacionados con la felicidad como La ecuación de la felicidad.
Educación de la felicidad, La (AUTOAYUDA)
Él asegura que “la felicidad es una elección pero cuando estamos atrapados en un bucle constante de miedo y negatividad puede resultar difícil cultivar una mentalidad positiva”. Dirige el Instituto Global de la Felicidad (The Institute of Global Happiness) y afirma que para cultivar ese positivismo, lo primero en lo que tenemos que fijarnos es en cómo hablamos y en el lenguaje que usamos no solo con otros, también con nosotros mismos, para que sirva de andamio a nuestros pensamientos.
Es Neil Pasricha, junto a la psicóloga Leslie Richardson, quien a través de la CNBC, nos ha dado las frases que repiten en su día a día las personas que son felices de verdad.
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Esta sencilla frase, de la que ya te hablamos cuando te dimos las claves para ser buena conversadora, es una maravilla en sí misma. Primero, porque implica dejar de hablar para escuchar lo que la otra persona tiene que decir. Segundo porque nos permite aprender de lo que nos cuenten, y además, porque con ella podemos demostrar empatía a nuestro interlocutor.
Es una forma además, de conseguir que la persona a la que escuchamos se sienta segura, especialmente si lo que os está contando es un problema. Implica que usaremos tiempo y energía para escucharles, lo que nos permite hacer algo imprescindible para ser feliz: conectar con otra persona.
Puedo…
Pasricha afirma que cambiar el “tengo que” por el “puedo” es el primer paso para conseguir nuestros objetivos ya que cambia la obligación del “tengo” por una mentalidad de elección. Un ejemplo: “tengo que recoger la mesa de mi despacho” suena a obligación en cambio, “puedo recoger la mesa de mi despacho” es una elección.
Rosa, espina, capullo
No es una frase en sí, sino un juego que propone el experto y que hace referencia a la gratitud. Según el profesor de psicología de la Universidad de California, Robert Emmons, las personas que perciben la gratitud como un rasgo permanente de carácter en lugar de un estado temporal “tienen mejores hábitos de cuidado personal y conductas más saludables”, lo que provoca que sean más felices.
Según Pasricha, “una rosa es cualquier momento destacado, pequeña victoria o pequeño placer del día. Una espina es algo que dolió o no salió bien. Y por último, un brote o capullo es algo que te hace ilusión”. Terminar un trabajo complicado es una rosa. Discutir con tu pareja, una espina, que no es algo que dure eternamente, y planificar una escapa, un capullo. Lo único que tenemos que hacer es tratar de clasificar lo que nos pasa en una de ellas.
Todavía
Parece solo un adverbio, pero el experto asegura que “aunque sólo se diga mentalmente, la palabra ayuda a abrir una puerta que nuestro cerebro intenta cerrar de golpe. Introduce la posibilidad de que puedas hacerlo en algún momento en el futuro”. Imagina esto, estás aprendiendo un idioma y no consigues entender un listening. En lugar de decir solo “no puedo”, añade el todavía después: “no puedo entenderlo, todavía”. De esta forma convertimos un contratiempo en una oportunidad de mejorar usando solo una palabra.
Me concentraré en…
Ponte en contexto. Empiezas a trabajar y la lista de tareas pendiente te abruma. Resulta hasta desesperante. Concentrarte en una sola de ellas, y terminarla es, según Pasricha, “un paso alcanzable que puedes dar hacia la felicidad genuina”. Además, si es el ámbito laboral, priorizar las tareas y concentrarte en una como con la técnica comerse la rana, aumentará tu productividad.
¿Importará dentro de un año?
Parece que estamos hablando de uno de los consejos para superar una ruptura de pareja, pero no. O sí, según cómo se mire. La idea de hacernos esta pregunta no es meramente relativizar las dificultades del día a día, sino llevarnos a un estado de calma cuando perdemos los nervios. “Es fácil centrarse en la preocupación del momento y sentir que no hay salida. Cuando empiece a sentir ese estrés, pregúntese: ”¿Esto importará dentro de un año?” Si la respuesta es no, intente devolver esa calma futura al momento presente”, explica Pasricha.
Esta frase, en concreto, la he puesto en marcha y funciona, especialmente en momentos diarios que me generan ansiedad como puede ser que, con el trabajo, no me dé tiempo a poner una lavadora o a ir al gimnasio.
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