Existe una diferencia entre los exitosos y los mediocres. Los segundos son más felices

Ni el estoico Marco Aurelio ni Aristóteles, buscaban el dinero, la fama y la gloria que persigue ahora el ideal de éxito

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Anabel Palomares

Editor

Nos impresiona el éxito de personas como Bill Gates y Oprah Winfrey. O más bien nos impresionan sus fortunas, y hasta lo que deciden hacer con ellas. Pero ¿es el éxito la clave de la felicidad? Aristóteles y Marco Aurelio no buscaban esas increíbles fortunas. Su deseo era llegar a la preciosa mediocridad y su pensamiento nos resulta más apetecible que nunca

Lo que entendemos por éxito en 2025. Aunque el éxito es, o debería ser, un término personal, la RAE lo define como el “resultado feliz de una acción o de algo que se emprende”, es decir, el resultado satisfactorio de producir. El éxito en nuestros días es fama. Es dinero. Es productividad. Es lo que se llama hustle culture (cultura del ajetreo o del esfuerzo laboral), una antítesis del fracaso impulsada por la cultura laboral tóxica.

Durante mucho tiempo ese éxito impulsado por el capitalismo, ha sido sinónimo de felicidad. Pero hay esperanza, porque los indicadores convencionales de éxito ya no son suficientes para que consideremos que somos felices. Los más jóvenes, aseguran que la hustle culture con la que crecimos los millennials “equipara la ocupación con la productividad, el agotamiento con el logro y, lo más peligroso, la autoestima con el éxito profesional”, y termina produciendo ansiedad, burnout y un vacío existencial que nos quita el bienestar.

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Lo que entendían por éxito en el 300 a.C. La palabra "mediocridad" proviene del latín mediocris, que significa "medio" o "moderado" y en aquella época, su connotación no era negativa, al contrario. En ‘Ética a Nicómaco’ Aristóteles introduce la idea del "mesotes" (μέσος) o "punto medio", como una posición intermedia entre dos extremos: el exceso y la deficiencia. Por ejemplo, entre la cobardía y la imprudencia se encuentra el coraje. El término aristotélico eudaimonía, traducido de forma habitual como felicidad, se centraba en cómo vivir una buena vida y no dependía de nuestro estado de ánimo, sino de una existencia virtuosa. Según el pensador griego, la virtud (lo que ahora sería el éxito) se ubica justo en ese punto medio, en esa mediocridad. Es decir, el verdadero éxito estaba en ser mediocres.

Aristóteles no era el único que creía en la mediocridad. En las ‘Las Meditaciones de Marco Aurelio’, el estoico comparte la misma actitud porque no considera la virtud (de nuevo, el éxito) como una acumulación de logros sino como un camino para cultivar la paz interior y la coherencia moral. De nuevo el pensamiento de mediocridad virtuosa.

El error de pensar que tener más de todo nos dará la felicidad. Según la teoría psicológica de la cinta de correr hedónica, tenemos la mala costumbre de adaptarnos demasiado pronto a lo bueno y lo malo, algo que se relaciona con la búsqueda del placer. Queremos algo porque pensamos que tenerlo, nos hará felices. Pero cuando por fin lo tenemos deja de resultarnos interesante demasiado pronto y volvemos a nuestro estado anterior de infelicidad, volviendo a perseguir algo nuevo pensando que esta vez sí nos hará felices. Una rueda de correr de un hámster en la que parece que hemos quedado atrapados por culpa de algo llamado capitalismo.

“Esta ambición desmedida, por las mujeres, la pasta y los focos, me está quitando la vida muy poquito, poquito a poco”. C. Tangana ya lo cantaba a ritmo de pasodoble y rumba en 2021 con ‘Un veneno’. Esa ambición, el hambre de querer más y de tenerlo todo, es la receta para la frustración y la insatisfacción, y nos puede llevar a sufrir ansiedad por no tener lo que pensamos que merecemos.

La verdadera felicidad no está en ese éxito. Jamie Ducharme decía en la revista Time que “desde pequeños, nos enseñan que podemos ser lo que queramos, que con suficiente esfuerzo podemos lograr grandes cosas. El mensaje implícito es que debemos lograr grandes cosas, cueste lo que cueste”. Es ahí donde entra en juego la felicidad hedónica que define el bienestar “en términos de logro del placer y evitación del dolor”. Esta es la felicidad asociada al éxito percibido en base al capitalismo, que se alimenta de factores externos.

La felicidad eudaimónica de Aristóteles no busca la felicidad fuera, en lo que poseemos o conseguimos, sino que es interna y estable. Pone el énfasis en esa mediocridad virtuosa bien entendida y que nos lleva hacia una vida plena. No significa que se renuncie a ese éxito entendido como alcanzar logros, sino que estos no se conviertan en el centro de tu vida. Esa visión clásica de una buena vida, modesta y centrada en el equilibrio interior y no en la validación externa, se parece más a la felicidad auténtica que nuestro ideal actual de éxito.

¿Podemos aplicarlo a nuestra vida o estamos condenados? La solución está al alcance de la mano y pasa por pasarnos a una mediocridad consciente y tranquila que nos brinde bienestar. Para conseguirlo, quizá tenemos que revisar primero nuestro propio concepto de éxito, de fracaso e incluso, de felicidad, aunque la Universidad de Harvard ya nos dejó claro que reside en las relaciones que tenemos.

Marina van Zuylen, profesora de Francés y Literatura Comparada de Bard College, afirma en su libro, ‘Elogio de las virtudes minúsculas’, que términos como "éxito" y "fracaso" han adquirido una polarización peligrosa, que contamina nuestra la percepción personal del logro. Ella propone buscar “la excelencia en clave menor”, prestando más atención a los actos cotidianos y las virtudes pequeñas que pasan desapercibidas en una sociedad enfocada en el éxito como sinónimo de productividad y reconocimiento.

En una entrevista en Ethic, la autora afirmaba que “encontrar su excelencia es como emprender una preciosa excavación arqueológica: lleva su tiempo, pero la recompensa es maravillosa”. Esa recompensa no es otra cosa que la felicidad y ya hemos visto de dónde nace, de la mediocridad que buscaban Aristóteles y Marco Aurelio.

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Fotos | Alexander (2004); American Psycho (2000)

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