Los tres libros con los que Domingo Villar le dijo "te quiero" a la novela negra y siempre releeremos

Domingo villar
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A los fans de Domingo Villar, su muerte les ha pillado esta semana por absoluta sorpresa. El vigués fallecía repentinamente a los 51 años tras sufrir un infarto cerebral, dejando huérfano al inspector Leo Caldas, el famoso personaje al que dio vida con sus palabras. Sin embargo, la magia de la literatura es que ambos volverán a estar vivos cada vez que abramos cualquiera de sus novelas.

El de Domingo Villar es uno de los nombres más importantes del género negro en español (y en gallego, pues escribía en los dos idiomas), en el que debutó en 2006 con Ojos de agua. La novela supuso el nacimiento en la ficción de Leo Caldas y se convirtió en un éxito instantáneo, traducido en cuatro idiomas y con más de 500.000 ejemplares vendidos en todo el mundo. Este primer caso del inspector empieza en una casa cercana a la playa, en la costa gallega, donde se descubre el cadáver de un joven saxofonista que parece haber sufrido una de las torturas más crueles que se recuerdan.

Les asignan el caso al inspector Leo Caldas, un hombre solitario y nocturno, de buen paladar para los vinos y mejor oído para el jazz, y a su ayudante Rafael Estévez, un llano aragonés perdido entre gallegos. Este singular tándem es el encargado de investigar las altas esferas y los bajos fondos de Vigo para descubrir que las dobles vidas, como las mejores intrigas, siempre esconden inesperadas dobleces.

Sin embargo, lo suyo no fue un one hit wonder literario y en 2009 Villar demostró que los lectores se habían enamorado para siempre de las historias de Leo Caldas, consolidando el éxito de la serie con una nueva entrega. La playa de los ahogados se volvería a traducir en cuatro idiomas y sería, además, adaptada al cine en 2015 por el director Gerardo Herrero y el actor Carmelo Gómez como protagonista en una película homónima que puede verse actualmente en streaming en Amazon Prime Video.

En esta ocasión, el caso a resolver gira en torno a un marinero ahogado en la costa gallega y un pueblo que calla. Si no tuviese las manos atadas, Justo Castelo sería otro de los hijos del mar que ­encontró su tumba entre las aguas mientras faenaba. Sin testigos ni rastro de la embarcación del fallecido, el inspector Leo Caldas se sumerge en el ambiente marinero del pueblo, tratando de esclarecer el crimen entre hombres y mujeres que se resisten a desvelar sus sospechas y que, cuando se deciden a hablar, apuntan en una dirección insólita.

Además, Caldas atraviesa días difíciles: el único hermano de su padre está gravemente enfermo y su colaboración radiofónica en Onda Vigo se está volviendo insoportable. Tampoco facilita las cosas el carácter impulsivo de Rafael Estévez, su ayudante aragonés, que no acaba de adaptarse a la forma de ser del inspector.

Con la expectación en su pico más alto, habría que esperar diez años para saber cómo seguía la historia. Durante los años de silencio, el autor se enfrentó a la muerte de su padre y al bloqueo porque, en un mundo en el que la escritura se ha convertido en una produción en serie, tal y como contó él mismo: su "compromiso no es con un plazo sino con una historia que merezca la pena". Finalmente, en 2019 vieron la luz las 712 páginas de El último barco, que sería también su última novela aunque, en el momento de su fallecimiento, Villar se encontraba escribiendo una cuarta entega de las desventuras del inspector gallego.

En El último barco, la hija del doctor Andrade vive en una casa pintada de azul, en un lugar donde las playas de olas mansas contrastan con el bullicio de la otra orilla. Allí las mariscadoras rastrillan la arena, los marineros lanzan sus aparejos al agua y quienes van a trabajar a la ciudad esperan en el muelle la llegada del barco que cruza cada media hora la ría de Vigo.

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Una mañana de otoño, mientras la costa gallega se recupera de los estragos de un temporal, el inspector Caldas recibe la visita de un hombre alarmado por la ausencia de su hija, que no se presentó a una comida familiar el fin de semana ni acudió el lunes a impartir su clase de cerámica en la Escuela de Artes y Oficios. Y aunque nada parezca haber alterado la casa ni la vida de Mónica Andrade, Leo Caldas pronto comprobará que, en la vida como en el mar, la más apacible de las superficies puede ocultar un fondo oscuro de devastadoras corrientes.

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Foto de portada | Siruela

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