Por qué nos sentimos culpables si nos saltamos la dieta y cómo gestionarlo para disfrutar sin contemplaciones

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El dato es contundente: el 73% de las españolas se siente culpable al saltarse una dieta de adelgazamiento. Según una encuesta realizada por la app de bienestar ekilu, tres de cada cinco españolas sienten culpa cuando no siguen lo estipulado por su régimen y el 30% termina abandonándola como consecuencia. El fundador de esta aplicación, Carlos Melara, acompaña la estadística con una sentencia: "el concepto de cuidar la alimentación, por desgracia, parece ir íntimamente ligado a la culpabilidad, cuando es todo lo contrario, es sentirse bien con uno mismo y el entorno". Pero, ¿es estar a dieta y no saltársela sinónimo de "cuidar la alimentación"? ¿De dónde viene esa culpa tan arraiga que parece intrínseca? ¿Es demasiado tarde para quitárnosla?

Romper con la mentalidad de dieta

¿Por qué nos sentimos culpables al saltarnos la dieta? De primeras, la pregunta puede parecernos tan obvia que, precisamente por eso, tal vez sea importante dejar a un lado todo lo que creamos saber al respecto y escuchar la opinión de los expertos. Mª del Mar Cinto, además de directora de Idou Psicología, es psicóloga sanitaria; dietista-nutricionista y experta en psicología de la alimentación. Ella nos señala el origen de la culpa mucho antes de empezar cualquier dieta. Más concretamente, en la infancia:

"Desde muy pequeños recibimos mensajes donde se le da importancia al peso y al cuerpo. Escuchamos comentarios como: 'mira se ha descuidado, por eso ha subido de peso' o 'mírate tan delgada y guapa. Y yo vieja, gorda y horrible' o '¿por qué estas tan gordo?'. El mensaje que dan a entender es, primero, que ser gorda es ser fea. Segundo, que cuando crezcamos seremos: así gordas y feas y, tercero, que si yo quiero estar bien he de estar delgada, y si no lo estoy en mi culpa", nos explica la experta.

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Además, Cinto añade que "estar a dieta es una relación íntima y emocional con la comida basada en dos aspectos". El primero, según la psicóloga y nutricionista, sería "la culpa o la vergüenza por no cumplir con esas normas rígidas dietéticas". Y es que, "cuando estamos a dieta, sobre todo dietas restrictivas, estamos clasificando los alimentos como buenos o malos, donde la comida gira alrededor de todas nuestras decisiones". Siendo esto así, "escoger alimentos buenos quiere decir que nos estamos portando bien y eso hace que nos sintamos bien". Por el lado contrario, "si escogemos alimentos malos, nos portamos mal y, por tanto, nos sentimos mal". Este tipo de conductas serían un resumen de lo que la experta denomina "mentalidad de dieta".

No existen alimentos "buenos" y "malos"

Dentro de esa mentalidad de dieta, muchos tenemos interiorizado que, cuántas menos calorías tenga un alimento, más sano es. Sin embargo, para María Lerín, psicóloga especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria, "no existen alimentos buenos y malos, sino que la salud lo engloba todo".

En este sentido, la especialista nos cuenta que "salud es comerse una manzana porque te apetece y comerse un donut porque te apetece. Poder conectar con las señales de tu cuerpo y disfrutar de la misma manera ambos alimentos, teniendo en cuenta la situación en la que se da la ingesta". Para ello, nos hace una pregunta: "¿Cuán saludable sería comerse una manzana en una fiesta de cumpleaños mientras todos comen y disfrutan del pastel?".

Esta diferencia entre lo alimentos "saludables" y los "no saludables" es, tal y como señala Lerín, "la sociedad, los medios de comunicación o las redes los agentes que nos la llevan enseñando desde hace mucho tiempo". De este modo, "nos hacen creer que, comer aquellos considerados como no saludables, tiene que ver con no cuidarse, con engordar, que no tienes la suficiente fuerza de voluntad...", nos plantea la experta.

Los riesgos de la culpa

Esta mirada tan crítica hacia lo que comemos viene con peaje. Lerín nos advierte que puede generarnos tanta presión que afecte a nuestra salud mental hasta el punto de llevar a alguien a manifestar un trastorno de la conducta alimentaria.

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Por otro lado, la directora de Idou Psicología nos indica señales a las que tenemos que estar atentos ya que nos indican que nuestra conducta es perjudicial y que son:

  • Dedicar un tiempo excesivo al día a pensar en la comida, que se estima que está sobre las 3 horas y que se suele traducir en "una preocupación excesiva sobre lo que comemos. Así como por la calidad de alimentos por encima de disfrutar de su ingesta". A su vez, esto produce "una disminución de calidad de vida, conforme disminuye la calidad de la alimentación y aumenta la ansiedad alrededor de los hábitos alimentarios".
  • Es entonces cuando aparecen sentimientos de culpabilidad si no se sigue con las normas dietéticas y, como contramedida, puede aparecer la planificación excesiva de lo que se comerá en las próximas ingestas.
  • Este círculo vicioso puede llevar al aislamiento social con pensamientos disruptivos como "evitar comer fuera por no conocer cómo cocinan en los restaurantes, evitar que me vean comer por temor a ser juzgado, etc".

La comida no es el problema real

El primero paso para luchar contra la culpa es, según nos cuenta la psicóloga especialista en TCA, ver de dónde viene la culpa. "Porque quizá una persona que no se permite comer dulces dice: 'es que mi madre cuando era pequeña no me dejaba comer galletas en casa porque engordaban'. Entonces, ¿esa culpa presentada de quién es?, ¿de dónde viene? Quizá esa persona ha introyectado los mensajes de su madre, por lo que tiene que empezar a ver esto para, después, poder trabajar con la reconstrucción de su mirada, sus necesidades y deseos, y no los de los demás".

En la misma línea, Mª del Mar Cinto nos cuenta que "este motivo de consulta no se diferencia demasiado de otros síntomas psicológicos como las migrañas, los pensamientos negativos o los sentimientos de desesperanza". Y es que, "usamos una conducta/síntoma para tapar una falta y, si fracasamos al controlar esa conducta o síntoma, más ansiedad nos entra y, en consecuencia, más compulsivamente realizamos la conducta". Es decir, que se trata de un círculo vicioso en el que la conclusión es que no se puede controlar la comida.

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De hecho, cinto nos advierte: "el control de la comida como medio para apaciguar pensamientos y emociones negativas, solo nos lleva a un mayor descontrol de la comida. El cuerpo se revuelve intentando decirnos que la comida no es el problema, lo que se esconde tras ella es el problema real".

Vale pero, ¿qué hago si quiero saltarme la dieta?

Llegados a este punto, estamos preparados para conocer qué opinan los expertos sobre la gran encrucijada: estoy siguiendo una dieta pero tengo un deseo irrefrenable de bajar al súper a por un paquete de galletas. Porque sí, sin que haya detrás una ocasión especial o cualquier otro motivo con el que justificarlo. ¿Qué hago?

María Lerín no duda en su respuesta: darnos el gusto. "Porque ninguna dieta, salvo en caso de enfermedad o patología, debería llevar implícita la palabra prohibición". Para ella, la mejor dieta es "la alimentación consciente: aprender a escuchar tu cuerpo, entender las señales de hambre y saciedad y cuidarlo al máximo, dándole lo que necesita. Solo de esta manera, podremos mejorar la relación con él".

Sin embargo, Cinto se queda en un punto medio en el que no hay que "ni reprimir los impulsos ni caer irrefrenablemente en ellos". Nos recuerda que "dejarse ir y soltar el 'control' de la ansiedad por comer no es una tarea fácil" y nos los explica mediante una metáfora: "cuando intentamos ejercer control a través del síntoma, es como si intentásemos manejar un cuchillo por la punta. Estamos usando el método inadecuado. La otra parte del control, que sería el mango, radica en la persona: ¿qué necesita? ¿cuál es su falta?".

Esto se debe a que "todo impulso intenta comunicarnos algo sobre nuestro estado ya sea mental, corporal o ambos", tal y como nos cuenta la psicóloga y nutricionista de IDOU. Y añade: "Cada mente, cada cuerpo y cada impulso es único, así que hemos de hacer el esfuerzo por entender de dónde vienen y aceptar la necesidad que va asociada a él. Aceptar esa necesidad no es necesariamente aceptar el impulso y, es más, en muchas ocasiones, si entendemos y aceptamos la necesidad, el impulso como ese acto irrefrenable que genera ansiedad, tiende a desaparecer o se replantea de forma positiva".

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