Creo que sufro “dismorfia de productividad”. Qué es y cómo superarlo para ser más felices con el trabajo que hacemos

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Hace unas semanas tuve entre manos un proyecto bonito, de esos que te vacían por dentro y que a priori, deben hacer que te sientas orgullosa. Digo a priori, porque a pesar de que recibí felicitaciones por él, cuando terminé tenía una sensación extraña. Escribí sobre el Imperio Romano femenino y cuando el artículo se publicó, me sentí abrumada. Sentía que no había hecho nada, a pesar del esfuerzo. Que no había sido suficientemente productiva con ese tema concreto.

No se trataba del síndrome del impostor, que se enfoca más a pensar que somos un fraude y a un sentimiento de no realidad. En mi caso era más bien como si lo que es y lo que percibo, fueran conceptos totalmente disociados. Como una dismorfia.

Iria Reguera, psicóloga y redactora jefa de Trendencias, nos explica que “la dismorfia se suele aplicar a la percepción del cuerpo, como una alteración en la percepción que tenemos del mismo que nos hace percibir defectos o imperfecciones en nuestro cuerpo en los que no podemos dejar de pensar”. Pero entonces surgió una pregunta: ¿la dismorfia es aplicable al éxito laboral? Lo es.

Si atendemos a la palabra dismorfia, del latín dis (que algo está mal) y morphe (forma) la dismorfia sería una alteración en la percepción de una forma. Y esa forma es en mi caso, la productividad y el éxito. Sorpresa la mía cuando empecé a investigar y descubrí que existe algo llamado “dismorfia de productividad”.

Qué es la dismorfia de productividad

Aplicado al ámbito laboral, la dismorfia de productividad es, a grandes rasgos, una alteración en la percepción de la propia productividad o del trabajo realizado. Una disonancia entre lo que se logra y el sentimiento de logro.

La primera vez que aparecía el término fue en Twitter, ahora X, en julio de 2020. El diseñador californiano Ben Uyeda decía: "Siento que la dismorfia de productividad debería reconocerse como una cosa".

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El término fue acuñado después por la periodista Anna Codrea-Rado. Ella afirma que surgió cuando leía las memorias de Otegha Uwagba, We need talk about money, que calificaba su relación con sus finanzas como dismorfia monetaria. "Es posible sentir que no tienes suficiente dinero y actuar en consecuencia, incluso cuando lo tienes", escribía Uwagba. Lo mismo le pasaba a la periodista, pero con la productividad.

Según Codrea-Rado la dismorfia de productividad es “la desconexión entre lo que objetivamente lograste y tus sentimientos al respecto”. De hecho, si sufres de dismorfia de productividad, aunque seas tremendamente productiva y logres un gran éxito, no tendrás sensación de logro.

Si hacemos caso a este artículo de Review of Clinical Psychology el trastorno de ansiedad generalizada se asocia a una preocupación constante que incentiva la negatividad y las emociones desreguladas, lo que podría estar provocando que esa sensación de fracaso se acentúe. El perfeccionamiento excesivo, podría ser otra causa, así como una autoestima baja, por ejemplo. Según Anna Codrea-Rado, la dismorfia de productividad se encuentra en la intersección del agotamiento, el síndrome del impostor y la ansiedad, que nos empuja a actuar sintiendo que nunca es suficiente.

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Podríamos hasta decir que es el alter ego de la ambición. Existe una búsqueda de la productividad que nos impulsa a hacer más y al mismo tiempo, esa sensación nos priva de la capacidad de saborear cualquier éxito. Y por lo visto es más común de lo que creía. ​Muchos trabajadores y trabajadoras son demasiado autoexigentes en el ámbito laboral y en cambio tienen siempre la sensación de que no están esforzándose lo suficiente. Cuando pregunté a mis compañeras si a ellas les pasaba la respuesta fue “sí, todo el tiempo”.

Una de ellas afirmaba que ve clarísimamente todo lo que hace mal, pero en cambio cuando tiene éxito siempre lo achaca a factores externos como la suerte, la implicación de otras personas, la casualidad y hasta la sensación de que, en el fondo, no sería tan difícil. Otras sienten que no valen para lo que hacen a diario, a pesar de su talento y de que desde fuera, percibimos justo lo contrario. Incluso hay quien piensa que si algo le sale mal, es porque en realidad no está a la altura.

Pero hay un caso que viene de antes incluso de empezar a trabajar. Una de las compañeras afirmaba que siempre ha sido ambiciosa y que tiende a echar toda la carne en el asador para conseguir lo que quiere. “En parte creo que viene condicionado por lo exigentes que han sido siempre mis padres en casa. Cuando me daban una nota en el colegio o en el instituto casi que lo primero que pensaba al oírla era en mi madre. Si iba con menos de un 8-8.5 ya era como... se vienen cositas.”

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Ella se motiva mucho con cualquier proyecto y cuando le llegan las oportunidades, afirma que las aprovecha pero “luego veo el resultado, me siento vacía y siempre quiero más.” Es justo el ejemplo de lo que la dismorfia de productividad hace. “El fracaso, posible fracaso, o lo que entendemos como tal como antítesis a un éxito marcado por un mundo hipercapitalista me pesa”, afirma.

La psicóloga Valeria Sabater afirma que “no es una entidad clínica diagnosticable, se trata de una condición que integra desde el síndrome del impostor, la ansiedad y el perfeccionismo extremo. Los sentimientos de culpa que se derivan trazan, poco a poco, una visión negativa de nosotros mismos.”

La diferencia entre el síndrome del impostor y la dismorfia de productividad

Es sutil, pero ambos términos son diferentes. El síndrome del impostor hace alusión a la poca confianza en uno mismo a la hora de llevar a cabo un trabajo. En cambio la dismorfia de productividad es la desconfianza frente al trabajo ya terminado. En uno hablamos de la confianza en la propia capacidad para producir trabajo y en el otro caso, de la producción en sí.

Un ejemplo para entenderlo mejor. Eres la encargada de coordinar a un equipo de redacción en una revista. Las cifras acompañan, el público lee los artículos que escribís y tu equipo está contento con la gestión de tu trabajo. Pero sin embargo al volver a casa después de trabajar no piensas en los éxitos. Al contrario. Sientes que eres un fracaso y que deberías hacer más, lo que te genera ansiedad, fatiga y una autoestima baja.

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Qué hacer si sientes que sufres dismorfia de productividad

La dismorfia de productividad podría ser un síntoma de problemas de salud mental, como agotamiento, ansiedad o depresión, tal y como afirma Kate Daley, psicóloga clínica de la plataforma de salud mental Unmind. Además de acudir a un especialista de salud mental para tratar este problema desde la raíz, hay un par de trucos que puedes poner en marcha para solventarlo. Por mi parte los he comenzado a hacer todos y funcionan muy bien para ver la realidad como realmente es.

Lindsey Ellefson, periodista especializada en salud mental, explicaba en Life Hacker que para ser conscientes de lo productivas que somos en realidad, podemos incluir una lista con las tareas terminadas junto a las pendientes, por ejemplo al hacer una matriz de Eisenhower en el trabajo. Es una forma de reconocer ese trabajo que sí haces y tu cabecita no te permite ver.

Además, es necesario que dejemos tiempo al ocio y a la desconexión, algo de lo que ya te hablamos aquí como truco para aumentar la productividad, y que la propia Anna afirma que le funciona. Programar el ocio es tan necesario como programar la agenda de trabajo, para evitar el agotamiento.

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De la misma manera, aprender a escuchar y aceptar los cumplidos nos permite cambiar la manera en que nos vemos, tal y como nos explica Iria Reguera que afirma que “una vez que empieces a creer sinceramente en esta realidad, podrás empezar a cambiar los mensajes que te mandas a ti misma sobre tu persona.”

Por último, escuchemos a quienes nos quieren. Una de las compañeras a las que he preguntado para hacer este artículo nos decía “No creo que se trate tanto de aprender a sentirse plena cuando las cosas salen bien sino a no sentirse una mierda cuando salen mal. Mantenerse en un punto medio y darle a las cosas la importancia que tienen. Saber que siempre estamos aprendiendo.”

Pero sin duda me quedo con lo que nos ha dicho a todas: “Chicas, todas valéis para lo que hacéis, si no no lo haríais todos los días”. Gracias María Yuste por vernos como, a veces, no conseguimos vernos nosotras.

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