Hace 2000 años Julio César practicaba el ileísmo. Le ayudaba a tomar mejores decisiones sin saberlo

El general lo hacía hace más de dos milenios y se ha convertido en nuestro nuevo imperio romano ahora que la psicología nos explica por qué funciona el truco

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Anabel Palomares

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Tras su triunfo en las Galias, Julio César cruzó el límite entre la Galia Cisalpina e Italia, el río Rubicón mientras afirmaba “Alea iacta est” (la suerte está echada). Sabía lo que suponía cruzarlo en aquella época y tras hacerlo, conquistó el poder por la fuerza. Lo describió en ‘Commentarii de Bello Gallico’, pero lo hizo como si la hazaña hubiera sido de otro. No decía “yo”, sino que decía “César”. El gran Cayo Julio César practicaba lo que se conoce como ileísmo.

Qué es el ileísmo

El ileísmo es la práctica de hablar de uno mismo en tercera persona en lugar de en primera persona. No digo “tengo sueño” sino “Anabel tiene sueño”. No es ego ni una extravagancia sino una estrategia de pensamiento que ahora los psicólogos recomiendan como método para pensar, liderar y manejar las emociones usándolo en nuestra autoconversación.

Hablar de uno mismo usando nuestro nombre propio o “él/ella”, en vez de usar “yo”, se vuelve una herramienta. Una forma de crear distancia, autoridad o ambas. En el caso de Julio César, redactaba pasajes como: “César ordenó a sus legiones avanzar” o “César comprendió que el momento había llegado” y según explicaba la historiadora Mary Beard en su libro ‘SPQR’, este estilo le ayudaba a parecer objetivo, como si alguien más estuviera narrando sus hazañas. Era una forma sutil y eficaz de presentarse como un líder sensato y sin dudas. Lo más fascinante es que dos milenos más tarde, la psicología respalda su efecto.

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El efecto del ileísmo en nuestra forma de pensar

Lo que Julio César había intuido por instinto, es algo ahora probado por la psicología: hablar de uno mismo en tercera persona cambia la manera en que pensamos. Lo que se conoce como la paradoja de Salomón afirma que somos más sabios (y mejores) dando consejos a otros que a nosotros mismos, y es un poco el efecto que conseguimos si nuestro discurso interno es en tercera persona.

Ethan Kross, profesor de psicología de la Universidad de Michigan, analizaba esto en uno de sus experimentos y descubría que las personas que hablaban de sí mismas en tercera persona (por ejemplo, “María está nerviosa” en vez de “estoy nerviosa”) manejaban mejor el estrés y tomaban decisiones más racionales que aquellos que no lo hacían. Según Kross, se debe a que el ileísmo crea un tipo de “distancia psicológica” que nos saca del torbellino emocional y nos permite ver las cosas con más claridad.

En su libro ‘Cháchara: Por qué es tan importante la voz en tu cabeza y cómo sacarle partido’ Kross afirma que “Cuando nuestra charla es intensa, nos priva de los recursos neuronales que necesitamos para concentrarnos, distanciarnos y recuperar el control de nuestra voz interior. Sin embargo, el diálogo interno distanciado evita este dilema. Ofrece altos resultados y poco esfuerzo”. Nuestro cerebro asume que somos quien da el consejo y no quien lo recibe, aunque en realidad seamos ambas, y nos permite salir de esa vorágine emocional. Mantener ese diálogo interno en tercera persona, como hacía la deportista Simone Biles antes de una competición, es también una forma de darle intencionalidad al discurso.

Por qué funciona tan bien

Hay más estudios que afirman que el uso regular del ileísmo tiene beneficios duraderos a nuestra forma de pensar. Además de que tomamos distancia, el ileísmo funciona por cómo usamos el lenguaje para pensar. La forma en que hablamos de nosotros mismos moldea nuestra percepción. Nos convierte en nuestros propios narradores y esa narración puede ser poderosa. No es lo mismo decir “no puedo con esto” que decir “Anabel está pasando por algo difícil, pero puede manejarlo”. Suena distinto y nuestro cerebro también lo siente diferente.

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