El concepto de "girlboss" se popularizó cuando Sophia Amoruso publicó su autobiografía titulada ‘#Girlboss’ en 2014. La empresaria convirtió una cuenta de eBay en Nasty Gal, una de las primeras plataformas de ecommerce que, tras tras diez años siendo líder, caía en desgracia. Pero lo que nos interesa aquí es el movimiento que empezó cuando el "girl power" de los años 90 sentaba las bases para una nueva ola del feminismo. Con figuras como las ‘Spice Girls’ encontramos voz y un objetivo: empoderamiento y éxito profesional.
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El engaño de las girlboss
Con Amoruso cogió fuerza el concepto de girlboss que afirmaba que el éxito profesional de las mujeres era una búsqueda justa de la igualdad. Se acuñó para describir el enfoque de Sheryl Sandberg, la que fuera directora de operaciones de Facebook, que en su libro ‘Lean In: Women, Work and the Will to Lead’ alentaba a las mujeres a ingresar en un mundo percibido como masculino, el del liderazgo, usando “esfuerzo” y “coraje”. Suena realmente empoderador, pero en realidad no es tan feminista como parece.
El ideal de la girlboss se convirtió en un modelo del marketing y comenzó un movimiento que pronto se vería en camisetas que nos animaban a golpe de “girl power”, a tomar las riendas. A ser individualistas y resistentes. “Llegué a la edad adulta creyendo que el capitalismo era una estafa pero en cambio descubrí que es una especie de alquimia. Combinas trabajo duro, creatividad y autodeterminación, y las cosas comienzan a suceder”, escribió Amoruso en su libro. Y esa idea de que podíamos conseguirlo se metió en nuestra cabeza. Ser mujer trabajadora no era suficiente. Tenías que ser jefa. Tu confianza, autoestima y éxito dependían de ello. Era una lucha por la igualdad, o eso creímos.
Sandberg describió su libro como una "especie de manifiesto feminista", pero en realidad estaba lleno de contradicciones y atribuía la responsabilidad del éxito a las mujeres de una forma individual sin tener en cuenta el contexto o las estructuras sociales que las rodeaban. Y lo peor es que replicaba las dinámicas de poder opresivas que pretendía desafiar. Era un libro de consejos para mujeres blancas privilegiadas que nos comimos con patatas. Nos dijeron que podíamos tenerlo todo y nos lo creímos. Pensamos que era posible ser una mujer de éxito sin renunciar a nada. Spoiler: no es posible. O al menos no como lo vendieron.
En un mundo que te exige la eterna productividad, no hacer nada es la auténtica revolución
Existen ciertos problemillas, como bien analizaba Pepa López, que nos lo impiden, como podría ser la doble jornada laboral. Por eso no es de extrañar que nuestra idea de éxito actual, después del desengaño vivido a lo largo de los años, nos haya llevado a un nuevo objetivo feminista que nada tiene que ver con el concepto de éxito que vendía Sandberg y que tanto triunfó. Y es que amiga, en un mundo que te exige la eterna productividad, no hacer nada es la auténtica revolución. Nos hemos cansado de las mujeres exitosas y ahora el objetivo es otro.
La caída del concepto girlboss
En 2019, como explicaba Athena Brown en The Daily Campus, las feministas y el mundo en general habían cambiado de opinión. Para el feminismo, el hecho de que unas pocas mujeres asciendan en la jerarquía no resuelve los problemas sistemáticos del patriarcado o la clase social. Para el mundo, el concepto de mujer exitosa se convirtió en otra cosa: un insulto utilizado para menospreciar a un tipo de mujeres. Aquellas que se cuidaban, que estaban ávidas de poder y que se ponían a sí mismas por encima del resto. Y es que si queríamos poder, debíamos renunciar a otras cosas y convertirnos en lo que a ojos de muchos era una mujer egoísta.

Una girlboss se convirtió así en una contradicción. Por un lado era una mujer dispuesta a aplastar a cualquiera que se cruzara en su camino, por el otro, como señalaba Brown, era una mujer “demasiado estúpida e ingenua para comprender el poder real" que seguía sin estar en nuestras manos. Pensemos en algo que quizá no estamos teniendo en cuenta y es que las girlboss no cambiaron el sistema, prosperaron dentro de él. Un sistema podrido que ahora se desmorona y que nos ha hecho ver que esa promesa de éxito sin precedentes era en realidad una utopía si el entorno no cambiaba.
A la caída de girlboss se unió un nuevo concepto, girlboss fatigue, un término que, como explican desde Artículo14, “encapsula un sentimiento colectivo -mayoritariamente, hombres- de agotamiento y crítica hacia la narrativa que rodea a las mujeres exitosas en el ámbito empresarial, cultural y artístico”. El éxito femenino molesta, y lo hemos visto con Taylor Swift. Quisimos liderar y cuando lo hicimos, nos juzgaron.
La confianza que arrastramos de las girlboss
El movimiento girlboss nos hizo creer que la autoconfianza y el hecho de tenerla, era la solución a todos nuestros problemas, algo que analiza largo y tendido Mina Le en su canal de YouTube. Ella usa una escena de la serie de ‘Euphoria’ para introducir un concepto que nos han metido hasta en las tazas de desayuno: “Every day you get out of bed, it's an act of courage (Cada día que te levantas de la cama, es un acto de valentía)”. Si estás mal, es porque quieres. Te falta fuerza de voluntad, así que toma las riendas. Si quieres, puedes. De nuevo se pone el foco de absolutamente todo lo que nos pasa en nosotras mismas y en nuestras capacidades en un discurso reduccionista.
La socióloga Rosalind Gill y la profesora Shani Orgad explicaban en su libro ‘Confidence Culture’ que “tener confianza en uno mismo es un imperativo de nuestro tiempo. A medida que se profundizan las desigualdades de género, raciales y de clase, se insta cada vez más a las mujeres a creer en sí mismas”, creándose así una cultura de la confianza según las expertas que no ataja el problema real.
Como explicaban en una entrevista a la revista Vox, “durante la última década, aproximadamente, fuimos testigos de imperativos dirigidos particularmente a las mujeres: tener confianza en sí mismas, creer en sí mismas, amarse a sí mismas”. Estos mensajes lo que consiguen en realidad es desviar la atención de las desigualdades estructurales, culpando a las mujeres por su falta de confianza en lugar de abordar las barreras sistémicas. Es decir, tenemos el mismo problema que veíamos con el concepto girlboss, y es que se pone el foco individual sobre nosotros, pidiéndonos que nos “arreglemos” sin exigir cambios en la sociedad.
Se pone el foco de todo lo que nos pasa en nosotras y nuestras capacidades en un discurso reduccionista
Audre Lorde escribió que "cuidarme a mí misma no es autocomplacencia, es autopreservación y eso es un acto de guerra política". Pero ¿qué ocurre cuando se convierte en una exigencia? Hace diez años ya se observó que los millennials gastaban el doble que los baby boomers en autocuidado. En 2022, la venta de productos de autocuidado crecía un 12% alcanzando los 7.000 millones de euros. En España, en 2023 y según la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética (Stanpa), se vendió un 12,1% más de productos de perfumería y cosmética.
“Este crecimiento refleja una sociedad donde el bienestar y el cuidado personal son valores al alza, con una cultura arraigada y muy equilibrada”, aseguraba Stanpa al emitir los datos. Pero la cultura de la confianza tiene mucho más que ver. Se nos exige amarnos y cuidarnos y se nos presiona socialmente para hacerlo. Y no solo eso, se nos pide amarnos como somos mientras nos bombardean con anuncios que explotan nuestras inseguridades mientras vivimos pensando en que también debemos entrar en un ideal de belleza. Y es que los imperativos “ama tu cuerpo” o “cree en ti”, dirigidos a las mujeres, implican que son los bloqueos psicológicos y no las injusticias sociales arraigadas los que frenan a las mujeres.

El nuevo objetivo feminista
Existe una relación directa entre esa cultura de la confianza y el neoliberalismo, porque ambas promueven la responsabilidad individual y el éxito personal como soluciones a los problemas sociales. Como bien explicaban Gill y Orgad en su libro, así "el feminismo se transforma en una búsqueda de empoderamiento individual, en lugar de una lucha colectiva por la igualdad".
Contra esto lo que nos queda es encontrar un nuevo objetivo feminista y pasa por algo que está a caballo entre el privilegio de unos pocos y un acto de resistencia: no hacer nada. Ya no buscamos el prestigio ni la virtud que otorgaban las largas jornadas laborales juzgadas desde los valores capitalistas. Ahora el objetivo es poder pasar la tarde viendo una serie en Netflix, tener tiempo para plantar y cuidar un huerto o simplemente, tomar un café con amigos.
Lo que se persigue ahora es el éxito visto como algo que lucha contra la productividad extrema que vivimos. Perseguimos tener tiempo. Tiempo para pensar y reflexionar sobre cómo cambiar las cosas, pero también tiempo para no ser productivas. No hacer nada está de moda, y ser una mujer trabajadora también, solo que no como antes. Ya no nos interesa ser jefas porque solo queremos vivir.
Cuando empezó la caída del movimiento girlboss y empezó a usarse como burla, se comenzó a ver el mundo de otra forma. “Los memes anti-girlboss son una invitación a imaginar un mundo que no esté estructurado por el capital, la acumulación de riqueza y la explotación”, explicaba Sophie Lewis en Lit Hub, y ese ideal que no invita a tener más dinero, más confianza y más productividad es una lucha contra un sistema que se pintaba feminista pero que solo era un engaño más del capitalismo.
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