Solo llevo dos meses con este nuevo hábito y ya me ha cambiado la vida: más bienestar y mucha más productividad

Mi mejor amiga me lo dijo hace tiempo cuando la visité después de mudarse de Madrid a Fuerteventura. No fue la única. Otra amiga más también me lo recomendó una de las veces que nos vimos, cuando le dije que dormía mal y que me levantaba siempre cansada y mi cuñada, también lo implementó en su familia hace años, así que en septiembre me decidí a probar un nuevo hábito. No sabía que me cambiaría tanto la vida.

El hábito que probé (y con el que me quedé) es cenar pronto. Va en contra de lo que en España hacemos de manera natural y diría que cultural. Hasta el pasado septiembre seguía los mismos ritmos que se siguen de forma habitual en España, y tenemos fama de ser un país "tardío" en el que cenamos tarde (entre las 21.30 y las 22.30) y nos vamos a la cama a dormir también tarde. Yo cumplía con estos horarios y además no hacía caso a la recomendación de la mayoría de los expertos que aseguran que deben pasar al menos tres horas entre la cena y la hora de acostarnos. No cenaba nunca antes de las diez de la noche y cogía la cama alrededor de la una de la mañana. El resultado solía ser que me levantaba cansada, con la sensación de no haber descansado nada, con dolores de estómago y con la sensación de que la fatiga me acompañaría toda mi vida. 

“Tendré el hierro bajo… o la vitamina D baja o cualquier cosa de esas”, le decía a mi mejor amiga. Pero no, lo que tenía es que no dormía bien como la mayoría de los jóvenes según la Sociedad Española de Sueño. Más allá del cansancio, existen varios estudios que relacionan cenar tarde con mayores niveles de obesidad y grasa corporal. También se ha asociado con un mayor riesgo cardiovascular. La ciencia ha encontrado evidencia de que el horario de nuestras comidas tiene un impacto directo en la calidad del sueño, el metabolismo y hasta en la esperanza de vida.

Un cambio en las horas que influye en mi rendimiento todo el día

Ahora ceno a las 20 y me meto a las 11 en la cama a leer, cerrando el libro sobre las 11 y media más o menos. La ciencia tenía razón. Y mis amigas también. Ahora me levanto mucho más descansada y ligera, con más energía y con una sensación de descanso que no había tenido nunca y eso influye de forma directa en mi productividad. 

Igual que la falta de sueño afecta al sistema inmunológico, metabólico, cardiovascular, emocional y cognitivo, que nos lleva a estar más cansados e irritables, aumentar nuestros niveles de estrés y equivocarnos más, un buen descanso mejora la concentración y toma de decisiones, aumenta nuestra capacidad de manejo del estrés, nos da energía y todo ello, influye en la productividad. 

Yo me he convertido en guiri cenando pronto y no me arrepiento para nada, aunque al principio me costase. Un consejo de alguien que ha cambiado el hábito a otro que quiere cambiarlo: ve poco a poco y comienza por adelantar una hora y cuando lleves así un par de semanas, adelantar una más para que tus ritmos circadianos se vayan adaptando. No vas a arrepentirte de cenar pronto porque cuando tu cuerpo se acostumbre y veas los resultados te preguntarás por qué no lo hiciste antes. 

Fotos | Mel Elías en Unsplash, Stefan Vladimirov en Unsplash

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