Alcanzar la felicidad puede ser uno de los objetivos más preciados de toda persona a lo largo de la vida, pero la felicidad es muy relativa y cada uno la vive según sus circunstancias vitales.
Un estudio realizado en Harvard sobre el desarrollo adulto, decía que la felicidad depende de muchos factores de la vida. En su investigación realizó una serie de pruebas súper completas a sus participantes; desde revisiones médicas de salud física y mental hasta estudiar su ADN, dónde trabajaban, cómo eran sus relaciones sociales, sus experiencias de vida... entre otros muchos.
Las conclusiones que se lanzaron de este estudio fueron que la felicidad no depende de una persona como sujeto individual, sino que las emociones que vivimos cada uno de nosotros podrían ser contagiosas. Sí, como lo lees. La tristeza se contagia, la ansiedad se contagia, y, claro, con la felicidad también pasaría lo mismo, se contagia.
De estas conclusiones se desprendía también la teoría de que las amistades, por tanto, juegan un papel muy importante para alcanzar la felicidad. Y es que según el mismo estudio, una buena y constante relación con nuestros familiares y amigos podría hacernos más felices, más saludables, e incluso, podría darnos más años de vida.
La felicidad tiene forma de U
A esto, podríamos unirle otro de los estudios que también nos ha llamado mucho la atención sobre este tema, y es el de “la curva de la felicidad”. Y es que, quizás, alguna vez te has preguntado por qué las sonrisas, o los “smiles” se representan con forma de U, pues bien, porque, según esta investigación, llevada a cabo por los economistas Andrew Oswald y David Blanchflower, los picos de bienestar aparecen durante dos momentos concretos de nuestra vida: en la infancia y en la madurez tardía, lo que genera una curva en forma de U.
Quizás no lo recordemos pero cuando somos tan solo unos niños, nuestro intelecto está todavía sesgado y limitado por lo que, según este estudio, nuestro grado de felicidad sería mayor al de años posteriores. Después llegamos a los 20 años y es entonces cuando comenzamos a darnos cuenta “de qué va la vida”, estudiamos, nos formamos... es una época basada sobre todo en el aprendizaje. A los 40 se suele pasar por una crisis existencial en la que nos preguntamos “qué hacemos”, “hacia dónde vamos”, “qué hemos hecho con nuestra vida”, “dónde queremos llegar” e, incluso, nos replanteamos muchas cosas como el trabajo o la paternidad. Pero después, llegan los 50 y aquí es donde la investigación nos dice que, de nuevo, volvemos a una época de calma, y a disfrutar de las pequeñas cosas, lo que nos devolvería esa felicidad que se había perdido anteriormente.
El libro de "La curva de la felicidad: por qué la vida mejora después de los 50", del autor Jonathan Rauch, también explica qué ocurre durante estos años de nuestra vida, pero este además aporta el cómo nuestro cerebro funciona en la transición a la mediana edad. "A medida que nos hacemos mayores nuestros cerebros se vuelven más resistentes al estrés, experimentamos menos remordimientos, somos más positivos, somos emocionalmente menos volátiles, aprovechamos más el momento, conectamos mejor con la gente, e incluso, tenemos cierta protección frente al daño emocional causado por la pérdida de salud", dice el escritor en su libro. Así que, podríamos decir que llegados a una edad el cerebro da más valor a lo positivo que a lo negativo, dando prioridad a aquello que nos hace felices.
Desde luego, parece que a partir de los 50 tenemos todo a favor para desarrollar una mayor felicidad, pero, esto nos da qué pensar. ¿Por qué esperar a los 50 cuando si está en tu mano poder ser feliz antes? Desde ya podemos empezar a valorar nuestras amistades, nuestra familia, ser más positivos, vivir más el presente y aprovechar al máximo cada minuto, porque al final, vida solo hay una.
Fotos | cottonbro studio y Kampus Production Pexels
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