Se llama Cybrothel y se vende como el primer ciberburdel del mundo. Aunque lo que parece, sobre todo, es un cruce entre una instalación artística underground y un sueño erótico distópico. Ubicado en Berlín, donde el trabajo sexual es legal, los visitantes no llegan a este espacio para mantener relaciones sexuales con mujeres de carne y hueso sino con muñecas hiperrealistas que incorporan inteligencia artificial. Fundado en 2020 por el cineasta austríaco Philipp Fussenegger, permite que cualquier hombre (porque el 98 % de los clientes lo son), que lleve 100 euros en el bolsillo (su tarifa más básica), pueda tener un encuentro sexual personalizado en el que no se necesita de consentimiento y lo ilegal ya no es delito.
¿Burdel ético o normalización de la cosificación extrema? Las muñecas disponibles en Cybrothel se ajustan a un ideal de belleza hipersexualizado, con cinturas imposibles de avispa y pechos exageradamente grandes. Además, pagando un suplemento, son cuerpos de silicona que también pueden “llorar”, “orinar” o aparecer cubiertas de sangre y semen, entre otras funciones. El cliente escoge también postura, atuendo y hasta si quiere interactuar "con ellas" mediante una actriz de que responde por voz y en tiempo real desde una sala de mandos.
Para el cliente, desaparecen tanto las restricciones morales y legales que pondrían límites a sus fantasías si las llevara a cabo con una persona real, como también el riesgo de contraer ETS o incluso de estar cometiendo una infidelidad. De este modo, mientras que Fussenegger defiende que su burdel permite a los hombres explorar “de forma ética” ciertas fantasías, algunas activistas feministas, como Laura Bates, denuncian que lo que se crea es un entorno que normaliza la violencia y la cosificación extrema del cuerpo de las mujeres.
Partes del cuerpo arrancadas y una muñeca destrozada con violencia. Bates, de hecho, llevó a cabo una investigación encubierta y se encontró con muñecas con la ropa rota y partes del cuerpo arrancadas, contradiciendo esa narrativa de sexo ético con la que se quiere vender el lugar. Fussenegger, por su lado, le quita hierro al asunto, pero sí admite que tuvo que denunciar a un cliente que destrozó violentamente una de las muñecas. No obstante, el principal problema que plantea este tipo de puticlub se encuentra fuera de sus paredes. Radica en el impacto que puede tener este comportamiento en cómo se trata después a las mujer reales .
Tener un objeto antropomorfo y sexualizado al que está permitido hacerle cualquier cosa no es inocuo porque convierte la relaciones sexuales en algo unidireccional, que carece de reciprocidad y límites. De este modo, la psicóloga Daria Kuss opina que “el desequilibrio entre las expectativas creadas por una IA y la realidad humana puede alimentar dinámicas machistas, afectar a la empatía y trivializar la violencia”.
Ian Pearson tenía razón. Como industria emergente, el sexo tecnológico está en plena fase de evolución y expansión, algo que además hace sin una legislación que, como siempre, va muy por detrás de los avances de la ingeniería, para ponerles normas y frenos cuando hace falta. Ya hemos empezado a conocer los primeros testimonios de personas que mantienen relaciones sexuales y románticas con modelos de lengua generativos, como Chat GPT. De hecho, una encuesta realizada por la empresa de inteligencia artificial Joi AI a 2000 personas de la generación Z ha rebelado que 8 de cada 10 se casarían con una IA.
Es más, Un análisis publicado recientemente por 'Harvard Business Review' ha recogido los principales usos que le da la gente a la IA generativa y a los grandes modelos lingüísticos y ha situado la búsqueda de compañía en el primer puesto. Así que, cuando hace una década, el futurólogo tecnólogo Ian Pearson predijo que para 2025 tendríamos más sexo con robots que con humanos, parece que no iba tan desencaminado. La cuestión es, ¿estamos preparados?
Fotos | Cybrothel
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