No sabía el daño que esta práctica que imponía en casa estaba haciendo a mi pareja hasta que rompimos

Que muchos lo hayamos hecho no significa que esté bien, ya que tiene consecuencias en la autoestima, la confianza y la comunicación

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Anabel Palomares

Editor

Hace muchos años tuve una discusión gordísima con la que era mi pareja. La recuerdo porque fue una de las más significativas de las muchas que tenemos y porque pasados los años me di cuenta de las implicaciones de lo que había hecho. Me gritó, le grité y, ofendida, decidí dejar de hablarle. Impuse entre nosotros lo que se conoce como la ley de hielo.

Este “castigo”, es una estrategia en la que, en lugar de expresarnos, optamos por mantener un silencio prolongado. La psicóloga experta en relaciones María Esclapez, explicaba en su libro ‘Me quiero, te quiero’, que es una conducta agresivo-pasiva y una forma de abuso emocional que puede tener un gran impacto en la otra persona, aunque lo hagamos sin darnos ni cuenta. Según Laura Palomares, Psicóloga General Sanitaria y Sexóloga, esta táctica “no solo bloquea la comunicación, sino que erosiona la confianza y la cercanía en la relación”. Se trata de una maniobra que se puede utilizar en todo tipo de relaciones, pero es especialmente recurrente en las relaciones de pareja.

La ley de hielo y su hermano pequeño: el silencio ruidoso

En mi caso, tras la discusión que comentaba, lo que hice fue un “silencio ruidoso”. Mi boca no hablaba, pero mis acciones hacían ruido: daba portazos, sacaba los cacharros de la cocina ruidosamente y lanzaba al aire grandes suspiros con la intención de que la otra persona se diera cuenta de que estaba enfadada. Lo que entonces no sabía es que ese ostracismo al que sometía a la que era mi pareja, ese castigo, tenía un coste en él y en mí.

Aunque me ofrecía un consuelo temporal, terminaba sintiendo culpa y remordimientos por lo que hacía, y con el tiempo era cada vez más complicado abordar los conflictos con él y me costaba más tener conversaciones normales en las que yo no huyera. Utilizar la ley del hielo puede darte una sensación de poder y control pero es agotador porque no se trata de un comportamiento normal en la relación, y requiere mucho esfuerzo cognitivo y emocional para mantenerlo.

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Para quien sufre la ley de hielo y el silencio ruidoso, puede existir como explicaba Palomares, daños en la autoestima, confusión, ansiedad, angustia y frustración. La psicóloga Belén Colomina asegura que “la persona que recibe este trato comienza a sentir que debe pedir perdón o justificarse, incluso sin saber exactamente qué ha hecho mal. Esto genera una sensación humillante de abuso de poder y fomenta una relación basada en el miedo y la inseguridad”. Por si eso fuera poco, hay investigaciones que sugieren que ser excluido e ignorado activa las mismas regiones dolorosas en el cerebro que el dolor físico.

En ocasiones lo hacemos porque lo hemos vivido en la crianza en nuestro núcleo familiar, y se asocia con una baja autoestima de quien lo practica. Aunque se normalice ese silencio ruidoso o la ley de hielo en general, Gail Saltz, profesora de psiquiatría del Hospital Presbiteriano de Nueva York, explicaba al New York Times que “responder con silencio es un castigo” aunque creamos que no, y crea “ansiedad y miedo, y sentimientos de abandono” en quien lo vive en primera persona, llegando incluso a provocar una “cascada de dudas sobre sí mismo, culpa y autocrítica”.

Como persona que lo ha usado te aseguro que es posible salir de ese bucle. En mi caso probé a pedir algo de tiempo cuando me sentía demasiado enfadada o las emociones que me llegaban no las podía gestionar en ese momento, aunque haz caso a Esclapez que, como psicóloga, aconseja que ese tiempo no sea mayor a 24 horas. Es importante también que siempre se aborde la conversación después que las emociones se hayan calmado, para que no se convierta en algo no resuelto.

En lugar de aplicar la ley de hielo, puedes probar a pedir un tiempo con un “Ahora mismo estoy muy enfadada y no puedo pensar con claridad. Voy a salir a dar un paseo y lo hablamos cuando vuelva dentro de 20 minutos, ¿te parece?”. Funciona, aunque el daño que se ha hecho durante, que hice durante años, no se terminó de curar nunca y de hecho cuando lo dejamos, él aprovechó la despedida para recordármelo. Por suerte ahora he roto ese patrón y mi nueva pareja no ha vivido esa forma sutil y silenciosa de maltrato que sin saberlo, había dañado hasta mi autoestima.

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