Por qué no voy a ir a la manifestación del 8M y seis motivos por los que no me sentiré culpable ni menos feminista

El Día Internacional de la Mujer muchas no saldremos a las calles pero contribuiremos a la causa de otras formas

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Todos los 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, me emocionó con el ambiente que se respira en la calle. También, al ver las fotos y vídeos de las manifestaciones. Y digo que me emociono de forma literal: se me eriza la piel, la garganta se me hace un nudo y he de contener las lágrimas. Por un día, soy capaz de vislumbrar que sí es posible un futuro en el que las mujeres ocupemos los espacios sin miedo, sin tener que pedir permiso y con la seguridad suficiente para desplegar todo nuestro potencial.

Probablemente, yo no llegue a vivirlo pero ese octavo día de cada tercer mes se abre una ventana espacio-temporal por la que aparece un ensayo y me siento fuerte, comprendida y arropada. Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, soy incapaz de pisar la manifestación.

Existen muchos motivos distintos por los que alguien puede no acudir a la manifestación de una causa que apoya. El mío tiene que ver con la ansiedad y el malestar que me producen las aglomeraciones tan masivas de gente, así como el ruido y el caos que provocan. Lo he intentado y he tenido que abandonar la marcha incapaz de aguantarlo. Sintiéndome, además, culpable y menos feminista.

Así que, cuando llega marzo y me vienen esos pensamientos, los combato buscando todas esas pequeñas cosas de mi día a día que hago sin darme cuenta de que también son activismo. Y, como no soy la única a la que le pasa, he preguntado en mi entorno para reunir aquí, a modo de muestrario e inventario de ideas, todas las pequeñas revoluciones contra el sistema y las cosas que se hacen por inercia porque siempre ha sido así que se pueden llevar acabo.

Estar los dos en el WhatsApp del colegio

Si tienes hijos, educarlos en la igualdad ya es todo un tema. No obstante, también hay pequeñas batallas a librar, como la que me cuenta la madre de un bebé de dos años que se ha propuesto que, desde la escuela infantil, les hagan partícipes en igual medida a su marido y a ella de la información. De hecho, nos cuenta que él es único padre que hay actualmente en el grupo de WhatsApp de la guardería y que tuvo que añadirlo ella misma, aunque el centro tenían el número y el permiso de ambos para hacerlo. Y lo mismo sucede con la app de notificaciones de la escuela infantil. Los dos la tienen instalada pero tuvieron que pedir expresamente que se la mandaran al padre también a pesar de que el centro tenía el email de ambos.

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Turnarse para recoger a los hijos de la escuela

A la conversación sobre maternidad se une otra madre de un niño y que se lamenta de que "hay mucha tela que cortar en la maternidad". Por su parte, cuadra horarios de trabajo con su marido para repartirse de forma equitativa el recoger al niño del colegio, llevarlo al pediatra, acudir a las tutorías del colegio y todo lo que tiene que ver con las tareas del cuidado de su hijo en común. De lo contrario, sabe que tendría que acabar cediendo siempre ellas.

Rectificar cuando te equivocas

A todos nos da la vida una buena sesión de salseo. Sin embargo, el chismorreo es una actividad en la que es muy fácil acabar dejándose llevar por la misoginia interiorizada. Esto es algo que una compañera de trabajo me cuenta que detectó que sucedía en su grupo de amigas. Así que decidió atajar el problema convirtiéndose en la voz de la empatía. De este modo, cuando se da cuenta de que sus amigas están criticando a otra chica que no conocen en base a estereotipos y mitos sexistas, lo pone de manifiesto. Algo a lo que sus amigas reaccionan de forma positiva: reconociendo el error y reculando.

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Solidaridad entre compañeras

Aunque mucha gente opina (y recomienda) que, si te enteras de que otra persona está siendo engañada por su pareja, lo mejor es mantenerse al margen porque metiéndote tienes tú las de perder, varias compañeras de trabajo se han unido para argumentarme lo contrario. Alguna, de hecho, ha experimentado lo que es estar al otro lado y que todo el mundo, menos ella, supiera de una infidelidad. Son tajantes: hay que empatizar, decirlo y ayudarnos. No es fácil y tienes que ser consciente de que corres el riesgo de que se enfaden contigo, pero no dudan de que la pasividad es peor aún.

Debatir sobre temas de actualidad con quien sabes que opina distinto

A otra compañera de la redacción le gusta compartir los temas que escribe con su círculo para abrir un debate o un diálogo del que sacar reflexiones: su madre, sobrinas, amigas… Y también con hombres. Asegura hablar todas las semanas con su padre de algo de índole feminista para ver su opinión y analizar por qué piensa cómo lo hace. Para ello, le pregunta primero su opinión y lo escucha de forma activa. Después, le cuenta la suya pero sin sacar el dedo acusador de "estás equivocado". El diálogo está centrado más en un "así lo veo yo" más que en un "estás equivocado, cambia". Así ha podido comprobar que, en ocasiones, es capaz de cambiar su manera de pensar. Aunque ese cambio se produzca de manera progresiva.

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"Peñazo" en vez de "coñazo"

El lenguaje no es sexista en sí pero sí lo es el uso que hacemos de él. En las palabras proyectamos estereotipos aprendidos y no son inocentes. A través del lenguaje que usamos ayudamos a que persista en el imaginario colectivo la percepción de que las mujeres y lo relacionado con lo femenino es secundario, prescindible o incluso indeseable. Es por ello que escucho a varias de mis amigas decir "peñazo" en lugar de "coñazo" para referirse a algo molesto o aburrido. Es una pequeña contribución a que la vulva deje de tener connotaciones negativas en la sociedad.

Foto de portada | Una joven prometedora

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