Soy una obsesionada del mar y siempre que viajo intento que sea cerca de la costa, ya sean pueblos pesqueros de ensueño o playas paradisiacas desconocidas. Evito a toda costa destinos masificados como Valencia o Andalucía en agosto, porque me gusta vivir las playas en su estado más salvaje y salirme de las guías turísticas. Así fue como encontré la que a día de hoy es mi playa favorita del mundo. Parece Indonesia o Perú, pero está en España.
Se llama la Playa del Águila, aunque si preguntas por ella a los locales mejor que lo hagas por la Playa de la Escalera. Ese es su apodo más extendido y conocido y, cuando la veas, entenderás el por qué. Se encuentra en la costa oeste de Fuerteventura, en una zona muy salvaje y virgen lejos de cualquier núcleo urbano.
El pueblo más cercano es El Cotillo, pero está a más de una hora andando. Vamos, que hay que coger coche y contar con que irás por caminos sin asfaltar. Merecerá la pena, te lo prometo, es la playa más espectacular que he visto en mi vida. Es inmensa, pero se las ha apañado para mantenerse escondida bajo un acantilado altísimo y ahí radica su magia.

A simple vista desde el coche no verás nada más que algún que otro coche y autocaravana aparcados en lo que parece mitad de la nada. Confía. Aparca y asómate al acantilado. Ahí verás una imponente escalera de cuatro tramos pegada a la pared de roca, el único acceso a esta playa y la razón por la que no hay casi nadie.

Cuando llegas abajo y miras hacia la escalera, te das cuenta de su verdadera magnitud. Es casi intimidante, pero una vez pises la arena habrá merecido la pena. Este rincón tan desconocido es un paraíso de agua turquesa impresionante, que se mantiene limpio y salvaje gracias a su complicada ubicación.

Kilómetros de playa maravillosa, protegida del viento por los acantilados rocosos. No hacía falta más, pero hay mucho más. En primer lugar, si la marea está baja, podrás acceder andando a unas piscinas naturales que se forman a la derecha de esta playa, formadas con roca volcánica y agua del mar que las olas han dejado ahí atrapada.

A esto hay que sumarle que, aunque estarás prácticamente solo, tendrás unos simpáticos compañeros de playeo. Son ardillas y están por todos lados, así que hay que tener cuidado porque si te descuidas te levantan la comida. Son muy sociables y se acercarán curiosas a saludar y a ver si les cae algo de almuerzo. Ojo, darlas de comer está prohibidísimo.

Al terminar el día, hay que emprender la subida de nuevo. Cuesta, pero subes acompañado de estas vistas todo el camino y compensa por todas las agujetas que tendrás al día siguiente. Te recomiendo hacerlo al atardecer, porque la puesta de sol en esta playa es de película y la guinda del pastel para un día de verano y playa perfecto.
Fotos | @pepatatas.
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