Hacía mucho que no iba al cine porque estaba hasta arriba de trabajo, pero aprovechando una visita de mi hermano, que vive a casi 700 kilómetros de mí, le propuse que por qué no íbamos a ver La Virgen Roja, de Paula Ortiz, que se acaba de estrenar y me llamaba muchísimo la atención. Y sin duda, a pesar de que se trata de una película durísima, fue una gran decisión. Creo que no me removía tantísimo una cinta en las salas desde que vi Una Joven Prometedora, de Emerald Fennell, y de eso hace casi cinco años.
La Virgen Roja, una historia necesaria
Antes de ver el largometraje, poco sabía de la historia de Hildegart Rodríguez, algo que me sorprendió y decepcionó. La historia siempre me ha encantado y en la universidad, a pesar de estudiar periodismo, di bastante materia relacionada con este campo. De hecho, obtuve una matrícula de honor en Historia de la Propaganda. Además, estoy muy familiarizada y sensibilizada con el feminismo, la memoria histórica y la época de la II República y la Guerra Civil. Imagínate el fastidio.
Este enfado viene en parte al tomar conciencia, una vez más, de cómo nos han ido silenciando a lo largo de los años a las mujeres, lo que entronca de forma directa con la historia de Hildegart, que tiene poco de ficción y mucho de realidad, y es la prueba de que esto segundo muchas veces supera a lo primero y de cómo el oprimido se puede convertir en opresor, en el caso de Aurora, si se dan según qué circunstancias.
En La Virgen Roja, Paula Ortiz narra de forma brillante la vida de Hildegart, una joven concebida por su madre para ser una extensión de sí misma, eso que se da de forma natural casi, con la finalidad de que esta sea la mujer del futuro. Aurora educa a su hija en casa y esta es capaz de escribir a la perfección a los seis años y de hablar varios idiomas a los ocho.
Con el tiempo, se convierte en una de las mentes más capaces del continente siendo apenas una adolescente y comienza a colaborar con diferentes medios y a publicar sus propios libros, especialmente centrándose en la sexualidad femenina. Conforme sigue creciendo, Hildegart pretende saborear la libertad, porque a pesar de que su mente es todo un jardín, su cuerpo vive encerrado en las cuatro paredes de casa y entre los brazos de su madre, que la trata como un experimento y que canaliza a través de ella sus frustraciones.
Es en ese contexto cuando conoce al político Abel Velilla, que despierta en ella, además de un interés propio por la política como forma de hacer feminismo, el amor. Es entonces cuando comienza la decadencia de la relación con su madre, cuyos comportamientos dictatoriales para con Hildegart comienzan a elevarse.
Además de ser una historia real apasionante y dolorosa en la misma medida, La Virgen Roja tiene un ritmo increíble, las actrices principales están maravillosas, Najwa Nimri, Alba Planas y Aixa Villagrán, pero es que Patrick Criado me dejó impactada. Su enamoramiento, el de Abel Velilla, traspasa la pantalla. Cómo se le enciende la mirada cuando mira a Hildegart con admiración. Un sueño en cualquier realidad. Un sueño en cualquier ficción. Por otra parte, la fotografía y el uso del color son todo una fantasía también.
Qué bonito, qué dolor. La pescadilla que se muerde la cola. Pero ve La Virgen Roja, que ahora está en Prime Video.
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