En varias ciudades de Europa —especialmente en Italia— ha surgido un fenómeno curioso: hombres jubilados que pasan gran parte de su tiempo observando obras de construcción. Estos "umarell" (término bolognés derivado de umarèl, que significa "hombrecillo" o "pequeño hombre") no solo se han convertido en parte del paisaje urbano, sino que han logrado reconocimiento cultural y hasta laboral.
Los umarell suelen ser hombres jubilados, con más tiempo libre y una fuerte conexión emocional con la actividad laboral. Según observadores como Stephanie Gavan, estos hombres muestran una mezcla de nostalgia por su época de actividad laboral, deseo de pertenencia y necesidad de sentir que siguen siendo útiles a su comunidad.
Los umarells encarnan una necesidad psicológica persistente de propósito y utilidad tras la jubilación. Muchos hombres mayores experimentan un sentimiento de vacío cuando abandonan sus roles laborales, y encuentran en la observación de obras una forma simbólica de mantenerse conectados con su identidad profesional. Este deseo de continuidad refleja lo que los estudios definen como "trabajo significativo" y control personal, factores que suelen promover el bienestar emocional durante la transición a la vida pasiva.
Como la jubilación a menudo viene acompañada de la pérdida de estructura temporal, especialmente para quienes no planificaron actividades significativas a futuro, diversas investigaciones en envejecimiento activo, el miedo a convertirse en "vegetativo" o "inútil" impulsa a muchos jubilados a seguir ocupando su tiempo a través de actividades sociales o voluntarias, por lo que la observación de construcciones les provee una estructura diaria sencilla, tangible y reconocida por sus pares.
Desde una perspectiva social, el abandono de la actividad laboral puede erosionar el sentido de bienestar y de ocupación personal. Pero en el contexto de los umarells, la vigilancia cívica informal restaura ese ámbito: al identificar baches, reportar tareas inconclusas o simplemente opinar sobre el ritmo de la obra, sienten que cooperan activamente en la mejora del entorno urbano, una participación con la sociedad que refuerza su sentido de pertenencia.
De curiosos a colaboradores remunerados
Lo que comenzó como actitud anecdótica y hasta tildada de intrusiva se convirtió en una oportunidad. Hay iniciativas formales que reconocen el valor de estos hombres, por ejemplo, desde 2015 en Riccione se destinó un presupuesto de 11.000 euros para contratar umarells que controlaran la entrada y salida de camiones y evitaran robos en las obras.
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Replicando esta acción, en Villasanta, cerca de Monza, un grupo de jubilados fue reclutado por el ayuntamiento para rotar en turnos vigilando infraestructuras, reportando baches, verificando el mantenimiento del césped y mejorando la seguridad vial, una labor que no solo los mantiene activos, sino que les ofrece reconocimiento social y les devuelve la sensación de ser útiles.
Según Lorenzo Galli, alcalde de esta última localidad, se trata de aprovechar recursos humanos valiosos y muy motivados, con experiencia y profundo conocimiento local, además, para los umarell es una forma digna de ocupar el tiempo: "se siente útil para la sociedad y para uno mismo… en lugar de sentarse frente a la tele o quejarse", afirmó un testimonio para The Guardian.
Los umarell son más que curiosos jubilados: constituyen una respuesta espontánea y psicológicamente rica al vacío que puede dejar la jubilación. Arraigados en el deseo de utilidad, control y socialización, han logrado redefinir su rol en la comunidad.
Al pagarles por esa labor de vigilancia informal, la sociedad no solo les da valor en términos económicos y simbólicos, sino que también se beneficia de su presencia activa invitando a la sociedad a repensar cómo integrar el tiempo y voluntad de las personas mayores que sienten nostalgia por sus días en activo.
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