El calabacín es esa hortaliza que parece que no tenga ninguna pega: es versátil, económica y llena de nutrientes. Sin embargo, sí que tienen una pequeña gran pega... Su piel fina y su elevada composición en agua hacen que no sea de las que más aguantan antes de empezar a ablandarse y arrugarse, el paso previo a empezar una nueva vida en forma de moho.
Por eso, si queremos que nos aguanten más días, hay que tomarse en serio su conservación. De hecho, esta empieza antes de llegar a casa, eligiendo los calabacines más frescos que sea posible. Los reconoceremos por su piel lisa, firme, sin golpes ni magulladuras, sin arrugas y, por supuesto, sin un ápice de pelusilla blanca. Es pura lógica: cuanto más fresco esté al comprarlo, más posibilidades de que te sobreviva durante más tiempo.
Cómo conservar un calabacín fresco
Una vez en casa, la regla de oro es guardarlo directamente en la nevera. Nada de dejarlo olvidado en la encimera o de almacenarlo en el frutero. Ni siquiera hace falta lavarlo si ya viene limpio. En el caso de que traiga un poco de tierra, lo mejor es retirarla con papel de cocina seco o ligeramente húmedo (pero secándolo bien después). A continuación ha de ir directo al cajón de las verduras, sin apilarlo ni ponerle encima nada que pueda aplastarlo. Y mejor si es lejos de frutas climatéricas, como manzanas o aguacates, que aceleran el proceso de maduración.
En estas condiciones, un calabacín entero puede aguantar entre dos y tres semanas, aunque lo más probable es que a partir del séptimo día empiece a perder firmeza. Por lo tanto, conviene revisarlo cada pocos días para evitar sorpresas.
No obstante, si prefieres adelantar trabajo, también puedes guardarlo ya cortado: en discos, medias lunas, bastones, juliana o dados... El tipo de corte da igual pero, cuanto más pequeño sea el corte, más agua soltará y menos aguantará. Lo ideal es secarlo con papel absorbente, guardarlo en un táper hermético y consumirlo en tres o cuatro días.
Como cualquier verdura hecha, el calabacín puede durar entre tres y cinco días en la nevera dentro de un recipiente bien cerrado y que no se está abriendo y cerrando con frecuencia. Aunque si has hecho una crema, guiso o pisto con él y ha sobrado, también puedes congelarlo.
Herbert Goetsch
Para congelarlo en crudo, primero hay que escaldarlo: lavamos, cortamos en rodajas o discos, escaldamos en agua hirviendo tres minutos, enfriamos rápidamente en agua con hielo, secamos, embolsamos y congelamos (mejor con bolsas al vacío).
Aunque se congelarán aún mejor si disponemos los discos escaldados en una bandeja cubierta con papel antiadherente, en una capa, y los congelamos durante dos horas. Después ya podríamos meterlos en una bolsa de congelación, donde aguantarán varios meses.
Por último, también podemos ponernos creativos: deshidratar, encurtir o preparar conservas con el calabacín. Cualquiera de estas opciones te salvará cuando no tengas ganas de ir a comprar y recuerdes lo previsora que fuiste.
Foto de portada | Angele J
En Trendencias | Los 33 alimentos con más proteínas: consejos y recomendaciones
Ver 0 comentarios