Poca gente lo sabe pero los blisters sellados con cápsulas de ibuprofeno en su interior que todos tenemos actualmente en el botiquín son tal que así por la obra de un asesino en masa. Aunque nunca se ha conseguido saber su identidad, sembró el caos a principios de los ochenta en Chicago y su modus operandi obligó a Johnson & Johnson a empezar a incluir precintos de seguridad en sus medicamentos.
Es una historia que, avisamos, puede desbloquear un nuevo miedo nunca antes considerado pero es de lo más inquietante y Netflix la acaba de rescatar en 'Caso no resuelto: Los asesinatos del Tylenol'. Todo empieza cuando, en septiembre de 1982, varias personas jóvenes y sanas empezaron a morir de forma repentina en Estados Unidos a consecuencia de lo que parecían infartos y embolias. Causas que, de primeras, no encajaban con la edad de las víctimas.
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A simple vista, no había conexión entre ellas más allá de que todas vivían en localidades cercanas a Chicago… hasta que se descubrió que sí tenían algo más en común: todas habían tomado cápsulas de Tylenol (la marca bajo la que se comercializa el ibuprofeno en Estados Unidos) justo antes de fallecer.
De este modo, lo que al principio parecía ser consecuencia de un lote defectuoso, acabó revelándose como algo mucho más retorcido en un tiempo en el que este medicamento todavía se comercializaba en cápsulas y se vendía en botes sin precintar en el supermercado. Aprovechando estas características, alguien se estaba dedicando a meter pastillas del analgésico más vendido del país envenenadas con cianuro.
En total, murieron siete personas con edades comprendidas entre los 12 y los 35 años. El pánico cundió, se retiraron millones de unidades del medicamento fabricado por Johnson & Johnson, su consumo calló del 35% al 8% y se reformularon los protocolos de seguridad de toda la industria farmacéutica. Así que, a pesar de la injusticia de que el asesino siga libre más de 40 años después, el caso marcó un antes y un después en todo el mundo para aumentar la seguridad de los medicamentos.
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Durante la investigación, la policía tuvo varios sospechosos. Incluso se barajó la opción de que alguien con acceso interno a la distribución del producto hubiera contaminado los frascos en la planta de origen del medicamento. Aunque el patrón de botes contaminados vendidos en tiendas distintas hace pensar a los expertos que la manipulación ocurrió después de la producción, probablemente en las estanterías de los comercios.
No obstante, no se han podido encontrar pruebas solidas contra nadie. Aunque el principal sospechoso siempre ha sido un hombre llamado James William Lewis quien, poco después de los envenenamientos, envió una carta a Johnson & Johnson exigiendo un millón de dólares para detener los asesinatos. No obstante, también se piensa que quería aprovecharse del caos para sacar dinero. En 2023 murió sin que se le llegase a acusar formalmente del caso.
Foto de portada | Thought Catalog