Durante años, el mercado inmobiliario en México parecía inmune a los vaivenes económicos, y aunque el acceso a la vivienda se volvió cada vez más difícil para millones, el desarrollo inmobiliario no se detenía: torres de departamentos, parques industriales y complejos de oficinas florecían por doquier, impulsados por un modelo financiero que apostaba al crecimiento continuo.
Sin embargo, parece que este año ha llegado a su punto de inflexión: la burbuja inmobiliaria comienza a desinflarse, y sus primeras víctimas no son las casas ni los departamentos, sino los espacios corporativos.
En el norte del país, Nuevo León (una de las principales capitales motoras de la economía de México) está viendo cómo su mercado de oficinas se tambalea: de acuerdo a datos recientes de consultoras inmobiliarias, la tasa de desocupación de espacios corporativos en Monterrey ha alcanzado niveles históricos, superando el 25% en algunos corredores clave como Valle Oriente y Santa María.
La sobreoferta, que comenzó a gestarse antes de la pandemia, se ha encontrado con una demanda en retroceso: a medida que las empresas adoptan modelos híbridos o 100% remotos, la necesidad de grandes oficinas físicas se ha reducido drásticamente, por lo que muchas compañías optan por reducir metros cuadrados, subarrendar o incluso cancelar contratos anticipadamente.
La crisis no es producto de un solo factor, sino de la convergencia de varios, entre ellos está la fiebre constructora que reinó en Monterrey en los últimos años, donde el atractivo de altos retornos de inversión llevó a desarrolladores a levantar torres corporativas sin considerar la sostenibilidad de la demanda.

Además, las altas tasas de interés, la inflación persistente y la incertidumbre económica de la zona fronteriza ante la cuestión de los aranceles de Trump han afectado la inversión empresarial: muchas empresas constructoras o de inyección de capital han optado por congelar sus planes de expansión o reducir costos fijos, lo que significa una disminución notable en el arrendamiento de oficinas.
En el caso de nuevas generaciones que se integran al mercado laboral, éstos priorizan la flexibilidad y la eficiencia en sus áreas de trabajo más allá de la formalidad corporativa de una sede fija, por ello, aquellos que insistan en modelos de negocio tradicionales podrían enfrentar pérdidas mayores sobre sus bienes materiales, por lo que, diseñar nuevos espacios adaptables a todo tipo de uso, se puede sortear una crisis en un mercado tan cambiante.
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