A primera vista, hablar de perfumes puede sonar a topicazo que huele siempre igual, pero lo cierto es que en 2025 la conversación sobre fragancias va muchísimo más allá de las estanterías de la perfumería.
Para muchas personas jóvenes hoy día, el perfume ha dejado de ser una categoría rígida de "esto es de hombre" o "esto es de mujer" para convertirse en una extensión del propio yo, en un gesto de identidad olfativa sin etiquetas preestablecidas.
Históricamente, la industria del perfume se centró en clasificaciones binarias que marcaban claramente qué fragancias eran supuestamente masculinas y cuáles femeninas. Ese esquema empezó a resquebrajarse con los clásicos sin género de los años noventa como CK One de Calvin Klein, que proponían aromas disfrutables por cualquier persona sin importar su sexo, y desde entonces la tendencia ha ido ganando fuerza.
En 2025 esta ruptura ya no es solo una rareza del mercado nicho, sino una corriente cultural que empuja a consumidores de todas las edades a elegir su aroma por cómo les hace sentir y no por la casilla que marque su género en la etiqueta de la botella.
Una parte importante de esta transformación se ve en el éxito sostenido de ingredientes tradicionalmente asociados a perfumería más "exótica" o "oriental", como el oud, el incienso y las resinas cálidas que muchas marcas surgidas en Oriente Medio han llevado al escaparate global.
Es decir, ya no es extraño ver a hombres jóvenes combinando fragancias con oud y toques aldehídicos florales o ambarinos que antes se considerarían más "femeninos" o delicados.
Para entender mejor cómo ha ocurrido este cambio hace falta fijarse en cómo la juventud contemporánea (y muy especialmente la generación Z) ha transformado el uso del perfume en algo parecido a un guardarropa sensorial. Más allá del clásico gesto de ponerse una fragancia "de diario", hoy se busca una paleta olfativa variada para diferentes estados de ánimo, ocasiones o estilos personales.
Este enfoque líquido de la identidad tiene mucho que ver con el rechazo de etiquetas tajantes y con una expresión de uno mismo donde el olor se convierte en un código de personalidad que no necesita definirse como masculino o femenino para ser potente o memorable.
Además, la globalización de la perfumería ha permitido que casas con tradición en el uso de blends intensos como las fragancias árabes o de países del Golfo lleguen al mercado occidental con fuerza, y que esas composiciones llenas de oud, incienso, ámbar, especias y maderas sean adoptadas con naturalidad tanto por hombres como por mujeres, gracias a la riqueza de esas notas que aporta profundidad y calidez, cualidades que no entienden de géneros pero sí de experiencias sensoriales intensas.
Por si fuera poco, la proliferación de opciones unisex o sin género en perfumería ha hecho que cada vez más marcas de lujo y nicho se sumen a esta corriente. Firmas como Creed, Le Labo o una infinidad de propuestas independientes lanzan ediciones que no se diseñan pensando en un público masculino o femenino, sino en cualquier persona que busque una expresión olfativa única y personal.
En definitiva, la noción de que un perfume tenga género empieza a quedarse pequeña frente a una generación que prefiere oler a lo que le apetece y que ve en el aroma una extensión más de su identidad individual. Más allá de los cítricos ligeros o las notas florales dulces que algún día se asignaron a mujeres, o los aromas amaderados que se promovían para hombres, hoy la perfumería celebra la libertad olfativa: oler bien, sentir bien y, sobre todo, hacerlo sin ataduras.
Fotos de @duongminhdang3011 | Lattafa Perfumes
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