Cuando se habla de inteligencia artificial siempre salen a relucir dos ideas: la de la tecnología que nos simplifica la vida y la más temida de todas, la de las máquinas que podrían quitarnos el pan de la boca. Sin entrar en tecnicismos ni grandes predicciones futuristas, lo que ya se está notando a pie de calle es que la IA está transformando el empleo de formas que pocos esperaban, y no de la misma manera en todos los países ni para todos los colectivos.
En Estados Unidos, la secretaria de Trabajo, Lori Chavez-DeRemer, está poniendo toda la carne en el asador para que la inteligencia artificial no acabe con los puestos de trabajo, al menos no sin antes intentar salvarlos o reconvertirlos mediante medidas y recursos que, según se cuenta, buscan frenar la sustitución automática de trabajadores por sistemas inteligentes.
Su estrategia pasa por usar todas las herramientas del Departamento de Trabajo para proteger a los empleados frente a algoritmos y bots que podrían asumir tareas humanas, intentando que la llegada de la IA sea una oportunidad antes que una amenaza masiva de despidos.
Al otro lado del Atlántico, sin embargo, la situación pinta un poco diferente y con un matiz especialmente delicado: en España el impacto de la IA en el empleo afecta de manera desproporcionada a las mujeres.
Según recientes investigaciones, entre el 18 % y el 22 % de los puestos de trabajo en España están expuestos a la automatización y a las tecnologías de IA, dependiendo de la provincia, pero lo que más llama la atención es la brecha de género que se está formando en ese terreno.
Esa brecha se explica porque las mujeres tienden a estar más concentradas en sectores que tienen una elevada aplicabilidad de la IA, como la educación, la sanidad, los servicios administrativos, el comercio o ciertas actividades sociales, mientras que los hombres predominan más en ocupaciones tradicionales menos expuestas a estas tecnologías, como la construcción, el transporte o las industrias extractivas.
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Esa diferencia provoca que la exposición femenina a la IA sea entre 1,3 y 3 puntos porcentuales superior a la masculina, y en zonas muy terciarizadas, como Madrid o Barcelona, esas cifras se hacen todavía más visibles.
No se trata solo de una curiosidad estadística o una cifra más sobre el papel: tiene consecuencias reales para la vida laboral de muchas mujeres, que pueden ver cómo su empleo está más "a merced" de la automatización que el de sus compañeros.
Aunque la IA puede traer mejoras en productividad y nuevas oportunidades de empleo cualificado, también puede intensificar desigualdades si no se afrontan de forma integral. Mientras tanto, la aproximación estadounidense busca asegurar que la IA complemente al trabajador y no lo reemplace, al menos eso es lo que se proclama desde el Departamento de Trabajo, que insiste en que la tecnología debería usarse para apoyar al empleado y reforzar su papel en la economía.
En definitiva, lo que está ocurriendo con la IA y el empleo deja claro que no es un fenómeno neutro ni igual para todos por igual. Mientras en Estados Unidos se lanzan mensajes oficiales buscando mitigar la amenaza que supone la automatización para los puestos de trabajo, en España empiezan a resonar con más fuerza las alarmas sobre cómo esos mismos cambios tecnológicos pueden agravar desigualdades preexistentes y afectar con más dureza a las mujeres.
En ambos lados del charco, la cuestión laboral frente a la IA se ha convertido en uno de los debates más candentes del momento, y la manera de afrontarlo determinará, en buena medida, cómo será el mercado de trabajo en los próximos años.
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