El pintoresco pueblo medieval de Guadalajara que cuenta una historia de intrigas palaciegas y balcones enrejados

Una escapada que conserva todo el esplendor del Siglo de Oro

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María Yuste

Editor Senior

En el centro de la península, entre los valles del Tajo y el Tajuña, se ubica una villa perfecta para escaparse en otoño. Se trata de Pastrana, en la comarca de la Alcarria. Un pequeño pueblo de calles empedradas y plazas en calma, declarado Conjunto Histórico-Artístico que cuenta una historia de lo más interesante.

Por su calles pasearon figuras que definieron épocas, como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que fundaron sus conventos carmelitas en Pastrana. Por lo tanto, dejaron una huella espiritual y arquitectónica que aún estructura parte del casco antiguo. A su vez, el escritor Leandro Fernández de Moratín encontró refugio creativo en el pueblo, mientras que Camilo José Cela se fijó en el para 'Viaje a la Alcarria', retratando sus calles y a vecinos en la literatura española.

Pero si hay un nombre que resuena especialmente en Pastrana es el de la Princesa de Éboli. Fue en el Palacio Ducal, en plena Plaza de la Hora, donde pasó sus últimos años recluida. La historia cuenta que el famoso balcón enrejado desde el que podía asomarse solo una hora al día debe su nombre a ese episodio. Hoy, el palacio sigue siendo el corazón monumental de la villa, con su trazado renacentista y techos artesonados.

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Un patrimonio único en España

No obstante, el Palacio Ducal no es lo único digno de admirar en Pastrana. La Colegiata de la Asunción, de origen gótico y añadidos posteriores renacentistas y barrocos, alberga actualmente el Museo Parroquial donde se exhibe uno de los tesoros más inesperados del pueblo: una colección de tapices flamencos del siglo XV, tejida en Tournai y vinculada a Alfonso V de Portugal. Es una de las más destacadas de su época y ha sido expuesta en museos de todo el mundo.

A unos pasos, los conventos fundados por Santa Teresa completan el mapa espiritual e histórico de Pastrana. Son: el Convento del Carmen (hoy albergando el Museo de Historia Natural) y el de las Franciscanas Concepcionistas.

Aunque lo mejor de Pastrana es que invita a recorrerla despacio. La Plaza de los Cuatro Caños (con su fuente del siglo XVI), las callejuelas medievales del antiguo barrio morisco, la muralla y el Arco de San Francisco completan un conjunto urbano que aún respira el esplendor del Siglo de Oro.

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Además, es en otoño, cuando el valle se vuelve dorado, que la villa está más bonita que nunca. Aunque visitarla en verano también tiene recompensa porque Pastrana mantiene vivas varias celebraciones con fuerte arraigo local. Entre ellas, la Fiesta de los Mayos y el Festival Ducal, ambas declaradas de Interés Turístico Provincial. Este último recrea la villa en pleno siglo XVI con teatros, conferencias, desfiles de trajes renacentistas, mercado histórico y música. Eso sí, incluso fuera de fiestas, la identidad cultural de la villa sigue latente.

Comer en la Alcarria

Del mismo modo, la cocina tradicional tiene protagonismo propio en este rincón de Guadalajara: migas, carnes a la brasa, guisos de los de toda la vida y postres con miel, producto emblemático de la comarca, son los protagonistas. Restaurantes como Mesón Castilla, Convento San Francisco, César o Abrasador Laurea son los que más suelen recomendar quienes vuelven al pueblo.

Y es que Pastrana es de esos lugares para repetir. Sobre todo porque está a 47 kilómetros de Guadalajara y a algo más de una hora de Madrid, siguiendo la N-320 hasta tomar el desvío por la CM-2007. Es decir, lo suficientemente cerca como para ir y volver en el día, pero lo bastante tranquila como para relajarse.

Foto de portada | AdriPozuelo

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