Lo que nunca te contaron de ser madre trabajadora a tiempo parcial

Lo que nunca te contaron de ser madre trabajadora a tiempo parcial

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Lo que nunca te contaron de ser madre trabajadora a tiempo parcial

Enhorabuena: eres madre y además quieres seguir trabajando y desarrollarte como profesional. ¡Bravo! Una valiente de tomo y lomo. Pero como no quieres enloquecer o quedarte sin pelo por el camino, estás considerando reducir tu jornada para llegar a todo. Sin embargo esta opción no es tan ideal como parece a simple vista. En serio.

La jornada reducida parece la opción ideal para todas las mujeres que quieren compatibilizar su vida profesional con su vida personal, estar con los niños, pero no tirar por la borda todos sus logros profesionales. Pero no todo el monte es orégano, señora. Nadie da duros a pesetas, oiga. Sí, es la opción ideal, pero nadie nos dijo que fuera la opción fácil. Tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, como te contamos a continuación:

Estás siempre al borde de los Acantilados de la Locura.

Trabajar a jornada completa es duro, durísimo, incluso lo era ya antes de tener niños. Pero cuando tuviste a los tuyos y te quedaste en casa durante la baja de maternidad te diste cuenta de que las labores del hogar podían llegar a ser incluso peores. Ahora piensa por un momento en unificar ambas sensaciones. ¿Pelos como escarpias? Ahora entenderás porque estás siempre al borde del ataque permanente de nervios.

Eres el progenitor de guardia. Siempre.

Aunque estés trabajando, tú serás la responsable a la que llamarán cada vez que el niño tenga fiebre, diarrea, se quede clavado en una silla (me ha pasado), haya pillado la escarlatina (¡también me pasó!) o se haya peleado con un compañero, por ejemplo. Y también la responsable de ir a las reuniones con los profesores, a las citas con el médico y a todas las miles de obligaciones extras que conlleva tener peques.

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Llegar al cole a tiempo no tiene precio. Bueno, sí: tu cordura.

La culpabilidad se convierte en un vicio.

Culpable cuando tienes que trabajar porque no estás con ellos. Culpable cuando estás con ellos porque has dejado tirados a tus compis. Culpable porque te sientes culpable de todo y porque no consigues encontrar el equilibrio perfecto.

Las cosas importantes del trabajo pasan cuando tú no estás trabajando.

Es la maldita Ley de Murphy. Esa reunión tan importante, esa cena estupenda de empresa, esas jornadas de trabajo en equipo,... Casualmente todo está programado para el momento en el que tú no estás.

Y las cosas importantes de tus hijos pasan cuando tienes que ir a trabajar.

El Festival de Navidad, la reunión de Primaria, el Día de Jornadas Abiertas del cole,... Casualmente, ¡qué casualidad!, todo está programado para los días en los que tú tienes algo importante que hacer en el trabajo y que no puede esperar.

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Lo llevas todo: el informe, las chuches para el cumple, la tarta y hasta la cabeza. Lástima que para conseguirlo hayas tenido que renunciar a comer o a visitar el cuarto de baño.

Trabajas el doble en la mitad de tiempo.

El primer año que decidí reducir mi jornada laboral descubrí que podía haberlo hecho incluso antes de tener hijos porque era capaz de hacer el mismo trabajo en menos horas. Eso sí, renunciando a visitar el cuarto de baño, a tomar café con los compañeros y a parecer una chica simpática que respondía algo más que gruñidos.

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No te has desmayado en la cama, estás meditando sobre tu nuevo proyecto laboral.

El tiempo en el transporte público es un placer.

Antes coger el tren o el bus era un infierno. Ahora es el único momento del día que tendrás para ti sola: sin informes que hacer y sin narices que limpiar. Minutos y minutos de NADA que se extienden ante ti. Disfrútalos leyendo un libro (¡un milagro!) o poniéndote al día viendo una serie (¿ser madre y poder hablar de la última temporada de House of Cards? Sí, es posible).

Tienes pasta gansa ¡y te la has ganado tú!

Este punto no necesita explicación, ¿verdad?

Toda la pasta que ganas la inviertes ¡¡en los niños!!

A no ser que tengas la suerte de contar con unos parientes realmente generosos y en plena forma física, tendrás que buscar la manera de que tus hijos estén atendidos mientras tú trabajas, lo que sólo se puede traducir en dinero. Dinero para niñeras, para guarderías, para comedor o para actividades extra-escolares. Tendrás la impresión de que toda esa pasta que ganas se va por la puerta de tu casa antes de entrar.

Habrá compañeros que te miren por encima del hombro.

Cuanto antes lo asumas, mejor. Para algunos de tus compañeros tú eres un trabajador de segunda por el simple hecho de que te vas a casa antes que ellos. De nada sirve que cumplas el punto 6 de esta lista a rajatabla, ellos sólo ven lo superficial. Lo que no ven es que apenas te levantas de tu puesto de trabajo o los mails que contestas desde casa en horas extras que nadie paga.

A veces (o a diario), tienes la impresión de que has tirado tu carrera por la borda.

Asume también que para algunos jefes y superiores el que tú tengas una jornada reducida es motivo suficiente como para no valorar tu trabajo o para no tenerte en cuenta de cara a puestos de responsabilidad, ascensos o subidas de sueldo.

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No lo olvides: te costará el doble, en el mejor de los casos, demostrar que eres la candidata ideal para ese proyecto con el que llevas soñando toda tu carrera profesional.

Eres un modelo para tus hijos y para el resto de la sociedad.

Esa faceta multifacética, esa capacidad para combinar aspectos tan equidistantes de tu vida es todo un logro del siglo XXI. Algo de lo que sentirse muy orgullosa y que será un motivo de orgullo para tus hijos cuando crezcan.

Todo merece la pena porque te volverás a sentir como un ser humano.

Reconócelo: tener un motivo para quitarte el chándal y desempolvar ese vestido tan cuco es genial. Y soltarse esa coleta improvisada, limpiarte los restos de papilla de los hombros y usar el perfume que te regalaron por Reyes, también. Vamos, para dejar de ir hecha un pingajo.

Y porque tu vida es mucho más interesante.

Tener un objetivo personal y vital es el mejor aliciente para levantarse cada mañana. Junto con conocer a gente interesante y que sabe hablar de otras cosas que no sean comparativas de sacamocos y las marcas de potitos ecológicos que lo están petando.

Porque tienes lo mejor de los dos mundos.

Una carrera profesional, independencia, dinero propio, una vida familiar envidiable, la nevera llena y papel higiénico para sobrevivir a una hecatombe nuclear.

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Son sólo las ocho de la mañana, el peque tiene fiebre y a ti te espera un día de órdago, pero eres afortunada porque puedes hacer malabares y quedarte con él.

Y también lo peor.

¿Adivina a quién le toca poner otra lavadora? Sí, exacto. Bienvenida al increíble mundo de las madres que trabajan a tiempo parcial.

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