No me escondo, estoy obsesionada con encontrar pueblitos pesqueros desconocidos, de los que nadie habla, y explorarlos por mi cuenta sin una guía de viajes. Así encontré Puerto Lajas y así he dado con este rincón, una aldea marinera tan remota y de difícil acceso que tuve que pedir a un local que me llevara en su 4x4. Mereció la pena, es el paraíso.
Se llama Pablo Barba y seguro que no has oído hablar de él, porque muy pocos privilegiados lo han visitado. Esto se debe a su emplazamiento único y alejado de todo. Se encuentra en la isla de La Graciosa, a la que solo se puede llegar con un ferry desde Órzola, en Lanzarote. Esta travesía en barco te deja en Caleta de Sebo, la capital de la isla. Y de ahí, apáñatelas para llegar a Pablo Barba.
En esta foto aérea podemos ver la fantasía de localización, entre aguas turquesas, volcanes y dunas de arena. Eso que se intuye por ahí es un camino al que solo se puede acceder con todoterreno o bicicleta. Si tenemos en cuenta que en La Graciosa no puedes llevar tu coche ni alquilar uno, la alternativa es alquilar una bici o pedirle a algún paisano que te acerque a cambio de un dinero (suele ser 15 euros ida y vuelta).
También se puede ir andando por la costa, en una ruta preciosa de una horita. Sin embargo, el día que lo visitamos hacía muchísimo viento, así que apostamos por pagar el transporte y, de paso, que el conductor nos contara un montón de curiosidades sobre el pueblito.
Este es el coche que nos llevó a Pedro Barba y esta es la entrada del pueblo, con una preciosa costa llena de aloes y palmeras salvajes. En este trayecto aprendimos que casi toda la aldea es de vivienda vacacional, para gente que busca un destino muy alejado de todo, casi viajar para dormir y desconectar. Según el censo, allí viven ahora mismo dos personas.
Sin embargo, Pedro Barba es el segundo núcleo urbano de la isla y no va a crecer más, porque todo su entorno es una reserva natural que lo impide. Por eso, el pueblo conserva la misma estructura y aspecto que cuando se creó a principios del siglo XX, gracias a una fábrica de salazón de pescado que se instaló allí y trajo a los trabajadores. Un accidente hizo que se cerrara la fábrica, dejando Pedro Barba como un pueblo intacto y abandonado al paso del tiempo.
En nuestra visita a Pedro Barba no nos cruzamos con absolutamente nadie, así que el ruido de las gaviotas y de las olas es lo único que se escucha. Una banda sonora perfecta para esta villa marinera idílica, que parece sacada de los sueños más húmedos del artista César Manrique. Toda ella está diseñada con fachadas encaladas, muros de roca volcánica y detalles en azul, tan cuidados y auténticos que casi parece un escenario irreal.
Fotos de @joseassima
El nivel de detalle es espectacular. Allí donde poses los ojos hay boyas y redes de pesca decorando terrazas, buganvillas en plena explosión floral, palmeras y cactus gigantescos y un alma marinera intacta. Apenas son unas 15 casas, pero me transmitió una paz y una tranquilidad que podría haberme quedado mil horas en sus callejuelas de arena sin asfaltar.
Fotos de @joseassima
Todo el pueblo está ubicado en una cala de arena paradisiaca, que refleja el azul de la mar turquesa de una forma preciosa. Además, el propio pueblo tiene un muelle con un espigón que, cuando sube la marea, protege del oleaje creando piscinas naturales en las piedras para chapotear y disfrutar con seguridad.
No hay supermercados, bancos ni ningún tipo de tienda o comercio. No hay nada más que casas, palmeras y una playa preciosa. El único servicio disponible es agua y luz. Por eso ha mantenido todo su encanto, porque el reclamo del turismo masivo que busca restaurantes y tiendas de souvenirs aquí no existe. Y ojalá se mantenga así para siempre.
Fotos | Booking, Hola Islas Canarias, @joseassima, @pepatatas.
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