Cada vez más los trabajadores se aferran a su trabajo, pero no porque les guste, sino porque tienen miedo al cambio: así es el fenómeno del Job Hugging

En la era del burnout y las "renuncias silenciosas", llega ese extraño abrazo de la resignación en el trabajo

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Joel Calata

Editor

En un mercado laboral cada vez más incierto, donde los despidos, la automatización y la inflación generan un clima de inseguridad constante, muchos trabajadores han optado por una estrategia silenciosa: quedarse quietos. No se trata de amor por su empleo ni de compromiso con la empresa, sino de una especie de refugio frente a la incertidumbre. A esta tendencia la han bautizado como job hugging, y aunque suene acogedor, en realidad refleja un miedo profundo a moverse.

El término ha sido descrito como el nuevo "quiet quitting" (o renuncia silenciosa) invertido: ya no es que los empleados disminuyan su esfuerzo en su puesto actual, sino que rehúyen moverse hacia otro, una situación que paraliza el progreso y erosiona la innovación dentro de las empresas.

Este fenómeno se ha intensificado en 2025: la tasa de renuncias voluntarias en Estados Unidos ronda el 2%, un nivel sostenido que no se veía con frecuencia desde 2016, lo que ha despertado alerta entre los responsables de recursos humanos. Aunque a simple vista parezca estabilidad, ese "quedarse" no implica compromiso real; muchas personas están simplemente cubriéndose frente a lo desconocido.

Las causas del auge del job hugging son múltiples. En primer lugar, la volatilidad económica y los despidos masivos han generado desconfianza: muchos trabajadores sienten que el riesgo de cambiar de empleo es demasiado alto. En segundo término, el mercado laboral parece haberse enfriado: hay menos ofertas atractivas, menos crecimiento visible en ciertos sectores y una sensación generalizada de que "no hay a dónde ir". 

Además, el desgaste de la confianza hacia las instituciones y las organizaciones también juega: cuando la comunicación es opaca, cuando las reestructuraciones son impredecibles, muchas personas prefieren no moverse para no quedar expuestas.

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Ante la incertidumbre, las pérdidas aparecen

Aunque no lo parezca, el job hugging tiene sus costos latentes: para los trabajadores, mantenerse en un puesto sin evolucionar puede traducirse en estancamiento salarial, pérdida de motivación, falta de desarrollo profesional y dificultad para afrontar retos futuros. A mediano plazo, ese apego por seguridad puede afectar la empleabilidad: si alguien no adquiere nuevas competencias ni experiencias variadas, su perfil puede quedar obsoleto cuando el mercado repunte o requiera de nuevas habilidades, sobre todo ahora que la IA domina las exigencias de muchos puestos de trabajo.

Por otro lado, para las organizaciones tener una plantilla que se queda sin cuestionar puede derivar en falta de innovación, cultura pasiva y un "anonimato productivo" con empleados presentes pero emocionalmente desconectados que, a largo plazo, esa aparente fidelidad puede volverse una trampa silenciosa para la empresa que no está atenta a sus procesos internos.

Los líderes de RR. HH. lo están mirando con recelo: ese "quedarse quieto" puede enmascarar una crisis de compromiso, y que muchas organizaciones no ven el problema porque los números superficiales parecen favorecer la retención. Desde esa óptica, lo que aparenta estabilidad puede ocultar una represión de energía y talento que pueden ser aprovechados.

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