La cerveza bien fría es de lo que más apetece en verano. Pero hasta ese placer se vuelve limitante con el calor. La ciencia ha demostrado que cuando suben las temperaturas y la cerveza se templa un poco, cambia su sabor y se vuelve más amarga. Una razón de más para pedir caña y tomársela rápido.
Si tardamos en tomarnos la cerveza a 35 grados a la sombra, es inevitable que ésta se recaliente. Cuando esto ocurre se intensifican los aldehídos y compuestos furánicos, responsables de aromas metálicos y alcohólicos, que en frío estaban atenuados. Además, este aumento de la temperatura disminuye los ésteres, que son los que dan el regustillo frutal y floral a la cerveza. Resultado: se vuelve más densa y rancia.

Además del sabor amargo, la ciencia ha demostrado que entre 20 y 36 grados se intensifica también el dulzor. Esto ocurre porque se activa el canal sensorial TRPM5 que amplifica estos sabores, provocando que la cerveza se sienta más empalagosa, dulzona y pesada.
Por eso, lo ideal en días de tanto calor es pasar de las jarras y las botellas de un litro de cerveza y pedir cañas en vaso pequeño, de esas que se beben en dos tragos y no da tiempo a que se recaliente. Nivel experto cervecero: lo ideal es tomarla a 5 grados, así lo confirman los análisis moleculares.
Fotos | Fred Moon y Mark Broadhead vía Unsplash.
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