En el siglo XVII, la revolución científica que vivió Europa transformó por completo la forma en que se entendía y estudiaba el mundo. También cambió algo para las mujeres. A mediados del siglo XVII, en Inglaterra, comenzaron a ocupar los escenarios en el teatro cuando hasta entonces, las artes escénicas sólo habían podido ser algo para hombres. Fue una revolución que ahora, cuatro siglos más tarde, contrasta con el movimiento tradwives que se ve en redes sociales.
La mujer en el siglo XVII y lo que tiene que ver con las tradwives. En la Inglaterra del siglo XVII, la feminidad estaba estrechamente ligada al cristianismo patriarcal. Una mujer considerada virtuosa era obediente, casta y dedicada a su casa. A su marido y a su familia. A sus tareas domésticas. El concepto legal de coverture, por ejemplo, estipulaba que una mujer casada quedaba "cubierta" por la identidad de su marido. Ella no podía firmar contratos, ni poseer propiedades a su nombre. No podían votar, ni pensar. Se las educaba para servir a su marido. ¿Te suena? Se parece sospechosamente a lo que ahora, en pleno siglo XXI y 400 años más tarde, promulgan las tradwives.
Grosso modo, las tradwives son mujeres que perpetúan los roles de mujer más tradicionales: se quedan en casa, como esposas y madres, cuidando de su familia. Este perfil es una identidad femenina que la extrema derecha celebra y que muchos usan como arma en una guerra contra el feminismo. Lo curioso es que hace cuatro siglos, las primeras actrices del Londres del siglo XVII encarnaran una lucha feminista en los escenarios y ahora las tradwives quieran volver a 1660 de nuevo. La pregunta es, ¿están las tradwives volviendo a cerrar la puerta que otras abrieron con tanto esfuerzo?
Cuando la mujer en el teatro rompió el molde en Inglaterra. En el año 1662, el rey Carlos II de Inglaterra emitió una orden real por la que prohibía a los hombres interpretar papeles femeninos y legalizaba que las mujeres se convirtieran en actrices. Las mujeres sí podían actuar en España, Italia o Francia desde un siglo antes, pero en Inglaterra, no. El profesor de Literatura inglesa Antonio Andres Ballesteros Gonzalez, explicaba en ABC que la presencia de las actrices, hasta ese momento, “estaba prohibida para salvaguardar el decoro”. En su lugar, “los personajes femeninos eran interpretados por adolescentes aprendices que acababan de entrar a formar parte de la compañía y que todavía no habían cambiado de voz”. Eran hombres jóvenes o imberbes quienes interpretaban los papeles femeninos, algo que podemos ver en la película ‘Shakespeare in love’, protagonizada por Gwyneth Paltrow y Joseph Fiennes.
El cambio no fue nada fácil. Eran consideradas prostitutas y había hombres que pagaban por verlas cambiarse. Para ciertos sectores la sociedad patriarcal construida hasta entonces, como la iglesia, por ejemplo, eran peligrosas. Su vida podía inspirar a otras. Eran consideradas inmorales y su papel en la sociedad era controvertido, especialmente porque representaban algo que llamaba la atención: no se quedaban en casa. Representaban, fuera del escenario, un papel alejado de la "buena esposa" y se apoderaron de un espacio que hasta ahora, era de los hombres.
Como explica Laura Martínez García, Profesora de Filología Inglesa de la Universidad de Oviedo, “su visibilidad suponía un desafío frontal a la autoridad patriarcal que asociaba la feminidad con la domesticidad y que hacía del hombre el proveedor económico de la familia”. Esas primeras actrices como Margaret Hughes, Ann Marshall, Nell Gwyn, Moll Davis o Anne Bracegirdle, y las directoras y escritoras como Nell Gwyn o Susannah Centlivre, demostraron que otro futuro era posible.
Un discurso que recupera una estructura de hace más de 400 años. Lo que aquellas actrices del XVII hicieron fue extraordinario. En una época en la que lo “decente” para una mujer era ser invisible, ellas salieron a escena de forma literal. Más allá de la metáfora, el teatro era un espacio donde podían explorar todo lo que en la vida real se les negaba. Hacía de ellas reinas, criminales y heroínas, y eso era profundamente político.
Hoy, en cambio, las tradwives representan otra escena. Una que esta vez no es un castigo sino una “decisión” envuelta en la idea de libertad personal y cuya narrativa no suena tan opresora sino en cierto modo, reconfortante. Es ahí donde radica su verdadero peligro. Presentar ese rol doméstico como “revolucionario” y elegido, pero esconden que es el mismo modelo que, durante siglos, nos ha mantenido fuera. No cuestionan las estructuras, las mantienen y romantizan.
No se trata de juzgar a las mujeres que eligen quedarse en casa e interpretar un papel de cuidadoras. Se trata de preguntarnos qué idealizamos cuando esa opción se convierte en tendencia, y a quién favorece que se recupere un rol como ese. Las mujeres del siglo XVII que subieron al escenario dieron un paso al frente en un mundo que las quería silenciosas, paradas e invisibles. Quizá por eso es importante recordarlas, porque la historia puede servirnos como espejo. Ellas rompieron el guión. Nosotras no deberíamos conformarnos con menos.
Fotos | Tiktok @naraazizasmith, Retrato de Margaret Hughes por Peter Lely (1672)
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