Entre Zaragoza y Teruel se ubica el verde valle del Jiloca, donde resuena el rumor del agua de un manantial con paredes kársticas cubiertas de musgo, pequeñas cuevas y un chorreo de agua que cae po como si fueran lágrimas de la montaña. Sin embargo, el Aguallueve no es la única joya que esconde un valle se estrecha en el camino que conduce hasta un caserío perfectamente restaurado y lleno de historia.
Hablamos de Anento, una pequeña villa a apenas una hora de la capital aragonesa y cuyo patrimonio medieval destaca por haber llegado perfectamente conservado hasta nuestros días. No es de extrañar que en 2025 se haya cumplido una década desde que ingresó en la red de los Pueblos más Bonitos de España, un reconocimiento a lo que realmente es.
El rincón más escultórico de Aragón
La entrada a Anento ya prepara al viajero para lo que se viene. Antes de llegar a ver siquiera el primer tejado, aparece uno de los rincones más singulares de Aragón: el Aguallueve. La ruta que lleva hasta él tan fácil y accesible que permite descubrirlo a toda la familia. El manantial es un espectáculo natural que cambia según la estación.
El agua cae por las paredes de roca y musgo formando finas cortinas que, con la luz adecuada, parecen hilos de cristal. En invierno, las gotas se congelan, creando un paisaje casi escultórico. A los pies del salto, una balsa almacena el agua que riega las huertas del entorno porque aquí la naturaleza no es un decorado, sostiene la vida cotidiana de los habitantes de la zona.
En los alrededores del sendero hay también pequeñas grutas formadas por la erosión del relieve y, para quien quiera ampliar la caminata, caminos secundarios que llevan tanto al castillo como al torreón celtíbero de San Cristóbal.
El pueblo medieval que recuperó su voz
Todo esto, no obstante, es solo el prólogo. Cuando uno llega al casco urbano, lo primero que sorprende es su cuidada coherencia estética. Nada desentona, nada parece improvisado. Las casas, restauradas siguiendo la arquitectura tradicional, se ordenan en calles empinadas y estrechas, repletas de pequeñas plazas, arcadas apuntadas y rincones de otro tiempo.
La iglesia de San Blas, románica del siglo XIII, es una parada obligatoria. No te dejes engañar por su exterior sobrio porque esconde un interior que deja sin palabras. Su retablo gótico monumental es uno de los más importantes del patrimonio aragonés y sigue en el mismo lugar donde fue instalado hace casi quinientos años.
El paseo continúa cuesta arriba hasta el castillo del siglo XIV. Dominando el valle, ofrece una panorámica que reúne en una postal lo mejor del pueblo y su entorno. Aunque solo se conservan parte de la muralla y dos torres gemelas, la estructura mantiene su aire imponente. No es difícil imaginar cómo debió de ser el asedio de 1357, cuando las tropas castellanas prendieron fuego a la aldea pero sin lograr que se rindiera la fortaleza. Un episodio que se revive cada julio en las Jornadas Medievales, uno de los eventos culturales más cuidados y especiales de toda la comarca.
Una década brillando en la lista de los pueblos más bonitos
Ser uno de los Pueblos más Bonitos de España puede sonar a etiqueta turística, pero en Anento es el reconocimiento a un proceso de recuperación lento, comunitario y muy pensado. A finales del siglo XX, este municipio estuvo al borde de vaciarse, como tantos otros del interior. Hoy, sin embargo, supera el centenar de habitantes, tiene empresas, alojamientos rurales, un albergue, un restaurante, una oficina de turismo con tienda de recuerdos y un flujo constante de visitantes que buscan lo que aquí abunda: calma y autenticidad.
Así que, el hecho de que haya resurgido sin caer en la sobreexplotación también tiene mérito. El pueblo ha sabido conservar su patrimonio sin convertirlo en un decorado. El urbanismo tradicional se mantiene vivo, la rehabilitación ha sido respetuosa y la naturaleza sigue ocupando su lugar central. Todo ello ha permitido que la popularidad del pueblo crezca sin que pierda su esencia.
Anento es un destino pequeño pero intenso. No exige de grandes planes, pero ofrece una combinación difícil de encontrar. Desde poder hacer una caminata por el valle hasta descubrir un patrimonio medieval de primer nivel, incluida su fortaleza con impresionantes vistas. Desde Zaragoza apenas se tarda una hora en llegar, y tres desde Madrid. El aparcamiento habilitado a la entrada, la señalización clara de las rutas y la posibilidad de alojarse en casas rurales facilitan la visita tanto de un día como de fin de semana.
Es un lugar pequeño, sí. Pero también uno de esos destinos que justifican un viaje solo para recordar lo que buscamos de verdad cuando viajamos: un sitio bonito, cuidado y con una historia que merece ser escuchada.
Foto de portada | Miguel Rubira Garcia
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