Si sigues creyendo en la suerte, te contamos cómo ir  a buscarla en vez de esperar a que caiga del cielo (eso no pasa)

Si sigues creyendo en la suerte, te contamos cómo ir a buscarla en vez de esperar a que caiga del cielo (eso no pasa)

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Si sigues creyendo en la suerte, te contamos cómo ir  a buscarla en vez de esperar a que caiga del cielo (eso no pasa)

No sabemos muy bien por qué pero aunque nos hagamos los fuertes, a veces se nos escapa una mirada perdida al cielo buscando “algo” de suerte o un guiño del destino. Sin embargo, al llegar a casa, encendemos velas por morbo o decoración y rezamos mantras para encontrar la relajación máxima mientras suenan pajaritos en el iPad. Nos lo cuestionamos todo. Nos hemos acostumbrado "al ver para creer". Tenemos al pobre "destino ya escrito" cogiendo polvo debajo de la cama. Somos agnósticos por devoción. Pasotas por inspiración divina. No nos creemos nada pero que la suerte (que debe ser invisible como el viento, incolora como el agua y transcendente como el «quien no apoya, no tal») no nos la toquen.

Con la suerte no se juega.

La suerte está bien. Nadie nunca se atrevería a decir lo contrario. Y no me extraña. Algo muy grande está en juego. Tu trabajo, porque vaya, qué suerte tuviste, eh. Esos cinco años de carrera, esos meses de prácticas no remuneradas, ese curso intensivo de inglés… Calla, calla. Es suerte. Es suerte porque tú sí y yo, no. Ah, vale. Guay. ¿Gracias? Y tu pareja, jolin… menuda suerte. Sí, bueno… Que sí, mujer. Ya, pero… Que no, mujer. Que has tenido mucha suerte con ese marido bueno que te ha tocado. No, si la verdad es que tocarme… poco. Que sí, que es una suerte. Ah, vale. Y que el niño ya te come verduras así sin presionar ni nada. Qué suerte. Pero es que… igual no le disgustaban desde un principio. Menuda suerte la tuya. Y los cinco euros que te han tocado en algún sorteo de esos de la suerte. Vaya, qué suerte. A mí nunca me toca nada. Pero si nunca compras ningún boleto. Ya, pero la suerte está por encima de todo eso. La suerte, la suerte, la suerte. La maldita suerte.

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La suerte, por lo visto, es la responsable de todo lo bueno que nos pasa. Vamos, que te pasas la vida teniéndote que sentir agradecida por algo ¿mágico? ¿divino? ¿celestial? Por algo que no está ni estuvo ni (permitidme) estará en nuestras manos. Por algo que tal y como vino, se irá. La suerte. Esa maldita suerte.

¿Por qué es tan difícil dejar de creer en la suerte?

No hay estudios fehacientes de universidades random americanas sobre esto. No hay datos sobre qué diablos pasa si no apoyas el vaso antes de brindar. Tampoco hay registros de gente que gritó al cielo que la culpa de volver solo a casa otro sábado era por la mala suerte que le trajo no rozar el vaso mojado con esa barra pegajosa. Nadie. Como tampoco hay resultados contrastados sobre la buena suerte que se tiene después de pisar una cacota de perro (esperemos que de perro, eso ya sería una suerte). Nadie nunca se ha apuntado en una libreta «he pisado una caca de caniche a las 20:37 del 09/03/2016. Comprobar mi suerte en los próximos días». Siempre tuve la duda de si la suerte al pisar esos pasteles era inmediata, tenía un plazo de 24 horas o era algo sin caducidad. Por no hablar de la suerte que inspira tocar un trozo de madera, de cruzar con cierto contorsionismo los dedos, de conseguir un trébol malformado de cuatro hojas o eso de llevar un trozo de conejo difunto colgando.

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Podría acabar ya y despedirme con un «buenas noches y buena suerte» pero prefiero compartir “mi suerte” con tres consejos. El primero: Confía en tu intuición. Así la culpa será tuya y solo tuya. Serás el último y único responsable de tus actos. Buenos y malos. Piensa que con los buenos te vendrás arriba porque no habrá tenido nada que ver la maldita suerte. Apoya el vaso en la barra y tira la caña, los tejos o la red (allá cada uno con sus técnicas amatorias) si eso es lo que quieres... porque el amor no se va a hacer solo.

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Segundo pero no menos importante: Muéstrate optimista. No solo consiste en repetir mil veces frente al espejo que la mala suerte no existe. También hay que creérselo. Creérselo fuerte. Lo que la gente normal llama "asumir".

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Tercero y no peor: Afronta y cambia. La suerte pensamos que cae del cielo y roza con sus finos deditos de pianista rubia tus actos, pero no. Nada que ver. Tu suerte eres tú y lo que tú hagas. Y ahora, si me disculpas, voy a lavarme la cara que se me ha metido un Paulo Coelho en el ojo.

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