Cinco personas nos cuentan su experiencia recibiendo terapia psicológica y demuestran que ir a terapia es de valientes

Cinco personas nos cuentan su experiencia recibiendo terapia psicológica y demuestran que ir a terapia es de valientes
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Somos muchos (me incluyo), los que alguna vez nos hemos sentido unos locos en el mundo. Enfermedades como la depresión y la ansiedad, son algunos de los motivos que nos llevan a buscar un psicólogo que nos ayude a superar una situación por la que nos sentimos sobrepasados, que nos resulta desconocida y que muchas veces nos abruma.

Sigue siendo un tema tabú para algunos, pero tan necesario como puede resultar ir al ginecólogo, al dentista o a tu médico de cabecera. La salud mental es tan importante como la física, por eso hoy te contamos la experiencia de cinco personas que han sufrido ansiedad y han acudido a terapia psicológica.

Alesya, 25 años

“Había días que era incapaz de ir a trabajar, mentalmente no podía, solo el hecho de salir por la puerta de mi casa sabiendo que voy a la oficina, mi cuerpo se paralizaba, sudaba, no podía respirar.” Así es como vivía Alesya los ataques de ansiedad. Esta reportera afirma que la terapia le ha devuelto la capacidad de continuar con su vida.

Sigue acudiendo a sesiones sueltas tras finalizar su tratamiento. Lo hace cuando detecta que algo no encaja (capacidad que aprendió tras sus sesiones) y esa antelación hace que no se desarrolle el problema que esté gestionando en ese momento. “La salud mental es muy complicada. Muchas veces no se tratar de entender, sino de aceptar situaciones y saber gestionarlas, aprender a tener herramientas para luchar y saber estar ante ellas”.

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Los millennials, según Alesya, están comenzando a normalizar conversaciones sobre ansiedad y depresión. En personas de 20-25 años es normal compartir experiencias para, según ella, no sentirse solo. Pero afirma que en otras franjas de edad, es más complicado. “Se suele ver como algo de gente débil, o que no sabe gestionar sus emociones. He tenido gente que me ha dicho a la cara que es mejor medicarse con ansiolíticos o hacer deporte, que ir al psicólogo, cuando debería ser al revés: ir al psicólogo para prevenir que nos mediquemos.”

Javier, 28 años

“En unos pocos meses se juntaron algunos sucesos en mi vida, en varios ámbitos distintos. Por sí solos quizás podían sobrellevarse, pero unidos no, al menos para mí. No supe gestionar todo eso y derivó en ansiedad. La gestión de las emociones se me complicó.” Javier es periodista y hace tres años decidió pedir ayuda a un profesional para tratar su ansiedad.

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Para él no supuso ningún problema asumir que necesitaba ayuda y que no conseguiría mejorar su situación por sí solo. Durante su terapia, Javier aprendió a “saber detectar ciertos tipos de pensamientos que no me ayudaban en nada, a vivir menos angustiado, más tranquilo, a canalizar emociones, a conocerme mejor a mí mismo y a replantearme mis expectativas sobre mí y sobre los demás.”

Es optimista y cree que el miedo a “ir al loquero” irá desapareciendo. “Sí que hay cierto miedo a abrir una conversación sobre ello, quizás es que nadie nos ha enseñado a hablar de la gestión de las emociones y la salud mental, y tenemos miedo a cagarla”, nos confiesa Javier.

Eva, 33 años

Eva, ingeniera industrial, es nerviosa y perfeccionista. Hace dos años, y tras el término de la relación con su pareja, hizo lo que muchos hacemos: ocupar el tiempo con mil actividades para “no pensar”. Pero huir así del problema no le hacía feliz, le impedía avanzar y ella lo sabía. Además no dormía, estaba en tensión y sufría ataques de ansiedad.

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“Mi psicóloga me hizo ver algo claro: mi ex no era irreemplazable y huyó, así que no era lo mejor para mí. Creo que necesitaba verlo con esa claridad y dureza” nos cuenta Eva. La idea de dejar atrás esa idea de amor romántico, le hizo empezar a disfrutar viajando sola, conociendo gente y quedando con amigos. “Empecé a disfrutar de la vida sin pareja y darme cuenta de que no necesitaba a nadie para estar completa. Tu pareja es como un bolso, un mero complemento.”

A pesar de los prejuicios que, afirma, le impidieron ir antes a terapia, Eva cree firmemente en la necesidad de utilizar esa ayuda que una sesión de psicología aporta: “Socialmente tenemos asumido que hay que ir al gimnasio o apuntarse a cualquier actividad física para mejorar nuestra salud física, pero es un tabú lo de ir al psicólogo para cuidar de nuestra salud mental. En la vida hay momentos duros: rupturas, pérdidas, fracasos, despidos... A veces lo llevamos bien y otras no tanto. Un psicólogo nos pone los pies en la tierra, nos orienta, nos ayuda a relativizar esos pensamientos horribles típicos, "soy un fracaso", "no sirvo para nada" o "nadie me quiere" que todos hemos tenido.”

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Pero no pienses que es un camino de rosas. Las sesiones de terapia requieren trabajo. “A veces oyes cosas que no te gustan o que no entiendes sobre las que tienes que reflexionar un tiempo”, admite Eva, y añade que ir a terapia “no es de débiles. El psicólogo no hace que la vida sea más fácil, pero nos ayuda a tolerar las cosas malas mejor, a relativizar, a no dejarnos llevar por el dramatismo.”

Iria, 31 años

Iria es psicóloga y sufre un trastorno de ansiedad generalizado. Necesitó las herramientas necesarias para manejarlo, por eso acudió a terapia cuando se dió cuenta de que no podía controlar sus síntomas y tuvo su primer ataque de pánico. “Ojalá lo hubiera hecho antes”, afirma, “me hizo descubrir que la ansiedad no vino de la nada, sino que era la respuesta a toda una vida de necesidad de control, falta de autoestima y estrategias de afrontamiento no demasiado adaptativas. Ir a terapia sobre todo me abrió los ojos, me hizo ser consciente de esas cosas que antes no veía y me aportó herramientas para hacer las cosas mejor para mí y por mí misma”.

“Soy psicóloga y no soy totalmente objetiva, pero todos tenemos nuestras cosas, no nacemos aprendidos y a veces vamos adoptando estrategias de afrontamiento por pura supervivencia o por necesidad y aunque no seamos conscientes no siempre son las más adecuadas. Creo sinceramente que a todos nos viene bien evaluar nuestras estrategias, conocer por qué hacemos lo que hacemos y si hay una forma mejor de hacerlo o no.“

No es la primera ver que Iria habla de su problema con la ansiedad. En este artículo nos cuenta su experiencia y afirma que contarlo, resultó hasta terapéutico. “Tener una enfermedad mental y necesitar ayuda todavía parece una debilidad, como si hubiera algo malo en ti. Nadie se plantea que desarrolla un cáncer porque hay algo malo en él, y sin embargo cuando se trata de enfermedades mentales la cosa cambia. Por eso me parece tan importante hablar de ello, que se cuente, que se comparta, y hacer divulgación y más divulgación.”

Ana, 33 años

Lo mejor para entender lo que vas a leer a continuación es que sepas que yo, la chica que está detrás del teclado, soy una de las personas que pasó su tiempo en una consulta psicológica y que mi testimonio será el último que leas. Me llamo Ana, tengo 33 años y hace dos años recibí tratamiento psicológico por sufrir ansiedad.

No te mentiré, me sentí como una loca. Fui la primera persona que tuvo prejuicios sobre la psicología. Me veía abocada a terminar hablando sola por la calle y a imaginarme delirios en los que Kim Kardashian se sentaba en mi sillón a la hora del té. Creía que ir al psicólogo era la confirmación de que algo estaba mal en mi cabeza, y eso solo supondría el detonante de un mal mayor.

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Sabía que detrás de no dormir 3 horas seguidas, tener las pulsaciones por las nubes y perder pelo había mucho más que estrés laboral. Tras dos meses de baja hablé con una amiga psicóloga (a la que siempre estaré agradecida) que me recomendó a una compañera experta en trastornos de ansiedad. Y sí, ir a verla, a pesar de todos mis miedos, fue la mejor decisión de mi vida.

Mi mejor resumen para la terapia es que me encontré, con todas las letras, aunque necesité 4 meses para hacerlo. Estaba tan perdida que no me reconocía ni en el espejo, y el trabajo de rebuscar en tu interior es mucho más sencillo si sabes qué debes buscar o dónde hacerlo. Por eso si volviera a encontrarme en una situación límite, volvería a terapia sin dudarlo, porque no es más fuerte el que más aguanta, sino el que tiene valor para pedir ayuda a aquellos que pueden ayudarle.

Foto| Unsplash

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