Ser hombre joven en España hoy día suena, a veces, a misión imposible: y es que la situación laboral actual no es tan favorable para los hombres en sus treintas: la generación nacida en los ochenta llega a los puestos de trabajo con peores condiciones económicas que la generación de sus padres (los nacidos en los sesenta) y, según varios análisis, cobra de media bastante menos cuando tiene 30 años.
Esto no es solo una sensación; hay estudios y datos que señalan una caída sostenida del poder adquisitivo, menos riqueza acumulada y un limitado acceso a la vivienda que ha cambiado las reglas del juego.
Poniendo como ejemplo una comparativa simple, los que hoy tienen 60 años en su momento, cuando tenían 30 años, estaban cobrando, ajustando por inflación y en términos comparables, poniendo de referencia 30.000 euros al año. Ahora, los que tienen 30 años hoy (nacidos en torno a 1995) con similar formación, experiencia y expectativas, podrían estar cobrando algo así como 24.000 euros al año, es decir un 20% menos que sus "equivalentes" hace tres décadas.
Y lo significativo es que esa generación joven invirtió mucho más en formación (universidades, posgrados, movilidad) que la de sus padres, pero aun así se encuentra con un salario inferior al que tuvieron los de la generación anterior al llegar al mismo punto de su vida laboral.
La comparación intergeneracional viene con cifras que escuecen: medios y organismos han publicado que los nacidos en los ochenta llegan a la treintena con rentas reales inferiores, en promedio, una cifra orientativa del orden del 20% menos, un reflejo de décadas de salarios estancados, contratos temporales, burbujas inmobiliarias y crisis que han ido dejando cicatrices en la juventud.
Esa diferencia no es solo salarial: el Banco de España y otros informes alertan de que la capacidad de acumular patrimonio, sobre todo vivienda, ha sido muy distinta entre cohortes, y que los de 1960 llegaron a hacerse con más peso patrimonial cuando tenían la misma edad.
Si miramos el mapa más amplio, organismos internacionales como la OCDE confirman la tendencia: en las últimas décadas la renta media de los adultos jóvenes ha crecido menos frente a la de generaciones mayores, de modo que hoy los mayores de edad en activo suelen tener ingresos superiores a los jóvenes en franjas que antes estaban más igualadas.
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Además, es importante destacar que la caída de la renta no afecta por igual a hombres y mujeres: los datos muestran que, mientras en muchos casos las mujeres han conseguido mantener sus ingresos relativos frente a generaciones anteriores gracias a una mayor formación o acceso al mercado, los hombres son quienes están soportando en mayor medida la pérdida de poder adquisitivo.
Por ejemplo, la última encuesta de estructura salarial del Instituto Nacional de Estadística (INE) para España en 2022 fija el salario anual promedio de los hombres en 29.381,84 euros y el de las mujeres en 24.359,82 euros, lo que sitúa el salario femenino en alrededor del 82,9 % del masculino.
En otros estudios se apunta que el impacto de las crisis y de los contratos temporales ha sido más acusado para el empleo masculino en ciertos nichos y edades.
Esto quiere decir que aunque la brecha de género en salario sigue existiendo, la "caída generacional" del ingreso bruto está siendo más pronunciada para los hombres jóvenes que para las mujeres jóvenes. Así que, en esta ecuación de desventaja generacional, los hombres nacidos en los ochenta se encuentran entre los más perjudicados.
Esa "pérdida de ciclo" para quienes entraron al mercado laboral justo antes o durante la crisis de 2008 (y con más embestidas posteriores) explica buena parte de la situación: quienes nacieron en los ochenta sufrieron las cicatrices de la herida laboral con desempleo prolongado, contratos basura y pérdida de salario permanente.
Las consecuencias prácticas son claras y cotidianas: cuesta más emanciparse, el ahorro es escaso y la posibilidad de comprar una vivienda se ha vuelto un sueño para muchos que, pese a tener más formación, se encuentran "pagando el pato" de mercados y políticas diseñadas para otras épocas.
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Además, la riqueza acumulada por generaciones anteriores, deja a los millennials y a los mayores de la Generación Z en una posición de desventaja. El contraste incluso se traduce en que, según varios reportes, la riqueza patrimonial de los nacidos en 1960 puede ser el doble que la de los nacidos en 1980 cuando se comparan en la misma franja de edad.
La lectura social y política es obvia: hay una sensación de agravio entre generaciones, que se percibe en debates sobre pensiones, vivienda, empleo y redistribución. El periodismo y los think tanks han empezado a poner cifras y gráficos encima de la mesa para que no parezca una queja de bar: los datos muestran que, efectivamente, las generaciones más jóvenes están peor preparadas para acumular riqueza que sus padres y tienen salarios reales más bajos en etapas clave de la vida laboral.
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