Estoy segura de que la mayoría de nosotros hemos torcido un poco el morro al leer el titular. ¿Amistad con un jefe? Suena a problemas. Posiblemente no sea fácil. Surgirán dificultades que complicarán tanto la relación laboral como la amistad en sí. ¿Es, por lo tanto, imposible? Vamos a verlo.
El entorno laboral es el lugar en el que, nos guste o no, transcurren la mayoría de horas productivas de nuestro día a día. Y, sin embargo, dedicamos muy poco esfuerzo de nuestra inteligencia emocional a facilitar las relaciones en este entorno. A poco que lo pensemos, todos conocemos a alguien que odia a su jefe, que tiene una relación horrible con sus compañeros o que sueña cada mañana, cuando suena el despertador, con dejarlo todo.
¿Por qué nos parece, a priori, una mala idea mezclar la amistad con una relación laboral entre jefe y empleado? Quizá todo el problema parta de la idea preconcebida que tenemos de un jefe. El jefe, como ente abstracto, es un enemigo. Y, claro, un enemigo no puede ser nuestro amigo.
La psicóloga Patricia Ramírez señalaba en un artículo de El Mundo las 15 características para ser un buen jefe. Resumiéndolas, podríamos decir que el buen jefe es aquel que confía en sus empleados y se preocupa por ellos, los motiva, transmite confianza, es optimista, prudente y honesto. Un momento... ¿no serían estas también las cualidades ideales de un buen amigo?
Todos tenemos algún amigo con el que nos parecería una locura establecer una relación laboral: el que siempre te dice lo que quieres oír, el que es inflexible en sus opiniones, ese en el que no confías del todo... Pero tampoco creo que nos resulte demasiado difícil encontrar en nuestro grupo de amigos a alguno que nos parecería un buen jefe.
La inteligencia emocional es la clave. No somos personas diferentes dentro y fuera de la oficina, aunque en un lugar llevemos el traje de jefe/empleado y, en otro, el de amigos. Y es un error dejar las emociones fuera del ámbito laboral, por mucho que hayamos escuchado lo contrario. Si no incluimos las emociones en nuestra vida laboral, nunca comprenderemos nuestros estados de ánimo.
Si establecemos una buena comunicación jefe-empleado, basada en la sinceridad y el respeto, la amistad no tiene por qué verse afectada. Y, del mismo modo, si intentamos dejar los asuntos laborales dentro de la oficina, y disfrutamos de la amistad pura y dura fuera de ella, las interferencias que afecten a una u otra relación se reducirán al mínimo.
En ocasiones, los acontecimientos se desarrollan en el orden opuesto. No es lo mismo tener un jefe y plantearnos la posibilidad de ser o no su amigo, que tener un amigo y que, caprichos del destino laboral, acabe siendo nuestro superior. ¿Cómo lidiamos con eso? ¿Y si nosotros también optábamos a ese puesto? Las posibles complicaciones son muchas y variadas, pero la receta de la inteligencia emocional y la comunicación fluida sigue vigente. Eso sí, tendremos que aplicarla con más ahínco, ya que nos jugamos más: no es lo mismo no incorporar a tu jefe como amigo que perder a alguien que ya te importaba antes de que la situación laboral cambiara.
Escuchamos constantemente opiniones sobre ámbitos con los que no es conveniente mezclar la amistad. No es buena idea ser amigo de un jefe, es imposible ser amigo de una expareja, es un error ser amigo de tus padres... Valoramos la amistad como algo casi etéreo que no debe ser profanado por otro tipo de relaciones, sin pararnos a pensar que, probablemente, cada persona construye su propio concepto de amistad y cada par de amigos establece, a su vez, las normas que rigen su relación.
Ser amigo de un jefe no es fácil. Pero es posible y, llevado de una forma correcta, puede ser incluso una gran idea. Presentará dificultades, tanto para uno como para otro, en muchos momentos, pero... ¿de verdad vamos a renunciar a la posibilidad solo porque se salga de los límites de lo cómodo?
Fotos | Pixabay
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