Estoy harta de este invierno, del viento, de no salir de casa, la nariz helada y los leotardos bajo pantalones. Estoy segura de que vosotros también. Por eso sueño con dos días de playa, o 5 minutos. Con el ombligo al aire, un cóctel y manga corta. Así que viendo cómo se las gasta Selena Gómez en pleno febrero no le deseo ningún bien.
Envidia, que me corroe las entrañas. Envidia a ese ombligo que se enseña, a esa camisa de leñador que se ha puesto porque es moda, no porque tenga frío. A esas prendas que van descolocadas, total, si me estoy asando.
Los Angeles es su ciudad y pese a lo mal que he oido hablar de ella, por favor que me lleven. Esos escotazos, esas sandalias de yute sin medias, esos tejidos ligeras como mariposa...
Ya me las apañaré yo para que no se me note el blanco de las piernas, lo morado de mis labios (helados) y la falta de costumbre al sol. Me ocurrirá como a ella, que ante tal despropóstio temporal acabaré llevando bufanda con camiseta sin tirantes.
Llévame, señor, llévame.
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