Notas sobre el servicio en un castillo inglés

Notas sobre el servicio en un castillo inglés
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Hace ya mucho tiempo, por ahí en el 1990, tuve la gran oportunidad de acompañar a un escritor con sus dos hijos durante sus vacaciones un mes de julio a Gran Bretaña. Su esposa se reuníra más tarde y me necesitaba para cuidar de los niños hasta entonces.

Entre las amistades a las que fue visitando durante ese mes, hicimos una escala de lo más fascinante en la costa este de UK pasando un fin de semana largo en un castillo de película en el que pude conocer al Lord y a la Lady de la casa, pues eran amigos del escritor.

Para describiros la propiedad en la que se ubica el castillo, necesitaría como dos posts o más. Y tampoco es de lo que quería hablaros: confiad en mí si os digo que era un lugar de cuento de hadas inglesas.

El servicio del castillo era tan eficiente como invisible, como se espera de un buen servicio. La habitación (incluso la mía, la baby-sitter) la hacían aprovechando mi ausencia, fuera corta o larga, pero no tengo ni idea de cómo lo sabían: no me crucé nunca con ninguna camarera.

Cawdor Castle en Escocia

Las comidas eran en familia: los jóvenes dueños (el Lord claudicó de su título en favor de su hijo en vida, cosa poco corriente), sus ilustres invitados del fin de semana y nosotros. Se preparaban los platos como un exquisito buffet caliente al otro lado de un biombo de madera macizo que separaba el gran comedor del rincón de servicio.

Cuando, a una señal imperceptible por mí, anunciaban desde la cocina (en el piso debajo del comedor) que el plato estaba listo, y que el gueridon gigante ya había subido en su plataforma elevadora de la cocina, se nos invitaba a levantarnos y servirnos: nada de formalidades durante el fin de semana de descanso.

Al final descubrí que quien estaba en contacto con cocina era la señora: tenía un botoncito debajo de la mesa que le permitía hacer subir o bajar la plataforma. Ya podéis imaginaros mi cara de boba sorprendida cuando me lo explicaron.

El jefe de servicio, el mayordomo, era un personaje silencioso y atento donde los haya. Siempre pulcramente vestido, creo que no oí el tono de su voz en todos los cinco días que estuvimos en la propiedad: sólo susurraba, y sólo a la señora o al señor ya que sólo tenía ojos y oídos para ellos. En exclusiva y con una dedicación casi religiosa.

La mesa del comedor era rectangular, larga, maciza y sobriamente preciosa. En los extremos, el lord y la lady del lugar, ella mirando hacia el increíble biombo de madera al fondo de la gran estancia que era el comedor, donde entre los cuadros había un Rembrand original.

Os podéis imaginar que guardo un recuerdo único de esa inesperada escala en semejante lugar. Por cierto, que fue ahí donde me agobié con el platito del pan del que os hablé con anterioridad: puede que el comentarista que se burló de mí fuera más benévolo ahora sabiendo que no sólo yo era muy jovencita sino que todo el escenario me dejó anonadada.

Foto | Dunrobin Castle, Cawdor Castle En Embelezzia | Etiqueta y protocolo, Tomar el té como un perfecto sir

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