Aunque nos parezca que toda España está inundada de turistas, lo cierto es que aún quedan algunos rincones recónditos por descubrir. Es el caso de Imada, un caserío de 150 habitantes que viven ajenos al paso del tiempo, ocultos en las lomas de la isla de la Gomera (aunque parezca Bali).
Imada es un pueblito diminuto encajonado entre barrancos y rodeado de palmeras y almendros, que le dan ese aspecto exótico, selvático y alejado de la civilización. Sus vecinos mantienen las costumbres locales inalteradas y solo unos pocos viajeros llegan a descubrirlas, los que se atreven a coger la carretera estrecha y sinuosa que conduce hasta aquí.
Llegar es difícil, pero merece la pena. Ya desde el camino se vislumbran los caserones típicos canarios entre la copa de las palmeras, acompañados de terrazas de cultivo escalonadas que recuerdan mucho a las postales de Indonesia, Tailandia y el sudeste asiático en general. La arquitectura armoniza y acompaña al paisaje, realizada con piedra volcánica vista o con fachadas encaladas de blanco tradicionales.
Esta aldea es tan diminuta que solo tiene una calle asfaltada. De ella nacen caminos de tierra y escaleras angostas que conectan la vía principal con las casas de los vecinos. El corazón de Imada es su ermita de Santa Ana, un templo canario de color blanco con portones de madera muy coqueto y humilde. Además, esta localidad conserva testigos de su pasado rural con antiguas eras de trigo, hornos y lagares de piedra volcánica, que antiguamente se usaban para pisar el vino.
El encanto de visitar Imada está en pasearla sin rumbo, disfrutar de la magnificencia de su entorno, de sus paredes de roca, de su frondosidad y, sobre todo, de su tranquilidad. En el bar Arcilia podemos probar comida casera gomera y, con un paseo cortito, podemos llegar a una pequeña cascada que cae desde el barranco de Refate, donde un riachuelo llega a su fin. Es una experiencia de desconexión absoluta, no hay ni cobertura móvil.
Fotos | @lagomera_canaryislands, La Gomera Travel, Ayuntamiento de Alajero.
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