Tener fines de semana más largos suena tentador, pero trabajar menos horas al día podría ser más práctico

Tener fines de semana más largos suena tentador, pero trabajar menos horas al día podría ser más práctico
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Cuando en Microsoft le dieron a sus 2.300 empleados en Japón cinco viernes libres seguidos se dieron cuenta de que la productividad aumentó en un 40%.

Cuando Perpetual Guardian, una sociedad de servicios financieros de Nueva Zelanda, probó a dar a sus empleados ocho viernes libres seguidos, sus 240 empleados afirmaron sentirse más involucrados, estimulados y empoderados.

Resultados de las pruebas de Perpetual Guardian analizados por investigadores de la Universidad de Auckland y de la Universidad Tecnológica de Auckland. 4dayweek.com, CC BY-SA

En todo el mundo existe un renovado interés por reducir la semana laboral habitual. Sin embargo, surge la duda de si establecer una semana laboral de cuatro días manteniendo la jornada de ocho horas es la mejor forma de reducir las horas de trabajo.

Es posible que dejar la semana laboral en cinco días y reducir la jornada laboral a siete o seis horas sea una mejor opción.

Primero acortar los días y después las semanas

A lo largo de la historia hemos sido testigos de las diferencias entre estas dos opciones.

En el momento más álgido de la Revolución Industrial, a mediados del siglo XIX, una jornada laboral de 12 horas y una semana laboral de seis días (72 horas en total) era lo normal.

Las protestas masivas, con una fuerte oposición por parte de los empresarios, surgieron con el fin reducir la duración de la jornada laboral, inicialmente de 12 horas a diez y posteriormente a ocho.

Los trabajadores de la construcción en Victoria, Australia, fueron de los primeros en asegurarse la jornada laboral de ocho horas en 1856, aunque para la mayoría de trabajadores en el resto del mundo no llegó a ser la norma hasta las primeras décadas del siglo XX.

Trabajadores conmemorando la obtención de la jornada laboral de ocho horas en Melbourne, Australia, alrededor de 1900. La jornada laboral de ocho horas ya se había generalizado en Victoria para el año 1860 y fue conmemorada en 1879 con la creación de un día festivo conocido como el Día del Trabajo. www.wikimedia.org

La iniciativa para reducir la jornada laboral se basaba sobre todo en la fatiga de los trabajadores y en las preocupaciones sobre su salud y su seguridad. Sin embargo, también se argumentaba que los hombres en activo necesitaban tiempo para leer y estudiar con el fin de ser mejores maridos, padres y ciudadanos.

La reducción de la duración de la semana laboral de seis días llegaría más tarde durante el siglo XX.

Primero fue reducida a cinco días y medio, resultando en la creación del "fin de semana", algo que ocurrió en la mayor parte del mundo industrializado desde los años 40 a los años 60 del siglo XX. En Australia la semana laboral de cinco días y cuarenta horas pasó a ser la establecida por ley en 1948. Ambos cambios se produjeron a pesar de las dos guerras mundiales y de la Gran Depresión.

Un movimiento estancado

Durante los años 70 las iniciativas para reducir la jornada laboral se estancaron en la mayoría de los países industrializados.

Sin embargo, a medida que más mujeres han entrado en el mercado laboral, la carga total de trabajo (remunerado y no remunerado) por hogar medio ha aumentado, algo que ha llevado a preocupaciones por la "falta de tiempo" y el desgaste en el trabajo.

El problema ha resurgido durante la última década a partir de varios frentes, entre los que se incluyen el feminismo y el ecologismo.

De vuelta al orden del día

Una de las principales preocupaciones sigue siendo el agotamiento laboral, tanto a nivel mental como físico. No sólo se debe al trabajo remunerado sino también a que la vida social y familiar cada vez es más exigente en pleno siglo XXI, algo que ocurre a nivel diario, semanal, anual y de por vida.

Buscamos recuperarnos del agotamiento diario durante las horas de sueño y el tiempo libre. Sin embargo, parte del agotamiento residual se acumula a la largo de la semana y podemos recuperarnos durante el fin de semana. En periodos de tiempo más extensos nos recuperamos con los festivos (los puentes o findes largos), las vacaciones e incluso, si tenemos en cuenta toda nuestra vida, cuando nos jubilamos.

¿Entonces sería mejor trabajar menos horas al día o tener fines de semana más largos?

Se podría decir que la presión a la hora de compaginar los compromisos familiares y personales en las pocas horas que nos quedan entre llegar a casa e irnos a dormir es el principal problema de la falta de tiempo, sobre todo para las familias. De ahí que la prioridad debería ser una jornada laboral más corta y no una semana laboral de cuatro días.

La socióloga Cynthia Negrey es una de las defensoras de reducir la jornada laboral, especialmente para poder compaginarla con los centros educativos como parte de una iniciativa feminista para aliviar el "sentimiento de falta de tiempo diario" sobre el que escribe en su libro de 2012 Work Time: Conflict, Control, and Change (Jornada Laboral: Conflicto, Control y Cambio).

Precauciones históricas

Es importante tener en cuenta que la reducción histórica de la semana laboral de 72 a 40 horas se consiguió a un ritmo de sólo 3,5 horas por década. El mayor logro (de seis a cinco días y medio) supuso una reducción del 8% de las horas de trabajo. Pasar a una jornada laboral de seis horas o a una semana laboral de cuatro días supondría una reducción de aproximadamente un 20% de un solo golpe. Por eso parece más práctico hacer campaña para cambiar las cosas en varias etapas.

También deberíamos ser cautos con los resultados de los experimentos aislados y puntuales de una sola empresa respecto a la semana laboral de cuatro días. Este tipo de experimentos se suelen dar en organizaciones con una cultura laboral y de liderazgo abierta a este tipo de experimentos. Es probable que los trabajadores se sientan "especiales" y sean conscientes de que tienen que conseguir que el experimento funcione. No podemos dar por hecho que la aplicación de una reducción de este tipo no tendría efectos negativos a nivel económico.

Autor: Anthony Veal, Universidad de tecnología de Sydney

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.

Traducido por Silvestre Urbón.

Fotos| Unsplash.com

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