Soy una superviviente del cáncer de mama: tres testimonios de cómo lo han afrontado tres mujeres distintas

Soy una superviviente del cáncer de mama: tres testimonios de cómo lo han afrontado tres mujeres distintas
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Se diagnostica antes, los tratamientos han evolucionado, los efectos secundarios son menores y hay más posibilidades de supervivencia. El cáncer de mama ya no es una sentencia de muerte pero sigue siendo una dura prueba y nadie mejor para mirar el futuro con esperanza que las mujeres que lo han superado. Hablamos con ellas para que nos cuenten cómo es ser superviviente.

Según la AECC en España se diagnostican unos 26.000 casos de cáncer de mama al año. Cerca del 90% de las mujeres sobrevive a esta dura enfermedad y esta cifra aumenta un 14% cada año.

Las razones de estas mejoras son muchas. Por ejemplo, diagnosticarlo es mucho más fácil y eso consigue que se actúe antes, permite conocer el tumor mejor y aplicar el tratamiento más adecuado desde el principio. La quimio es más precisa y la unión de quimioterapia e inmunoterapia permite dirigir la quimioterapia solo a las células malignas, lo que se traduce en menos efectos secundarios y más posibilidades de sobrevivir. La radio también es más rápida y eficaz.

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Sí, todo parecen buenas noticias, pero como podemos leer en la web de la Asociación Española Contra el Cáncer, es normal sentir cierto grado de depresión, ansiedad y miedo, mucho miedo, cuando el cáncer es parte de su vida. No todas las mujeres lo viven de la misma manera, ni con la misma intensidad o sienten cómo la angustia les invade. Pero ¿qué pasa el día después? ¿Cómo lo viven las mujeres que han pasado por este proceso? Según un estudio realizado por el Hospital Sant Pau de Barcelona, entre el 60 y el 70% de la muestra analizada sufren secuelas físicas, emocionales y cognitivas.

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Paula Diez: las citas médicas eran como reuniones que no podía aplazar

“La primera reacción fue incredulidad. Como si todo se tratase de un sueño o algo que le estuviera pasando a otra persona. ¡Con lo ocupada que estaba yo!”, bromea Paula. Pero no era ninguna broma sino el tipo de noticias que no se quieren dar o que cuando se dicen en voz alta solo despiertan caras serias y lágrimas. Y al igual que con todo en el resto de su vida, Paula se lanzó al tratamiento con la misma dedicación y energía: “le dije a mi familia que no podíamos perder el tiempo quejándonos, que había que ponerse manos a la obra y trabajar mucho para derrotar a la enfermedad. Y que para eso necesitaba mucha actitud positiva por parte de todo el mundo”.

“Lo peor es la incertidumbre, pero una vez que entras en la rutina de las sesiones solo quieres concentrarte en seguir adelante y resolver". Paula Diez.

Actitud mucha. Sobre todo para no caer en la angustia y la desesperación: “entras en internet, miras las estadísticas, te intentas convencer de que todo ha mejorado una barbaridad… pero es imposible no angustiarse y pensar que tú vas a formar parte de ese pequeño porcentaje que no sobrevive”, reconoce. “Así que me dije a mí misma que no tenía que pensar en esto, que las citas médicas eran como reuniones de trabajo, a veces una pesadez por la que tenía que pasar, pero la única solución para avanzar en el proyecto”.

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Reconoce que la peor parte se la ha comido por dentro “por mis hijas, por mi marido… por mi madre. No hay nada peor que ver cómo tu madre te mira intentando contener las lágrimas todo el tiempo”. Pero también que el proceso al final se le ha hecho menos duro de como se lo imaginaba. “Eso sí, mentiría si dijera que no he sentido miedo. O que no lo tengo ahora cuando de repente me despierto pensando que tengo que empezar de nuevo con todo”.

María Margallo: nunca ha dejado de sonreír y de pelear contra la enfermedad

“Yo me lo toqué (el bulto) y supe que era malo, porque siendo médico esa lucecita se enciende y aunque todo el mundo me decía que esperara yo no tenía ninguna duda”.

María, médico de familia, viuda y madre de dos niñas nos cuenta que su madre había fallecido hacía años precisamente por culpa de esta enfermedad y siempre había estado vigilante: “pero iban pasando los años y yo y mis dos hermanas nos decíamos que no nos había tocado, que nos habíamos librado”.

Lo más duro para ella desde el primer momento fue la incertidumbre “desde que sabes que lo tienes hasta que te dicen mañana empiezas con esto, entre que te hacen la biopsia, te dan los resultados, de si te van a hacer quimio, si te van a hacer radio,...”

Miedo, mucho miedo, incertidumbre, no saber qué va a pasar, “o si va a haber un mañana. Yo tengo dos niñas y si las niñas querían pedir pizza yo pensaba que sí, que la pedíamos, por si acaso, por si no la podía pedir al día siguiente”.

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Empezar con el tratamiento en sí fue lo que difuminó ese miedo: “siendo yo médico no quise saber más. Me puse las orejeras como los burros y si me decían doce de quimio, pues venga, doce de quimio. De repente, ese miedo se transformó. Me habían dado las armas, el tratamiento, y yo me propuse usarlas para terminar con esto.”

Una cosa en la que quiere hacer hincapié María es que no siempre las cosas van bien. “Hay un componente muy importante de la suerte, pero es fundamental actuar con rapidez nada más notarse algo raro. Yo me lo noté, a la semana me pincharon y al mes ya estaba con mi primera quimio. Aquí no puedo perder ni un solo segundo, me dije”.

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A quien las cosas no le van bien no significa que no lo está haciendo bien, insiste. “Parece que somos luchadoras, pero las cosas si no van bien no es culpa de uno. Es ese componente de suerte sobre el que nosotros no tenemos control”.

Para María la actitud es vital, incluso para luchar contra los efectos secundarios de la quimioterapia. “Los efectos secundarios existen, y yo por ejemplo he tenido secuelas y es verdad que te vas a encontrar mal. Pero tú no haces caso. Esto es lo que es para ir avanzando e irte curando. Si le pones ánimo y buena voluntad los efectos secundarios están, pero no los vives como si fuera un horror”.
Ella confiesa que se sentía revuelta, pero se decía que tenía que seguir y sacar fuerzas para seguir moviéndose, tomando una alimentación sana, tener reuniones sociales, etc.

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“Lo importante es que yo nunca he dejado de sonreír”, apunta María. “Por dentro podía estar fatal, hecha una mierda, pero si alguien me preguntaba siempre le decía que estaba bien. He intentado siempre como plantearme que era algo que tenía que ganar…”.

Para ella fue realmente duro tener que hacer pública su enfermedad: “hasta entonces se lo había contado a quién había querido. En el momento en el que el pelo empezó a caerse, todo el mundo supo que tenía cáncer. De hecho lo publiqué en Facebook para que todo el mundo lo supiera”.

“Mis hijas no me preguntaban cuando iba a los tratamientos y cuando más tarde les pregunté por qué no lo habían hecho su respuesta fue '¿Y si no nos dabas buenas noticias?´". María Magalló.

María no puede olvidarse que ha tenido un cáncer a diario porque no se ha hecho todavía la reconstrucción, porque tiene el movimiento del brazo derecho limitado y particularmente porque ella ha cambiado como persona. “Pierdes amigos por el camino, porque es un proceso muy largo y la gente sigue con su vida y cuando te vas a reenganchar hay amigos nuevos, planes nuevos, la gente no sabe cómo acercarse a ti, qué preguntarte, etc.” También reconoce que se ha vuelto un poco egoísta y que ahora ha llegado el momento de pensar en sí misma, de cuidarse, de disfrutar de las pequeñas cosas”.

El cáncer de mama le ha supuesto reconsiderar su trabajo como médico de familia, darse cuenta de la importancia que tiene un abrazo, el roce de una mano, unas palabras cariñosas… Ella se trató en MD Anderson y sintió que el cariño de los profesionales fue fundamental para no vivir el tratamiento como un horror. "Como médico de familia he aprendido muchas cosas. Desgraciadamente, tengo muchos pacientes que tienen cáncer de mama y ser paciente me ha ayudado a tratarlos mejor".

“Ahora sé exprimir los pequeños momentos que nos da la vida, que de otra manera no disfrutamos". María Magalló.

"Ha desaparecido el miedo que acompañaba al sentimiento de carpe diem, pero ahora sigo disfrutando de la vida igual. Porque esto te saca de la vida y lo ves todo desde fuera, pero el cáncer te permite salir y contemplar la vida desde fuera y saber lo que quieres y lo que no".

Inés Díaz-Casariego: seguir adelante con su vida (y con el esquí) se convirtió en la prioridad

Inés sintió frío cuando se enteró de la noticia. "Yo siempre lo he resumido así, me quedé fría. Además, estuve muchos meses después, muchos, diciendo que mi cuerpo había bajado de temperatura."

Esa primera experiencia no era ninguna sorpresa "mi madre tuvo un cáncer y murió. Y mi padre también. Vamos, que yo no tengo padres por culpa del cáncer y siempre piensas que tienes más papeletas que los demás, pero somos muchos hermanos y sí me sorprendió mucho de que me tocara a mí, que tenía hermanas más mayores y con una vida más sedentaria. Fue una gran sorpresa y me dejó helada".

Su primera experiencia tampoco fue agradable por culpa del médico que le comunicó la noticia: "de hecho, hubo un momento en la conversación en que le dije que lo último que iba a pensar, a pesar de que sabía que el cáncer me podía tocar, era que yo iba a tenerlo y que me iba a enterar de aquella forma tan horrible. Fue todo un bajón".

Su diagnóstico fue mucho peor de lo que se esperaba y las maneras de comunicárselo terribles, así que decidió cambiar de médico inmediatamente. Y también hacer algo que no todo el mundo a su alrededor pudo entender: seguir adelante con sus vacaciones e irse a esquiar con su marido y sus hijos.

"Me lo dijeron el 24 de diciembre, de regalito de Navidad y gracias a Dios tuve la sensatez de irme de vacaciones. Salimos del médico y le dije a mi marido que lo único que tenía claro era que no iba a decirle a los niños que nos quedábamos sin vacaciones. Que no me iba a quedar ni loca en Madrid porque todos los médicos buenos se iban de vacaciones. Y que ya volveríamos el seis de enero y con toda serenidad resolveríamos el problema. Y lo único que le pedí es que le pidiera a todo el mundo que nadie pusiera en duda aquella decisión. Le dije: ´Y a quien no le parezca bien que hablen entre ellos, pero que a mí no me vengan a calentar la oreja'".

Cree firmemente que fue la decisión más acertada del proceso de recuperación. Mientras estuvo de vacaciones sí estuvo en contacto con otros médicos, pero especialmente le dio tiempo para tranquilizarse y tomarse las cosas de otra manera. "Lo necesitaba, me había quedado tan flasheada y parte de mi agobio, soy muy germánica, era que no saliera adelante un plan que ya habíamos puesto en marcha."

“La actitud es la mitad de la historia. Por eso yo me planteé que tenía que seguir haciendo mi vida normal y seguir trabajando. Mis niños ni saben que lo tuve." Inés Diaz Casariego.

A su vuelta, con un médico nuevo, las pruebas no resultaron ser tan malas como parecían en principio y se entregó al proceso. "Entregada total. Mi marido siempre dice -y mi oncólogo también- que nunca habían visto a nadie con mi actitud. A mí me gusta mucho esquiar. Esquío sin parar. Y entonces según me contó el médico todo el diagnóstico y lo que había que hacer me dijo si tenía alguna pregunta. Sí, le dije, que cuándo podré volver a esquiar. Y ya el resto que me lo fuera contando."

Cuenta que no ha faltado ni un solo día al trabajo: "me operaron un viernes y el lunes ya estaba yendo a trabajar. Yo quería seguir adelante con mi vida". No tuvo que someterse a quimioterapia pero reconoce que la radioterapia ha sido un proceso muy duro para ella y todavía sufre secuelas: "a mí me han quemado como a un pollo frito. Todavía sigo teniendo problemas, sigo teniendo una hinchazón que a lo mejor me hace llevar tres tallas más, tengo un nervio como pelado... Y la medicación también es un horror: unos efectos secundarios con una apatía total, un dolor de articulaciones, ahora peso nueve kilos más, por ejemplo."

El cáncer de mama le ha hecho relativizar un poco los pequeños problemas y las tonterías a las que le damos más importancia: "creo que he puesto mi listón más alto, me preocupo por cosas por las que realmente tengo que preocuparme. Tonterías, no. Si viene gente a cenar y no salen las cosas perfectas pues no pasa nada, porque es una estupidez."

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Inés cree que el cáncer no se supera: "porque te quedas con una comida de tarro que no se va nunca. Yo soy una de las personas menos hipocondríacas que conozco. Con mis hijos no he ido a urgencias en la vida. Pero ahora creo que paso por tres metástasis al mes. Me duele un pie y ya tengo que ir a urgencias".

"Me gustaba tanto mi vida que no quería que cambiara nada. Tendré que sobrellevarlo de alguna manera que esto no afecte, me dije. Resuelvo y sigamos". Inés Diaz Casariego.

Todos los días se acuerda del cáncer: "ha pasado a formar parte de mi vida y eso no me gusta. Como lo de tener que estar yendo al médico todo el tiempo. Eso es pesadísimo, pesadísimo".

Pero también está segura de que el cáncer no se podía abordar quedándose en casa y quejándose: "hay que resolver, hay que disfrutar y no perder la alegría". Y que para ella ha sido todo un subidón de autoestima porque le ha hecho darse cuenta de su fortaleza y tener más seguridad en sí misma: "en unos momentos tan duros como aquellos no me vine abajo y la verdad es que me ha gustado mi planteamiento y mi actitud y creo que he hecho las cosas bien".

Fotos| Pexels.com, Unsplash.com, Decoding Annie Parker, Mi vida sin mí.

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