¿Vives el amor como si estuvieras en el instituto? Quizá te has enganchado a una relación adultescente

¿Vives el amor como si estuvieras en el instituto? Quizá te has enganchado a una relación adultescente

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¿Vives el amor como si estuvieras en el instituto? Quizá te has enganchado a una relación adultescente

Ahora nos queremos, ahora no. Ahora hacemos planes para el verano que viene, ahora no. Ahora discutimos, ahora hacemos el amor con la intensidad de Leo y Kate en ese coche de las bodegas del Titanic. Hoy en día no es raro encontrarnos con parejas de entre treinta y cuarenta años que tienen una "relación adolescente". ¿Existen las relaciones inmaduras? ¿Funcionan o están abocadas al fracaso?

¿Estamos teniendo una relación inmadura?

Una relación “adultescente” (relación entre dos adultos pero que tiene características similares a las relaciones entre adolescentes) se caracteriza por una alta carga de pasión, mucha diversión conjunta, poca regularidad, poco compromiso y sobre todo, por encima de todo, mucho drama.

Estas características, que tienen su sentido por propio desarrollo evolutivo en edades más tempranas, se complican y hacen que las relaciones sean menos satisfactorias (y en muchas ocasiones un tanto dañinas) cuando ya hace más de quince años que dejamos el instituto.

¿Por qué? Porque se dan en un contexto con unas condiciones que no son precisamente de adolescentes: para empezar tenemos mucha más experiencia, un trabajo que nos permite disponer de dinero, tenemos autonomía, independencia…

¿Funcionan estas relaciones?

Sternberg, un psicólogo experto en el amor (entre otras muchas cosas), estableció hace ya unos años una interesante teoría acerca del amor, de las relaciones y de las cositas que éstas han de tener para que funcionen.

Este autor lo expone a modo de triángulo, tres puntos que necesitan las relaciones para perdurar en el tiempo: intimidad, pasión y compromiso. Parece fácil, pero no es poca cosa.

La intimidad se refiere a estar a gusto con el otro, a querer compartir con esa persona nuestras cosas, las buenas y las malas, y querer participar de las suyas. Es como la parte “ser amigos”, para que nos entendamos.

La pasión no es exclusivamente física, sexual, abarca más, incluye ese deseo de cercanía que tenemos con la otra persona, esa admiración acompañada de esas ganas de besarle cuando le vemos hablar de algo que le apasiona. Eso.

Y el compromiso es… pues lo que es: tener planes conjuntos tanto a medio como a largo plazo, un proyecto de vida común, un deseo de estar juntos hoy, pero también mañana. Ay, el compromiso. Aquí es donde renquean muchas relaciones inmaduras.

El amor y las relaciones necesitan de estos tres pilares. Por ejemplo si tenemos intimidad y compromiso pero no pasión somos como buenos amigos que comparten piso y que tienen un contrato para veinte años, pero… no hay deseo, no hay chispa, no hay lo que tiene que haber. Si por lo contrario todo lo que tenemos es compromiso, sin pasión, sin intimidad, estamos ante una relación vacía…

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¿Qué pasa entonces con las relaciones inmaduras o adultescentes? Este tipo de relaciones suelen tener, como decía antes, un fuerte componente de pasión (ambos se lo pasan pirata juntos, se desean, tienen buen sexo, es todo muy intenso…) pero la intimidad y sobre todo el compromiso están ausentes... o casi.

Ojo, que compromiso no quiere decir casarse, tener hijos y una casita con una valla blanca y un perro simpático que nos trae el periódico… El compromiso que falta en estas relaciones, y que frecuentemente las aboca al fracaso, es el de la pareja, sea cuales sean las cosas que les gusten, los ideales de vida y las reglas sobre la relación que tengan.

Y con respecto a la intimidad, estas relaciones se caracterizan por “evitar profundizar”, por quedarse en muchas ocasiones en mera superficie.

Si todo esto lo colocamos en un contexto, como decía, en el que la intensidad y el drama están muy presentes (celos, incertidumbre, etc.) la cosa se complica.

¿Por qué mantenemos relaciones de este tipo?

Estas relaciones, que son como el Guadiana, es decir, que aparecen y desaparecen, que son y cinco minutos después dejan de ser (pero que durante esos minutos han sido de lo más intensas) suelen generar, para que nos entendamos, algo similar a la adicción, y por eso las mantenemos a pesar de que no nos compensen.

Los ratos malos, los de incertidumbre, los de discusiones, los de reajustes, son muy malos, verdaderamente malos. Pero como estamos en una relación caracterizada por la intensidad (que se crea entre otras cosas por la ambigüedad, por el "¿seguiremos o no?", por si nos pelearemos hoy o no) los ratos buenos… ay, esos son alucinantes.

¿Qué sucede entonces? Pues sucede que nos enganchamos, sucede que nos quedamos porque los buenos son muy buenos, sucede que no lo dejamos porque seguro que “podemos conseguir que todo vaya bien”… El tema es que en muchos, muchos, casos, eso no sucede.

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Relaciones inmaduras… ¿o personas inmaduras?

Una de las cuestiones que quizá deberíamos plantearnos es si efectivamente es la relación y sus normas y dinámicas la que es inmadura os si somos alguno de los dos los que restamos madurez a la pareja.

Sin querer entrar en densidades, y por aportar una pinceladita, a grandes rasgos las características de la persona inmadura de cara a las relaciones vienen a ser:

  • Dificultad para avanzar etapas: por ejemplo (exagerando) siguen saliendo con gente que tiene diez años menos que ellos, todos los jueves, a pesar de que tener ya 42 años y un horario que cumplir al día siguiente.

  • Emplean (y experimentan) estrategias emocionales propias de la infancia: rabietas, estilos de interacción pasivo-agresivos, terrorismo emocional (chantaje, "si no hacemos esto me voy a sentir tan mal... y por tu culpa"…, cositas bonitas, vamos). A pesar de parecer personas fuertes y seguras necesitan bastante atención a nivel afectivo (y esto les genera inseguridad).

  • A menudo evitan las confrontaciones y los conflictos cuando son iniciados por otros (es decir, los que no salen de ellos): les genera malestar emocional, no es placentero, no es agradable, y como todo lo que no les haga sentir bien no les gusta… pues lo evitan.

  • Tienen un locus de control externo para aquello que va mal, dicho de otro modo: tiende a responsabilizar a los demás de lo que no ha salido como espera o quería (el ejemplo claro es el del estudiante y el famoso “Me ha suspendido el profesor”). Al mismo tiempo no se hacen responsables del impacto de su conducta en los demás.

  • Y por supuesto no terminan de comprometerse con la relación.

Sea él, seas tú o sea la dinámica relacional, la cuestión es que cuando nos topamos con una relación en la que impera la inmadurez hay altas probabilidades de salir escaldado. Pregunta: ¿de verdad te interesa?

Fotos: Pixabay.com

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