La purga de las mujeres rebeldes del rock: por qué el olvido de las bandas de chicas de los 90 no es accidental

Cuando el rock hecho por mujeres parecía estar muerto: la historia de su estrellato en los 90 a su marginación en los 2000

Noemí Valle

Editor

Los 90 fueron para el rock alternativo una década burbujeante. Nombres como Nirvana o Mudhoney, se instalaron con facilidad en la memoria colectiva de la sociedad. Da igual si no fuiste adolescente en esa época, suenan los primeros acordes 'Smells like teen spirit' y los reconoces al instante, antes incluso de que se cuele la voz de Kurt Cobain por los altavoces. 

Esos diez años constituyeron una página imprescindible para entender la historia de la música, una historia que no se comprende sin toda esa gran oleada de bandas de mujeres que irrumpieron en la escena post-punk del entonces. Sus letras subversivas se mezclaban con ritmos abrasivos y una estética grunge desaliñada. Estaban en la cumbre, pero el cambio de siglo les dio una patada, impuso un olvido forzoso que no fue casual y los nombres de Garbage, Sleater Kinney y Bikini Kill se fueron difuminando entre los de muchas otras.

Sleater Kinney (1996)

Riot Grrrl: el auge de las bandas de rock de mujeres en los 90

El mundo del rock tenía una deuda con las bandas de mujeres, una que no se saldó hasta principios de los 90 con el final de la segunda ola feminista. Así surgió el movimiento Riot Grrrl en plena ciudad universitaria de Olympia, al oeste del estado de Washington, donde varias chicas feministas empezaron a escribir fanzines y montar sus propios grupos de punk. Kathleen Hanna fue la autora del gran manifiesto fundacional en Bikini Kill, una publicación autoeditada que luego pasaría a ser uno de los grupos underground del momento, junto con Hole y L7, entre muchos otros.

Como explican las periodistas Isabel Calderón y Lucía Lijtmaer en su podcast cultural 'Deforme Semanal', la proliferación de sellos discográficos independientes junto con las crecientes emisoras de radio universitarias dispuestas a apostar por bandas de mujeres vanguardistas supusieron un antes y un después. Eran esos grupos de amigas que se reunían para hacer música en un garaje, las chicas marginadas que se sentaban en la fila de atrás del instituto y parecían no encajar del todo en la clase. Las que les hicieron creer que eran las raras, pero al final arrastraban los mismos pensamientos contaminados que nos asaltan a todas.

Bikini Kill (1992)

De pronto estaban ellas en los escenarios, agotando las entradas, gritando: 'girls go to the front' para que las chicas ocuparan los espacios, creando entornos más seguros en las salas. Se dejaban la voz en letras sobre su propia percepción del cuerpo, sobre no ser lo que el mundo quiere que seas. Entendían la música como una herramienta política, trataban temas como el aborto o el abuso sexual. Se colaban en todos los carteles de los festivales, eran combativas, provocadoras y las adolescentes crecían escuchando en sus walkman a Courtney Love señalando con rabia la violencia de género: "He said: I'm your lover, I'm your friend, I'm pure. And he hit me again." 

Crearon un tejido cultural desafiante desde los márgenes de la sociedad huyendo de conceptos capitalistas y mainstream e iniciaban algo mayúsculo sin pretenderlo: hacían ver a las jóvenes que podían tener hueco en este mundo sin ser impolutas. Quién va a querer ser robótica, ser perfecta cuando puede ser auténtica, teñirse de rojo fuego a lo Shirley Manson y apostar de vez en cuando todas sus cartas al caos. Elegimos vivir, tarde o temprano vamos a equivocarnos todas y sonará de fondo 'Shitlist' de L7.

Shirley Manson de Garbage en los 90

La purga de mujeres rebeldes en la escena de los 2000: un olvido que no es accidental 

La historiadora, teórica y fan del rock alternativo, Tanya Pearson, arroja un poco de luz en su ensayo 'Pretend we are dead', sobre cómo el éxito de estas bandas convivió, casi sin transición, con su posterior expulsión del relato musical. El título de su libro no es puro azar, hace referencia a la canción homónima de L7: 'haced como que estamos muertas', daban en el clavo, era lo que parecía su súbita ausencia.

El principio del fin no fue algo gradual, fue un retroceso brusco y empezó por Woodstock de 1999, un festival que supuso un despliegue de misoginia tan espeluznante que tiene hasta su propio documental en Netflix. Esos entornos que intentaban ser seguros para las artistas y todas las mujeres que las escuchaban de pronto dejaron de serlo para ambas. Una avalancha de agresiones sexuales, violaciones y violencia ininterrumpida contra las mujeres que se fue agravando durante los tres días de conciertos. El desastre se intuía desde el principio: Sheryl Crow cantaba en el escenario mientras los hombres del público solo le exigían que enseñara las tetas. 

L7 (1992)

Según Pearson, a este episodio le sigue la absorción de los pequeños sellos por parte de las grandes compañías discográficas cada vez más mercantilizadas, así como la desaparición de las radios libres universitarias. Luego vino el creciente poder de las corporaciones radiofónicas a su vez promotoras de festivales y vallas publicitarias, todas a fines, por supuesto, al clima político de la época, bajo el paraguas de George W.Bush. 

En su libro, Tanya explica que el detonante es el 11S. El mundo vira hacia un lugar más conservador, algo que afecta directamente a la libertad de expresión de las mujeres. Parece que no hay espacio para la disidencia o el que queda es extremadamente reducido. Resulta difícil imaginarse a Donita Sparks, vocalista de L7, lanzando un tampón ensangrentado como hizo en el 92, desde lo alto de un escenario a un público que tiraba botellas y abucheaba a su banda. El contexto ya no era el mismo.

Veruca Salt (1997)

En estos años impera el culto al artista, una década mitómana llena de divas del pop como Britney Spears, Beyoncé o Kylie Minogue, entre otras. Los hombres siguen ahí, inamovibles, conformando boybands desde los Backstreet Boys hasta los Jonas Brothers, así como grupos nu metal como Linkin Park o Limp Bizkit, pasando por raperos comerciales como Eminem. Mujeres puntas del rock de los 90 de la talla de Alanis Morissette intentan sobrevivir fluctuando más hacia el pop. Las bandas no se disolvieron, se silenciaron: son cosas distintas.

El presente: rescates, resistencias y una memoria colectiva todavía sesgada

Han pasado más de dos décadas de entonces. El sistema político ha bailado como un péndulo y si algo nos ha quedado claro es que la memoria cultural no es neutral. Ann Powers, periodista, escritora y crítica musical insiste precisamente en ello en su libro 'Good Booty', donde señala que la música hecha por mujeres se archiva de manera distinta porque se trata como si fuese una anomalía o un movimiento puntual, incluso cuando su impacto es duradero.

Bikini Kill (2024)

Pearson también insiste en esta idea en su ensayo. La reconstrucción nostálgica de esos años que se emprendió en los 2010 a base de documentales, aniversarios o incluso remasterizaciones, se centraba casi exclusivamente en Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden o Smashing Pumpkins. Las rockeras de los 90 aparecían como un pie de página cuando en la época eran prácticamente la novela entera. Las fallas en la historia son cristalinas, no basta con que existan bandas de mujeres insurgentes si no hay un relato veraz de su éxito.

A pesar de haber tenido todo en contra, muchos de estos grupos siguen en activo hoy en día. Bikini Kill volvió a los escenarios en 2019 después de 22 años. Ahora tienen la agenda apretada de giras y festivales que las acogen con fervor. A la par, Kathleen Hanna, cantante líder, presenta un podcast que incide en los engranajes que conforman la cultura musical bajo el nombre de 'Music makes us'.

Sleater Kinney en la actualidad

Las Sleater Kinney, tras disolver el grupo en 2006, se reunieron en 2014 y desde entonces han sacado tres discos y no han colgado las botas. 2025 fue un año de conciertos por América del Norte y ya tenemos fecha para otro próximo en 2026. Lo mismo ocurre con las chicas de L7, que aunque en 2001 entraron en un periodo de inactividad, en 2014 anunciaron su vuelta y desde entonces retomaron los shows. En 2019 publicaron nuevo material, el álbum de retorno 'Scatter the Rats'. Actualmente dan conciertos ocasionales, el último el pasado 3 de octubre, celebrando nada menos que su 40º aniversario en Los Ángeles.

Veruca Salt sufrió una factura en 1998 cuando una de sus cofundadoras, Nina Gordon, se fue dejando a Louise Post sola ante el peligro. En los 2000, a pesar de publicar un par de discos y continuar con otros miembros disminuyó su popularidad de forma notable. En 2013 volvió a su formación original, hicieron gira por Estados Unidos y lanzaron nuevo material en 2014, aunque desde los shows de 2015 no han vuelto a anunciar nuevas fechas de conciertos. 

Shirley Manson de Garbage (2025)

Garbage intentó sobrevivir a los 2000 con dos discos nuevos, uno en 2001 y otro en 2005, con sus correspondientes giras. Tras ello su actividad se volvió más esporádica hasta que en 2012 intentó recuperar poco a poco su ritmo. En 2025 una gira con numerosas fechas en Norteamérica, marca su primer tour de gran escala en Estados Unidos en muchos años. 

El paso del tiempo viene con cambios inevitables en la música que escuchamos, negarlo sería absurdo. Habrá quienes piensen que la presencia de estas bandas en la actualidad es un ramalazo de nostalgia colectiva. Yo estoy convencida de que es un ejercicio de pura resistencia, de corrección histórica si me apuras. Mira que no lo han tenido fácil y algunas se quedaron por el camino, pero a pesar de todo, dos décadas después, muchas de esas guitarras siguen apuntando al frente, alentando a las mujeres a ocupar las primeras filas de los conciertos. Es lo justo. Es ahí donde sucede la vida. Es ahí donde nos merecemos estar. 

Fotos | Wikimedia Commons, Instagram

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