Si tienes una mamá alfa cerca, no te estreses. Ser perfecta no es lo perfecto

Cuando mi pequeño y yo aterrizamos por primera vez en un parque infantil, en cuestión de minutos fuimos acogidas por un grupo de madres encantadoras con hijos casi igual de encantadores.

Como todo grupo social que se precie, este también contaba con su propio líder: una mamá doctora cum lauden en el bello arte de criar-cuidar-educar, de cabello siempre perfecto y cuyos zapatos y bolso siempre combinaban en color y ultra-calidad.

Con el mismo entusiasmo que ella me acogió entre sus feligresas, yo la ascendí a la categoría de deidad: una especie de salvadora de mi ostracismo social tras ser madre, un hombro en el que llorar cada vez que me veía superada por la labor de criar, trabajar y organizar mi casa; y una inestimable consejera cada vez que me atoraba con las pataletas de mi hijo, cuando no las de su padre.

Pasaron meses, quizá un año, y fui descubriendo que ese buen rollismo que siempre me transfería con sus monólogos incesantes de parque poco a poco se fue transformado en un estado de ansiedad y amargura constante. Ansiedad, porque bajo sus palabras se escondía un sutil mensaje: ella todo lo hacía bien y el resto de las madres éramos una calamidad. Ansiedad, porque a las doce de la noche me bombardeaba con una docena de WhatsApp sobre temas tan de vida o muerte como el cumpleaños de sus hijos en el "TocaBolasPark". Ansiedad al recordar su reprimenda ese lunes fatídico que olvidé las galletas para que mi hijo celebrara el cumpleaños en la guarde y ni sus gemelos ni el resto de la clase tuvieron algo que echarse a la boca para desayunar. Y auténtico panic attack cada vez que ella ponía un pie en mi casa y contemplaba horrorizada el Toys R’ Us en el que se había convertido mi hogar.

—Deberías guardar en el trastero todos los juguetes y dejarle solo uno para que juegue y, por supuesto, prohíbele que lo saque de su habitación; así tu salón no parecerá siempre una cochiquera—. AMÉN.

No, por supuesto, mi casa no parecería un estercolero. Mi casa sería un clon de la suya: un quirófano frío y esterilizado que ella se empeñaba en denominar hogar.

Aquel día decidí poner punto y final a nuestra amistad. Cuál fue mi sorpresa, cuando un año después acudí a mi primera tutoría de padres “del colegio de mayores” y descubrí que había más mujeres como mi ex amiga: un subgénero de madres que conciben la maternidad como un concurso y convierten a sus hijos en meros proyectos educativos. La tribu de las mamás alfa.

¿Cuál es el perfil de una mamá alfa?

-La mamá-alfa no sólo es la madre de su hijo. Es la madre de todas las madres y con mucha probabilidad, la madre de su pareja. Ya se creía madre antes de serlo y se permitía el lujo de emitir juicios y opiniones sobre los errores que los demás padres cometían con sus pequeños. Sin titulación ni un posgrado en psicología, atesora todo el conocimiento pedagógico de la vida. O eso se piensa ella.

-Nació programada para gestar, educar y criar. Por las historias que cuenta, sus hijos también nacieron programados para pedir pipí mucho antes de quitarles el pañal, dormir como troncos y aprender a leer casi al mismo tiempo que empezaron a hablar. Solamente hay una cosa que sus retoños no saben hacer: llorar.

-Mientras que las beta-madres embarazadas nos deformábamos nadando en platos de fabada asturiana, ella se mantenía en forma gracias a clases de yoga, natación y body-balance.

-Si durante el embarazo su guardarropa maternal era equivalente al de Blake Lively, los modelitos para llevar a sus hijos al cole son equiparables a los que tú te pondrías para acudir a una boda en el pueblo.

-Para una mamá alfa de pura raza es incompresible que algunas mujeres no deseen reproducirse. “Enamorarse, casarse y formar una familia forma parte del ciclo de la vida”, afirman convencidas; y posiblemente bajo el efecto sedante de haber visto quinientas veces ‘El Rey León’.

-Como todo sujeto alfa ejerce cierto poder sobre un grupo de fieles seguidoras, madres que te tacharán de “rarita” si no llevas a tu hijo a cada uno de los 27 cumpleaños que le invitan durante el curso, te niegas a construir un chalet de tres plantas con piscina y garaje para la mascota roñosa del aula o te sales del grupo del WhatsApp escolar a la chita callando.

-Clases de chino los lunes, piano los martes, el Kumon los miércoles, el jueves teatro; y, para que el niño “no se nos estrese”, yoga infantil todos los viernes. “Y podría estar viendo el Sálvame o echarme la siesta como el resto de las madres”, dice la mamá alfa de turno con un suspirito de resignación, “pero sacrifico mi tiempo por el futuro de mis pequeñines”. Y digo yo, también podría estar jugando con sus hijos a la oca o los Legos; pero claro… eso no les convertirá en los próximos Bill Gates.

-Educa a sus hijos bajo los parámetros de "la vida es una competición". Para ella no es importante la educación de las emociones ni el esfuerzo y la motivación en el aprendizaje. Solo importan los resultados: que el pequeño se haya salido del baremo de la clase con sus notas curriculares, que sea el primero en leer, el primero en sumar o el pichichi de la liga de fútbol del patio.

Madres alfa, hijos autómatas

Aunque somos muchas las que sufrimos las psicopatías de estas madres en nuestro entorno y, concretamente, en los demoniacos grupos escolares de WhatsApp; las verdaderas víctimas de las mamá alfa son sus propios hijos, una especie de pequeños autómatas sometidos a una agenda apretada de actividades, a la presión de alcanzar calificaciones escolares excelentes y con escaso tiempo dedicado al juego.

Los psicólogos infantiles, Hirsh-Pasek y Michnick Golinfkoff (autores de ‘Einstein nunca memorizó, aprendió jugando’) aseguran que los niños afianzan conocimientos y desarrollan la creatividad e inteligencia a través de juegos cotidianos (ej., el ajedrez), la interacción con sus padres o dejándoles que sean ellos los que jueguen libremente. Yo también añadiría a esa lista: permitiendo a los pequeños que se aburran. Porque sí, amigas, el aburrimiento estimula el ingenio.

Por otra parte, también existen estudios que demuestran que un ambiente familiar estresante es sinónimo de niños estresados. Y si alguien piensa que una madre alfa es una mujer relajada porque aparenta control absoluto, se equivoca de principio a fin. Mantenerse en la cúspide de la perfección como mujer, esposa y madre resulta más agotador que la propia labor de educar a nuestros hijos. Además, en esta lucha incesante por ser la madre del año, corremos el riesgo de contagiar a nuestros hijos de esa obsesión por convertirse en seres extraordinarios… o extraordinariamente frustrados. Oliver James, psicológico y autor del libro Affluenza descubrió una elevada incidencia de neurosis (anorexia, drogadicción y problemas de conducta) en jóvenes procedentes de familias adineradas. Todas ellas respondían al mismo cuadro familiar: padres controladores y excesivamente exigentes en sus calificaciones curriculares.

En fin, que por muy padres que seamos, no somos dueños de nuestros hijos. Tampoco han nacido para darnos una segunda oportunidad en la vida y cumplir todos esos logros que nosotros no hemos alcanzamos. Si nuestros pequeños no nos exigen ser madres perfectas ni mamá alfas o betas, ¿por qué exigirles a ellos que sean seres superdotados?

Fotos| Pixabay, Giphy.com En Trendencias| ¿Está Bridget Jones reforzando el mito de que podemos ser madres a cualquier edad?

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