Con un país cada vez más envejecido viviendas y urbanismo deben actualizarse para afrontar las necesidades de las personas silver
España atraviesa una transformación demográfica sin precedentes. Los datos del Instituto Nacional de Estadística revelan que en 2024 se alcanzó un récord histórico: 142 personas mayores de 64 años por cada 100 menores de 16, cifra que supone un incremento de 5 puntos porcentuales respecto al año anterior, el mayor crecimiento registrado en toda la serie histórica.
Esta realidad demográfica está reconfigurando el mapa poblacional español y plantea numerosos desafíos que van mucho más allá de lo económico o laboral. Uno de los más relevantes es cómo adaptar nuestros espacios —tanto públicos como privados— a una población que vive más años y con mejor salud, pero que también presenta necesidades específicas y que demanda nuevas alternativas para vivir con calidad de vida, como los cohousing.
Porque si en los 70 y en los 80 no paraban de abrirse centros escolares para atender la demanda de la explosión demográfica que vivía España en esos momentos, ahora nuestro país debe enfrentarse al envejecimiento de la población y a intentar que podamos mantener nuestra calidad de vida cuando superemos la barrera de los 65.
Cuando el hogar evoluciona con nosotros: reformas que se anticipan al futuro
El imparable aumento de la longevidad no solo implica que vivimos más años, sino que también dedicamos más tiempo a la jubilación. Esta realidad está transformando la manera en que las personas se relacionan con sus viviendas, generando un nuevo fenómeno: las reformas anticipadas.
A los 50 es muy común hacer reformas en casa para darle un nuevo aire y modernizarla, especialmente cuando los hijos ya se han ido o están a punto de hacerlo. Pero estas renovaciones deben contemplar algo más que estética: cambios que faciliten la vida en el futuro, cuando nuestra forma física no sea tan buena como ahora. A fin de cuentas, es mejor anticiparse y hacer esos ajustes ahora, cuando aún no son imprescindibles, que esperar a necesitarlos con urgencia.
Y ese cambio de mentalidad está llegando a las personas que estamos en la franja de los 50 y 60 años y decidimos hacer una serie de cambios que nos evitarán problemas dentro de 10 0 15 años. Este cambio de mentalidad supone una revolución frente al enfoque tradicional, donde las reformas solo se acometían cuando surgía un problema serio de movilidad o autonomía.
El baño: mucho más que cambiar la bañera por la ducha
El cuarto de baño es, sin duda, la estancia que más se reforma. Y con razón: es donde se producen la mayoría de accidentes domésticos en personas mayores. Sin embargo, la transformación va mucho más allá del clásico cambio de bañera por ducha. Lo ideal es apostar por duchas con suelo continuo entre la cabina y el resto del cuarto de baño, utilizando materiales antideslizantes. Si hay espacio, un banco empotrado o una banqueta permite disfrutar de la ducha sentado, ganando en comodidad y seguridad.
Los agarres de pared en la zona de ducha no deberían verse como un elemento "de mayores", sino como un elemento de seguridad para cualquier edad. El riesgo de una caída siempre está ahí, tengamos 20, 40 o 60 años. Además, reforzar la iluminación es fundamental para facilitar tareas como el afeitado o el maquillaje.
Muchas personas buscan crear baños accesibles pero sin renunciar a la estética. Quieren materiales cálidos y elegantes porque, como argumentan, "no queremos sentir que vivimos en un hospital". Este tipo de desafíos permiten combinar funcionalidad y diseño de manera magistral.
La cocina: todo al alcance de la mano
Las cocinas también requieren una profunda reflexión. El principio fundamental debe ser claro: todo lo que puedas necesitar debe estar al alcance de la mano. Esto implica olvidarse de los armarios hasta el techo que obligan a subirse a taburetes para alcanzar vasos o cazuelas.
Las cocinas abiertas y sin islas invasivas son un acierto, proporcionando espacio suficiente para moverse con comodidad. También conviene despedirse de esas despensas o armarios rinconeros que parecen cuevas oscuras y donde cuesta alcanzar lo que guardamos dentro.
Los electrodomésticos como el horno, el microondas o incluso la lavadora pueden instalarse a una altura cómoda, evitando tener que agacharse o hacer esfuerzos innecesarios. Además, muchos electrodomésticos actuales cuentan con opciones de seguridad especialmente útiles: control de temperatura del aceite, apagado automático, aviso de puerta abierta o autolimpieza pirolítica.
La iluminación directa sobre las zonas de trabajo es crucial, así como elegir tiradores grandes y cómodos en los armarios, evitando los uñeros o los modelos muy de diseño pero poco prácticos en el día a día.
Salones versátiles para una vida social activa
Cuando llegue la jubilación, tendremos mucho más tiempo libre. Y aunque ahora cueste hacer planes los fines de semana, es probable que dentro de unos años apetezca invitar a amigos a cenar o recibir a la familia.
Por eso, los salones deben diseñarse como espacios versátiles y amplios, preferiblemente conectados con la cocina, con sofás generosos y mesas extensibles. Tanto los sofás como las sillas deben adaptarse a la altura necesaria y ser ergonómicos. Los textiles no solo deben ser agradables al tacto, sino también antimanchas o incluso antipolvo. Para ganar en confort, un sillón reclinable automático resulta ideal para ver la televisión o leer en una buena postura.
Tecnología que simplifica, no que complica
La domótica puede mejorar enormemente nuestra calidad de vida, pero debe ser práctica e intuitiva. Las persianas automáticas facilitan el día a día, especialmente las de gran tamaño que dan a terrazas o jardines. Los dispositivos que permiten encender luces sin levantarnos del sofá o poner música añaden comodidad sin complicaciones. Las luces con sensores de movimiento en zonas de paso son especialmente importantes para prevenir caídas nocturnas cuando nos levantamos para ir al baño.
Ciudades que abrazan el envejecimiento: el futuro urbanístico está aquí
La adaptación no termina en las cuatro paredes de nuestra casa. El entorno urbano donde vivimos es tan importante como nuestra propia vivienda. Factores como disponer de servicios sanitarios públicos de calidad o la posibilidad de establecer relaciones sociales en un entorno próximo son aspectos fundamentales para un envejecimiento activo y saludable. Y esa calidad de vida no depende solo de los rebajes en las aceras o de la eliminación de obstáculos que nos permitan movernos con facilidad por la calle.
El concepto de Ciudades Amigables con las Personas Mayores
La Organización Mundial de la Salud ha desarrollado el proyecto de Ciudades y Comunidades Amigables con las Personas Mayores, destinado a crear entornos y servicios que promuevan y faciliten un envejecimiento activo y saludable. Este enfoque se basa en la premisa de que una ciudad amigable facilita que sus ciudadanos envejezcan de forma activa, proyectando estructuras y servicios para que todas las personas, independientemente de sus edades, habilidades y capacidades, disfruten de buena salud y vivan con seguridad.
Y ese es el camino que deben seguir las urbes que quieren mejorar la calidad de vida de sus vecinos más mayores, pero también para las que quieren atraer personas jubiladas que quieren cambiar de vida y retirarse en una ciudad cómoda y amigable. De momento, en España hay en torno a 270 ciudades y comunidades que forman del programa de la ONU de ciudades amigables con las personas mayores.
Precisamente, España ha sido designada como sede del II Congreso Mundial de Ciudades y Comunidades Amigables con las Personas Mayores que se celebrará en junio de 2026 reuniendo a representantes de ciudades de todo el mundo y a expertos internacionales que compartirán políticas públicas, experiencias y buenas prácticas para construir entornos más inclusivos y sostenibles para las personas mayores.
¿Qué características debe tener una ciudad amigable?
Según los principios establecidos por la OMS, una comunidad amigable debe cumplir varios requisitos fundamentales. A la hora de planificar la infraestructura física de las ciudades, hay lograr calles seguras con aceras amplias y bien mantenidas, transporte público cercano, accesible y frecuente, viviendas adaptadas y sin barreras arquitectónicas y espacios verdes y áreas de descanso distribuidos por toda la ciudad, con bancos a intervalos cortos, fuentes y zonas de sombra, además de contar con una buena iluminación.
A nivel urbanístico también es importante adaptar los edificios viejos instalando ascensores, rampas y puertas amplias mediante obras, que en muchos casos, son financiadas por fondos europeos captados por los ayuntamientos. Por ejemplo, el Ayuntamiento de Zaragoza captó en 2024 seis millones de euros para impulsar la accesibilidad y la rehabilitación de edificios viejos, en una ciudad donde según al alcaldesa, Natalia Chueca, hay más de 300.000 edificios con problemas de aislamiento y accesibilidad.
Por otro lado, las ciudades amigables también deben contar con servicios esenciales, como centros de salud, farmacias y comercios de proximidad a corta distancia, acceso fácil a servicios sociales y de atención e información accesible y comprensible para todos los ciudadanos.
Para acabar, estas ciudades deben trabajar la dimensión social que permite la integración de las personas de más de 65 años al contar con espacios relaciones como centros comunitarios y un programa amplio de actividades culturales y lugares de encuentro intergeneracional que fomenten la participación social, además de ofertar oportunidad de voluntariado y contribución comunitaria o crear huertos urbanos, jardines y actividades al aire libre que fomenten la socialización.
El enfoque gerontológico: imprescindible en los proyectos urbanísticos del futuro
Todo apunta a que el enfoque gerontológico será imprescindible en la mayoría de los proyectos urbanísticos en los próximos años. Esta no es una tendencia pasajera, sino una necesidad estructural derivada del cambio demográfico que vive España que preocupa a los que pasamos de los 50.
Las ciudades y barrios deberían planificarse teniendo en cuenta las necesidades y preferencias de un colectivo que representa una parte cada vez más significativa de la población. Ignorar estas necesidades no solo sería un error de planificación urbana, sino también una pérdida de oportunidad para crear entornos más inclusivos, seguros y habitables para personas de todas las edades.
La adaptación del entorno urbano a las demandas de la población mayor se produce en paralelo al incremento del interés que muestran las personas por corregir las deficiencias de sus viviendas. Ambos movimientos —el público y el privado, lo colectivo y lo individual— convergen en un mismo objetivo: crear espacios donde envejecer con dignidad, autonomía y calidad de vida.
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