El tequila tiene un costo más allá del precio de venta que comienza a pasar factura
En México, la industria del tequila y el mezcal vive un auge sin precedentes. Impulsada por la creciente demanda nacional e internacional, la plantación de agave (principal insumo para estas bebidas) se ha expandido agresivamente en diversos estados del país. Sin embargo, este crecimiento ha encendido las alarmas entre científicos y ambientalistas, quienes advierten que esta expansión está teniendo consecuencias graves sobre los ecosistemas, particularmente por la figura clave de un peculiar espécimen: los murciélagos polinizadores.
El murciélago magueyero menor (Leptonycteris yerbabuenae) es uno de los principales polinizadores del agave. Cada año, estos murciélagos migran desde el sur de México y Centroamérica hasta el norte del país y el suroeste de Estados Unidos. Durante este trayecto, se alimentan del néctar de las flores del agave, a la vez que lo polinizan de forma natural.
Este proceso es crucial para la salud genética de las poblaciones de agave silvestre: con el viaje migratorio del murciélago con un ciclo de reproducción cruzada entre plantas, aumentando su resistencia a plagas y enfermedades. No obstante, muchas plantaciones industriales cortan las flores del agave antes de que florezcan, con el fin de concentrar el azúcar en el corazón de la planta para la producción de tequila y mezcal, impidiendo así su reproducción natural y dejando sin alimento a los murciélagos.
Sin embargo, sumado al problema de la falta de floración, el modelo de monocultivo intensivo está sustituyendo ecosistemas enteros, como selvas bajas caducifolias y matorrales, que antes albergaban una rica diversidad de flora y fauna, pero no sólo eso: el uso extensivo de pesticidas y fertilizantes amenaza también a otras especies polinizadoras.
En los últimos años, la expansión sin control de las plantaciones de agave ha provocado también la fragmentación del hábitat natural de los murciélagos, dificultando su migración y disminuyendo sus poblaciones. Aunque estos animales son fundamentales para la regeneración ecológica de diversas regiones áridas y semiáridas, su rol como aliados del equilibrio ecológico ha sido subestimado.
En Jalisco, líder nacional en producción de agave, se sembraron 132,993 hectáreas en 2023, donde la adopción de la práctica de alineación de plantaciones en pendientes facilita la erosión y populariza este cultivo. Además, la eliminación de toda vegetación alrededor del agave, bajo la creencia de que compite por nutrientes, deja el suelo expuesto y propenso a la degradación.
En dicho estado, la expansión de los cultivos de agave ha resultado en la deforestación de vastas áreas, especialmente en regiones como Los Altos de Jalisco, donde se han talado bosques o generado incendios forestales para dar paso a plantaciones, cambiando el uso de suelo.
Desde 1994, la industria tequilera ha crecido un 600%, pasando de 36 a 206 productores y de 392 a 2,900 marcas registradas. En 2024, la producción alcanzó los 495.8 millones de litros, utilizando 1.8 millones de toneladas de agave. De esta producción, 400.3 millones de litros fueron exportados, representando aproximadamente el 80% del total de producto destilado.
Ante estos desafíos, expertos y comunidades han propuesto prácticas agroecológicas para mitigar el impacto ambiental del cultivo de agave. Además, iniciativas como el certificado ARA (Agave Responsable Ambiental), implementado por el Consejo Regulador del Tequila, buscan asegurar que la producción de agave no implique la deforestación o modificación de áreas naturales.
Incluso este mes, el Consejo Regulador del Tequila (CRT) anunció que 1.000 hectáreas donde se cultivaba agave, regresan a la producción de caña de azúcar, un movimiento que, además de proteger al suelo de su erosión, indirectamente protege a los murciélagos polinizadores facilitando el ciclo de reproducción de las plantas.
Foto de Susanne Martinus en Unsplash | Rudy Prather en Unsplash
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