La mirada masculina al pasado laboral es nostalgia, sí, pero también una búsqueda de identidad
Cada vez más hombres parecen mirar atrás con una mezcla de anhelo y resignación. No es simplemente nostalgia: añoran una época donde el trabajo físico y las grandes obras eran sinónimo de poder, y esa visión recobrada habla tanto de lo que han perdido como de lo que sueñan recuperar.
En un ensayo reciente de The New Yorker, se reflexiona sobre la llamada "crisis de la masculinidad", planteada por figuras como Scott Galloway, quien sostiene que los hombres jóvenes están desorientados porque ya no tienen esos empleos industriales titánicos que definían su identidad social y laboral.
Galloway alude a proyectos como la construcción del Empire State Building o la presa Hoover como símbolos de un modelo masculino ideal: trabajo duro, sacrificio, riesgo. Esa narrativa evoca un pasado heroico, ignorando al mismo tiempo las condiciones brutales que muchos trabajadores enfrentaban para levantar esos monumentos.
Al mismo tiempo, investigadoras como Joan Williams apuntan a otra razón detrás de este apego al pasado: la erosión de empleos estables y bien remunerados entre la clase trabajadora. En su libro 'Outclassed', argumenta que la izquierda ha descuidado a los trabajadores "de rutina", los trabajadores azules ("blue collar"), viendo su precariedad sólo como una cuestión económica, cuando para ellos también es cultural, emocional, y simbólica. Estos trabajadores, explica Williams, han sido seducidos por discursos populistas de la derecha no tanto por promesas de riqueza, sino por un sentimiento de pertenencia, dignidad y reconocimiento.
Ese sentimiento también ha sido explotado políticamente: figuras como Donald Trump han sabido dirigirse a esos hombres mediante un discurso que conecta con ese pasado glorioso. Según algunos analistas, Trump ha construido un "culto" entre trabajadores de clase trabajadora, hablándoles de reconocimiento, tradición y, sobre todo, una masculinidad perdida que él promete restaurar, una apelación retro que no es inocua: muchas veces se entrelaza con valores conservadores tradicionales, lo que permite politizar esa nostalgia de forma muy potente.
En paralelo, voces críticas señalan que este tipo de romanticismo hacia la antigua clase obrera puede convertirse en una simple "fetichización de clase". En su libro 'Dirtbag', Amber A’Lee Frost hace un llamado a reconstruir la era industrial con sus trabajos seguros y sindicalizados, pero algunos analistas acusan que su idealización ignora que gran parte de esos empleos ya no existen y que su visión se basa más en fantasía que en una estrategia concreta.
En ese mismo espíritu de añoranza por la relevancia del trabajo manual, aparece el curioso fenómeno de los umarells, jubilados en Italia que dedican gran parte de su día a observar obras públicas con las manos a la espalda y ofreciendo consejos no solicitados. Esta figura, que va más allá de un pasatiempo, refleja cómo esos hombres mayores conectan de nuevo con esa sensación de utilidad y control perdida tras dejar su vida laboral activa.
Esta añoranza no es feminista ni antimasculina, sino profundamente patriarcal: refleja cómo ciertos hombres asocian su valor con el trabajo físico y colectivo, con la resistencia a ceder poder. En un mundo donde los empleos manuales han sido sustituidos por la economía digital y los trabajos de oficina, muchos se sienten desplazados.
Esa sensación alimenta discursos que propondrían un retorno a la "masculinidad esencial", una masculinidad vinculada al producir, al proteger y al sacrificarse.
Foto de Billy Freeman en Unsplash
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