Prince nos ha dejado, pero sus canciones reinarán para siempre

La noticia ha llegado a media tarde de hoy y nos ha dejado helados: Prince ha muerto a los 57 años en su casa de Minnesota. Aunque al principio queríamos creer que era un rumor de Twitter, pronto se confirmó que, otra vez más, y ya van demasiadas este año, se nos había ido un mito.

Con Prince se va parte de la infancia y la adolescencia de los que pasamos por esas edades en los 80. Primero fue Michael Jackson, luego Bowie, ahora Prince. Nos queda el consuelo de recordar su música y, en el caso del genio de Minneapolis, creo que todos tenemos muy clara cuál es la primera canción que se nos viene a la cabeza. Purple Rain es más que el himno de una generación, es el himno de casi todas.

Aunque ahora Purple Rain sea tema casi obligado en cuanto se juntan tres amigos y una guitarra, yo recuerdo que mi primer recuerdo de Prince llegó de la mano de Batdance. Era 1989, y unir al príncipe del pop con una película de superhéroes fue lo mejor que nos pudo pasar en aquella época.

En ese momento de la adolescencia en que todos soñamos con aprender a tocar la guitarra, el mundo se dividía entre los que practicaban hasta la saciedad el archiconocido riff de Stairway to Heaven y los que se atrevían con la obra maestra de When Doves Cry, un tema de la época de Purple Rain que sigue dejándonos con la boca abierta.

Allá por 1993, Prince sorprendió al mundo prescindiendo de su nombre (sí, Prince era su nombre real) y autodenominándose con un símbolo impronunciable. Fue entonces cuando nació la leyenda de The Artist Formerly Known as Prince (TAFKAP).

Con esa excentricidad, muchos creyeron que había perdido la cabeza. Puede ser, pero lo que no perdió, sin duda, fue la maestría. Gold reclutó a cientos de fans para la causa del príncipe de Minneapolis, y The Most Beautiful Girl in the World se convirtió en el himno que todas las adolescentes de la época soñamos que algún día nos dedicaran.

El 29 de julio de 1990, Prince dio un concierto en mi ciudad, A Coruña. Aún hoy se recuerda como uno de los más multitudinarios de la historia musical de la ciudad. Por estos lares en los que no suelen recalar las grandes estrellas de la música, aquel domingo se produjo una increíble alineación de los astros –nunca mejor dicho–: mientras Prince daba su concierto en el patio del colegio de los Jesuitas, Madonna tocaba en Vigo, a apenas 150 kilómetros. Yo tenía 9 años por aquel entonces, y era una fanática de la Ambición Rubia. Como nadie me quiso acercar a su concierto de Vigo, me enfurruñé y no quise ir a ver a Prince, pese a que tocaba a dos pasos de mi casa. Me he arrepentido muchas veces de aquella pataleta, pero nunca tanto como hoy, cuando ya no tendrá solución.

Fotos | Cordon Press.

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