Las ciudades se vuelven feas porque quieren echarnos
Nuestras preciosas ciudades se han vuelto grises, antipáticas y feas. Los rincones que antaño fueron pensados para pasear y alimentar la vista, ahora se diseñan para echarnos. Bancos individuales, suelos mojados, cemento, pinchos, bolardos...todo está pensado para expulsarnos, especialmente si somos personas sin hogar. Este fenómeno tiene un nombre: se llama arquitectura hostil y afea nuestras urbes.
Por qué se inventó la arquitectura hostil. Se acuñó en 1996 con la intención de controlar el comportamiento de las personas en el espacio público y evitar que 'personas incívicas' hagan mal uso de los espacios públicos. Esto hace especial referencia a las personas sin hogar, que en España ya son 37.000. Con este tipo de diseño urbano se busca que no encuentren sitio donde dormir o resguardarse y tengan que irse a otros lugares, lejos de la vista.
Sus defensores renuncian a una ciudad amable, porque consideran que este tipo de arquitectura defensiva refuerza la seguridad, reduce el crimen y el vandalismo, mantiene el orden y evita que las zonas públicas se usen como dormitorio o como urinario.
A qué nos referimos cuando hablamos de arquitectura hostil. Los expertos afirman que los más comunes son los bancos con divisores individuales que hacen imposible tumbarse o los pinchos en el suelo o en repisas, para que nadie pueda sentarse. Pueden parecer parte del mobiliario urbano de nuestras ciudades, por eso a menudo pasan desapercibidos.
También lo vemos en alféizares y cornisas inclinadas que pasan por elecciones estéticas, pero están ideadas para que nadie pueda poderse cómodo. O incluso en decisiones molestas como aspersores automáticos que se activan al anochecer en zonas verdes para que el suelo esté húmedo y disuadir a personas sin hogar de buscar refugio ahí.
Críticas a la arquitectura hostil. Casi todos los estudios sobre arquitectura defensiva la critican, aunque eso no ha impedido a diversos ayuntamientos ponerla en práctica. El mayor problema es que convierte la ciudad en una herramienta de exclusión social y criminaliza la pobreza, escondiendo el problema del sinhogarismo en vez de atajarlo. Es aporofobia disfrazada de civismo y deja claro que la ciudad no es para todos.
La ciudad se ha vuelto poco acogedora. No hay bancos donde repanchingarse a ver la vida pasar, no hay fuentes para beber agua y refrescarse ni zonas verdes con sombra para descansar. Los principales afectados son las personas sin techo, pero de una forma u otra es peor para todos nosotros.
Los niños no tienen donde jugar, los ancianos no tienen donde socializar y las reuniones de amigos se mueven a bares y restaurantes, capitalizando hasta nuestro tiempo libre. La arquitectura hostil ha conseguido exactamente lo que quería: que la gente se vaya a otro sitio.
Fotos | @turismocmadrid, Idealista.
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