Christian Dior Otoño-Invierno 2009/2010 en la Semana de la Moda de París

"Hay algunos diseñadores que parecen habitar en un mundo donde no existe más crisis que su propia angustia". Lo leía esta mañana en El País (de "puño y letra" de mi admirada Eugenia de La Torriente) y prácticamente me quitaba las palabras de la boca. Hay creadores que están por encima del bien y del mal. De los números y las reglas de juego. Ellos son principalmente Olivier Theyskens y John Galliano, al primero no le suelen acompañar las ventas, dos "despidos" en un lapso de cinco años no han hecho más que engrandecer su figura, estoica, inmune a lo que digan esos directivos que no saben de moda y solamente se dejan guiar por las cifras. Y sí, esto es un negocio. Pero menos mal que todavía quedan unos cuantos románticos que se dedican a alimentar sueños y no a cumplir con las agresivas expectativas de un conglomerado empresarial.

El segundo, John, Galliano, Dior, tiene la suerte de que sus universos extraños cobijan a todo tipo de clientas: las que compran por un nombre, por un estatus o por saber apreciar un trabajo bien hecho, y su colección otoño-invierno 2009/2010 vuelve a ser una exquisita quimera.

Inspirado en la sustuosidad de los cuarenta, el desfile ha sido un canto al orientalismo de Paul Poiret, el mismo que ya cautivara al maestro Christian: una vez más triunfan la elegancia y el espíritu parisino frente al frío e inanimado futurismo.

El clásico traje de chaqueta made in Dior, abrigos en seda de efecto origami y cuello barco, pantalones harem, gorros de piel y tocados;

negro, blanco y gris contra fucsia, rojo, coral, verde agua y ligeros efectos metalizados.

La noche deja atrás los volúmenes y el teatro y los saris y túnicas reconvertidos en vestidos de noche ponen el broche exótico a un desfile prudente dentro de la ostentación y comedido dentro de la mágica etnicidad. Bravo de nuevo, John Galliano.

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