Su marido falleció a causa de un accidente en 1999
Carmen no necesita levantar la voz para acaparar las miradas. Le basta con una frase para abrirse en canal y demostrarle a España que, detrás de esa pija a la que todos creen conocer, hay una mujer que sufrió por no poder ser madre: "Era mi gran anhelo. Cuando supe que no podría serlo, le pedí a Guillermo que me dejara", cuanta la socialité en Vanitatis. Así arranca la confesión más íntima que ha hecho nunca Lomana.
Todo comenzó en un paseo entre Celorio y Barro, junto a su madre. Fue entonces cuando, con apenas veinte años y la vida por delante, Lomana verbalizó un deseo que parecía irrenunciable: "Si no tengo hijos, me sentiré la mujer más desgraciada del mundo". Aquel augurio acabaría cumpliéndose años después tras un embarazo extrauterino y una operación que derivó en una negligencia médica: le extirparon ambas trompas de Falopio. La maternidad desapareció de su horizonte sin aviso ni anestesia emocional.
"Desde niña sentí una inclinación profunda hacia los niños. Ser madre era mi gran anhelo", repite en la entrevista. Pero Carmen, fiel a su estilo, no se detiene en el drama, sino que lo enmarca con elegancia y contención. Habla sin regodeo, sin lágrimas. Cuando supo que no podría ser madre, su primera reacción fue romper su matrimonio.
"Le pedí a Guillermo que me dejara", cuenta. Él, Guillermo Capdevila (su gran amor, fallecido en un accidente en 1999), le dio entonces una de las respuestas más hermosas y desarmantes: "No me casé contigo por los hijos. Me casé porque te amo. Y si no los tenemos, seguiremos siendo novios eternos". Y eso fueron: novios eternos, sin hijos, sin rutina, sin resignación. "Vivíamos como dos enamorados, sin concesiones al deber ni al desencanto", resume ella.
La maternidad frustrada no solo le dejó un vacío físico. También le impuso una losa emocional que aún pesa. "Es duro que la mujer tenga un sentimiento de culpabilidad por no poder ser madre", dice Lomana con una claridad que desarma. No fue su elección. No fue un renuncia libre. Fue un accidente médico que le arrebató algo más que la posibilidad de gestar: le arrebató una parte de sí misma.
Carmen aún lleva el anillo de casada. Y no por superstición o nostalgia vacía, sino porque Guillermo sigue ahí, presente, en cada recuerdo, en cada gesto. El hijo que no tuvieron nunca empañó su amor. En tiempos donde la maternidad se impone como meta vital o trofeo emocional, Carmen representa a todas esas mujeres que no pudieron, que no las dejaron, que no tuvieron opción.
Fotos | Instagram @carmen_lomana
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