El origen del amor y su evolución

El origen del amor y su evolución
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¿Por qué amamos? En el mejor de los casos, el amor tiene sus ventajas y desventajas, pero en el peor de los casos, es una maldición. El amor puede hacer que una persona inteligente haga el ridículo, causando dolor y pena. Los amantes nos rompen el corazón, la familia a veces nos vuelve locos y las amistades pueden decepcionarnos.

Sin embargo, estamos programados para establecer vínculos con otras personas, lo que sugiere que la capacidad de amar es algo que ha evolucionado y que la selección natural favorecía las conductas en las que predominaba la preocupación por los demás. Los fósiles nos cuentan cómo el amor evolucionó hace cientos de millones de años, ayudando a nuestros antepasados mamíferos a sobrevivir en tiempos de los dinosaurios.

Los seres humanos están programados para amar. GOLFX/Shuttestock

Los seres humanos tienen unas vidas peculiarmente complejas a nivel emocional. El amor romántico, ese vínculo a largo plazo entre hombres y mujeres, no es habitual en los mamíferos, al igual que las amistades a largo plazo con individuos sin parentesco familiar (amistades).

Pero los seres humanos y el resto de mamíferos comparten un tipo de amor: el vínculo entre una madre y su descendencia. La universalidad de este apego sugiere que es la forma original y ancestral de vínculo entre dos seres; el tipo de amor original a partir del cual evolucionó el resto.

El amor entre madres y sus hijos es universal en todos los mamíferos. Orhan Cam/Shutterstock

Las primeras pruebas del apego entre padres e hijos datan de hace unos 200 millones de años, durante el Triásico tardío y el Jurásico temprano. Los fósiles de Kayentatherium, un protomamífero del Jurásico en Arizona, conservan una madre que murió protegiendo a sus 38 pequeños bebés. Para que este tipo de comportamiento existiera, primero tuvieron que evolucionar tanto los instintos maternos como los de su descendencia.

En animales primitivos, como los lagartos, los progenitores no son precisamente parentales. Una madre de dragón de Komodo abandona los huevos, dejando a las crías indefensas y si alguna vez se las encuentra, es probable que trate de comérselas: los dragones de Komodo son caníbales. Las crías intentarán salvar sus vidas por instinto cuando se encuentren con su progenitora; y bien que hacen.

Nuestros antepasados reptiles no eran muy bondadosos. Anna Kucherova/Shutterstock

La protección de las crías requiere que la madre desarrolle unos instintos que le hagan ver a su pequeña e indefensa descendencia como algo a lo que proteger y no como una presa fácil. A su vez, la descendencia tiene que evolucionar para ver a la madre como una fuente de seguridad y calor, no de miedo.

Los fósiles que muestran el vínculo entre madre y crías del kayentatherium implican que este instinto evolutivo ya se había producido. Sin embargo, es probable que la madre kayentatherium no fuera muy cariñosa: con 38 crías es poco probable que pudiera alimentarlas a todas o pasar mucho tiempo con ellas.

Kayentatherium y sus pequeños. Universidad de Texas

En las rocas galesas del Triásico tardío encontramos pruebas de un cuidado parental más avanzado. En este caso, el protomamífero morganucodon muestra un cambio de dientes al estilo de los mamíferos. En lugar de reemplazar los dientes una y otra vez desde el nacimiento hasta la muerte (como en el caso de los lagartos y los tiburones) el morganucodon nacía sin dientes para posteriormente desarrollar dientes de leche y finalmente perderlos a favor de dientes permanentes en la etapa adulta.

Este tipo de cambio de dientes está relacionado con la lactancia: las crías que maman no necesitan dientes, de ahí que las madres de morganucodon produjeran leche. Proporcionando más cuidados a sus crías, probablemente los morganucodon tuvieran más tiempo para cuidar de su descendencia, al igual que los mamíferos modernos, y habrían evolucionado un vínculo más fuerte con las crías. Los pequeños, completamente dependientes de su madre para obtener alimento, también habrían desarrollado un apego emocional más fuerte.

Un grupo de orcas en familia. Elise Lefran/Shutterstock

Es en este momento de la historia de los mamíferos cuando nuestros antepasados dejaron de verse como los lagartos, sobre todo en términos de peligro, alimentación y reproducción, puesto que los lagartos solamente cuentan con emociones primitivas de miedo, hambre y deseo. En su lugar, comenzaron a preocuparse los unos por los otros y a lo largo de millones de años comenzaron a agruparse, a protegerse y a buscar protección, así como a intercambiar el calor corporal, a cuidarse unos a otros, a jugar, a enseñar y a aprender unos de otros.

Los mamíferos desarrollaron la capacidad de formar relaciones y una vez que lo consiguieron, dicha adaptación se pudo utilizar en otros contextos. Los mamíferos eran capaces de formar relaciones familiares y de amistad en grupos sociales sofisticados: manadas de elefantes, tropas de monos, grupos de orcas, manadas de perros y tribus humanas. Además, en algunas especies, los machos y las hembras forman vínculos de pareja.

Los elefantes viven en sofisticados grupos sociales. Johan Swanepoel/Shutterstock

El amor romántico entre hombres y mujeres es un desarrollo evolutivo reciente, asociado a la manera en que los hombres ayudaban a las mujeres a cuidar de los niños. En la mayoría de los mamíferos, los machos son figuras parentales ausentes, solamente contribuyendo con sus genes y nada más. En nuestros parientes más cercanos, los chimpancés, el cuidado por parte de la figura paterna es mínimo.

En unas pocas especies, como los castores, los lobos, algunos murciélagos, algunos topos y el homo sapiens, las parejas forman vínculos a largo plazo para cuidar de sus crías de forma cooperativa. Este vínculo de pareja evolucionó en algún periodo posterior a cuando nuestros antepasados se separaron de los chimpancés, hace 6 o 7 millones de años, probablemente antes de la escisión entre humanos y neandertales.

El amor en nuestro ADN

Podemos suponer que los neandertales formaban relaciones a largo plazo, puesto que su ADN está presente en nosotros; algo que implica que los neandertales y los humanos fueron más allá de la simple reproducción entre sí: tuvimos hijos en común, que a su vez se convirtieron en padres y abuelos, y así sucesivamente. Para que la descendencia de estas parejas no solamente sobreviviera, sino que pudiera prosperar e integrarse en sus tribus, probablemente los niños mestizos nacieran de padres que se preocupaban por ellos y entre sí.

No todos los encuentros entre nuestras especies fueron pacíficos o positivos, pero tampoco fueron del todo violentos. Los neandertales eran una especie diferente del homo sapiens, pero lo suficientemente parecidos a nosotros como para que pudiéramos amarlos y viceversa, incluso procediendo de diferentes tribus. Una historia de amor digna de Jane Austen, literalmente grabada en el ADN de nuestra especie.

Muchas especies desarrollaron el cuidado parental y los vínculos sentimentales a largo plazo. Julia Kuznetsova/Shutterstock

El amor tiene sus beneficios a nivel adaptativo. Hoy en día, el ecosistema está dominado por animales cuyos padres se preocupan por sus crías: los mamíferos y las aves, así como los insectos sociales como las hormigas, las avispas, las abejas y las termitas. Los humanos son el animal terrestre dominante en la Tierra.

El cuidado parental supuso la evolución de la sociabilidad en abejas, hormigas y termitas. rtbilder/Shutterstock

El cuidado parental es adaptativo en sí mismo, pero cuando los animales aprendieron a formar relaciones también se allanó el camino para la evolución de la sociabilidad y de la cooperación a una mayor escala. Por ejemplo, el cuidado parental en las cucarachas de la madera hizo que la estirpe de las termitas evolucionara en vastos grupos familiares (colonias) que literalmente redefinen el paisaje.

Las hormigas, que forman hasta el 25% de la biomasa total de algunos hábitats, probablemente desarrollaron la capacidad de agruparse en colonias de la misma manera. La evolución puede ser violentamente competitiva, pero la capacidad de preocuparse por sus semejantes y de formar relaciones permitió que los grupos cooperativos se convirtieran en unos competidores eficaces contra otros grupos y especies.

El amor ha ayudado a construir las sociedades humanas. Wedding Stock Photo/Shutterstock

La preocupación por nuestros semejantes nos ayuda a cooperar y la cooperación nos ayuda a competir. Los humanos pueden ser egoístas y destructivos, pero la única razón por la que hemos podido dominar el planeta es porque contamos con una capacidad única de cuidarnos los unos a los otros. Ya sea hacia nuestras parejas, nuestros hijos, nuestras familias, nuestros amigos y nuestros semejantes, el amor permitió la cooperación a una escala nunca antes vista en la historia de la vida.

Autor: Nick Longrich, Senior Lecturer in Evolutionary Biology and Paleontology, University of Bath.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.

Traducido por Silvestre Urbón.

Fotos| Unsplash, The Conversation

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