La quiero muchísimo, pero… hay nueve razones por las que jamás querría parecerme a mi madre

La quiero muchísimo, pero… hay nueve razones por las que jamás querría parecerme a mi madre

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La quiero muchísimo, pero… hay nueve razones por las que jamás querría parecerme a mi madre

Cuando me paso días sin llamarla siento como que me falta algo, necesito sus consejos (aunque la mitad de las veces no haga caso de lo que me dice) o simplemente que escuche mis penas, me gusta compartir con ella mis triunfos o hacerle repetir la receta del pollo al ajillo todas y cada una de las veces que me animo a cocinarlo… Sí, adoro a mi madre, pero me da pavor parecerme a ella en algunas cosas. ¿Por qué será?

He llegado a la conclusión de que me parezco tanto, tanto, tanto a mi madre que puedo ver mis propios defectos a través de los suyos y eso me pone los pelos de punta. Al final ¿qué soy yo si no un producto de sus genes y de su educación? Y, claro, cuando algo falla… ¿a quién le hecho la culpa? A ella, claro. A ella que se pasó tantas horas conmigo y de la que he heredado trucos de cocina y la pasión por las novelas negras. A ella, que me ha pasado su facilidad para estar hablando horas y horas sin parar o el amor por la música. A ella, de quien todo el mundo dice que me parezco tanto, casi como dos gotas de agua.

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Y sí, por un lado es maravilloso parecerse a tu madre, esa mujer que adoras y a la que le debes tanto. Pero por el otro…

Sí, es un arg.

Nuestras madres son nuestros modelos. Pero esa frase siempre la hemos considerado desde el punto de vista positivo y nunca desde el negativo. Y yo creo que ya va siendo hora de dejar de idealizarlas y, al igual que hay cosas de ellas que nos inspiran, ver qué cosas de ellas no deberíamos repetir jamas, jamás, nunca, te-lo-juro-mari, en la vida.

1.- Porque es una sufridora nata

Por ejemplo, yo no quiero ser una agonías como mi madre. Tanta ansiedad, tantos nervios y tanta preocupación es un sinvivir. Además, si está tan agobiada por mi vida es imposible que se centre en la suya, ¿verdad?

2.- Es Doña Entrometida.

La preocupación le lleva a preocuparse por adelantado de cosas que todavía no han pasado. Y, claro, quiere estar tan al tanto de lo que incumbe en nuestras vidas que termina metiéndose dónde no la llaman.

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3.- Y una Drama Queen.

De tomo y lomo. Porque ha descubierto que ya no puede mangonearnos como cuando éramos pequeños, así que su única salida para que le hagamos caso es exagerarlo todo.

4.- Porque sabe cómo hacerme sentir culpable… y sacarme de quicio como nadie.

Ahí fuera hay un montón de madres que nunca te dicen claramente lo que quieren. Hasta que un mes después, tras un par de conversaciones telefónicas un poco raras y llenas de silencios y de “tú verás”, te das cuenta de que pasa algo raro. Como que tu madre está enfadada contigo por algo que tú no sabes. De hecho, no tienes ni idea de por qué está enfadada. Probablemente porque dijo que quería ir a IKEA y tú no traduciste su frase como “llévame a IKEA”. O porque no has llamado a tu primo segundo tras su operación, de la que ella te informó puntualmente. O porque el hijo de la vecina va todos los miércoles a comer a casa y tú no. Las razones pueden ser miles.

5.- Porque se ha quedado anclada en el pasado.

Ha vuelto a desconfigurar la WiFi de su ordenador, cada vez que intenta enviarme una foto me llama por el móvil para preguntarme el proceso y un día volvió del revés todo lo que aparecía en la pantalla del portátil (no sé qué combinación maligna de teclas). El caso es que no dejo de repetirme que cuando yo llegue a su edad haré cualquier cosa (repito: cualquiera) por intentar enterarme de cómo funcionan las cosas.

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6.- Y tiene miedo de todo.

Sí, el mundo cambia a una velocidad que da vértigo, pero eso no es una razón para encerrarse en casa y pensar que todo lo nuevo es malo, ¿no?

7.- Se enfada por las cosas más locas.

Cosas como que no le han querido descontar veinte céntimos en el supermercado porque sus vales estaban caducados o porque Belén Esteban siga estando en la cúspide de la ola vendiendo libros y yo no.

8.- Necesita atención y aprobación constantes.

Más que mis dos hijas pequeñas juntas. Yo tenía que tenía idealizada la madurez, que pensaba que era un periodo maravilloso en el que la experiencia me daría la razón, me sentiría más segura de mí misma que nunca y en el que todos los actos de mi vida estarían dirigidos por una patina en plan “digan lo que digan los demás”, descubro que hay muchas madres que se vuelven más pequeñitas, más inseguras, más miedosas y más necesitadas de ayuda que nunca.

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9.- Y a veces se olvida de ser ella misma. Y de lo que le divierte. Y de lo que quiere.

Y eso sí que no. El día que mis hijas no me necesiten tanto y vuelen del nido yo pienso volver a concentrarme en mí, en mí misma y en requetemí. Es normal que durante una etapa de nuestras vidas dejemos a un lado nuestras prioridades para centrarnos en la de nuestros hijos, pero las madres de la generación de las mías renunciaron demasiado y muchas de ellas nunca han tenido la oportunidad de realizarse como personas, de sacarle partido a sus capacidades, de ver hasta dónde podían llegar... ¡Y hasta aquí hemos llegado! Estoy segura de que ella es la primera que quiere que yo llegue muy lejos, más lejos de lo que ella llegó a soñar para sí.

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Ig Tre

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