Lo que me hubiera gustado saber cuando decidí trabajar desde casa

Lo que me hubiera gustado saber cuando decidí trabajar desde casa

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Lo que me hubiera gustado saber cuando decidí trabajar desde casa

Trabajar desde casa parece una fantasía hecha realidad: puedes hacerlo con tu pijama de borreguitos, no tienes que aguantar los chistes malos de tus compis, ni el olor de los viajeros de transporte público, ni cargar por media ciudad con un tupper de lentejas… Pero no todo es Jauja, amigas. Ojalá me hubiesen advertido antes de la soledad, de la gris frontera entre las obligaciones profesionales y las personales y de “otras menudencias” de trabajar desde casa.

No estás obligada a ducharte, pero deberías.

Sí, son las cinco de la tarde y todavía sigues en pijama y con la cara repleta de legañas. Ducharte y adecentarte no parecía una prioridad, al fin y al cabo no te iba a ver nadie y tenías que concentrar todos tus esfuerzos en terminar ese informe urgente, pero ahora tienes la sensación de que no vives como un ser humano. Pero ¿a que no te habías parado a pensar que, precisamente porque no te ve nadie, puedes trabajar mientras disfrutas de los beneficios de una mascarilla y otros tratamientos de belleza? Ay, caramba.

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La cosa se va a poner rarita.

Estás tirada en el sofá, en chandal, mojando patatas fritas en el café, la televisión puesta y tecleando como una loca. Es razonable que tu pareja, que acaba de llegar de su trabajo normal y corriente de oficina, no termine de creerse que no puedes salir con él a tomar algo porque estás en medio de una entrega.

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Nunca te has sentido más sola.

No todo el mundo está preparado para pasarse más de ocho horas sin intercambiar una sílaba con otro ser humano. A no ser que consideres que chatear por Facebook sirve o secuestres al cartero cada vez que tenga que hacerte una entrega. Habrá días que descubras que son las nueve de la noche y que tu única compañía ha sido el zumbido del aspirador de la vecina de arriba.

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Te sientes en la necesidad de justificarte todo el tiempo.

A ti mismo. Porque se te han pegado las sábanas, porque se te ha ido la pinza y has perdido demasiado tiempo en Twitter, porque te has tomado una hora y media de descanso en vez de los veinte minutos planeados… El hecho de no tener a nadie en la chepa vigilándote es casi peor que tenerlo, porque tú serás tu propio jefe y te sentirás mal por cualquier licencia que te concedas a ti mismo. Trabajar desde casa es un ciclo continuo de culpabilidad mezclado con la autosatisfacción de sentirte un privilegiado por no tener que meterte en el transporte público a diario.

Por mucho que se lo expliques, para tus padres estás en el paro.

No tienes un horario definido, no necesitas salir de la cama para trabajar, puedes hacerlo desde la playa y hoy te has largado al Zara a media mañana. Está claro. Eso no es un trabajo. Y cualquier cosa que intentes explicarle a tus padres para convencerles de que no todo el mundo tiene que vivir esclavizado por una rutina, en un cubículo enano y con un jefe observando todo lo que haces y haciéndote sentir mal será en vano.

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Te dará la impresión de que estás siempre trabajando.

No hay nadie con quien comentar el capítulo de The Walking Dead de ayer ni reuniones a las que asistir o departamentos que visitar. Estás solo con tus obligaciones, lo que significa que es muy probable que te concentres en ellas y las termines en un periquete. Trabajar desde casa muchas veces significa hacer más trabajo en menos tiempo. Y ser más productivo.

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Y también de que te comes todas las tareas del hogar.

Precisamente porque eres más productiva, tienes más tiempo libre. Y estás en casa. Vamos, que tienes todas las papeletas para que te toque poner las lavadoras, vaciar el lavavajillas, hacer la compra, recibir al técnico de la caldera y todas esas fascinantes cosas relacionadas con el cuidado del hogar. Habrá días que te sentirás como una esclava.

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No todo el mundo puede hacerlo. Y no pasa nada.

Trabajar desde casa requiere disciplina, no sólo para cumplir con tus entregas, sino también para saber separar tu vida profesional de tu vida privada. Y no todo el mundo puede hacerlo. Si no quieres descubrirte trabajando catorce horas diarias porque no sabes separar, entonces lo mejor es que lo dejes… o te busques un nido de oficinas, un despacho compartido o una cafetería con buen servicio y mejor WiFi.

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